martes, 10 de noviembre de 2009

¡NOS ATACANA LOS COMUNISTAS NAZIS! El mito del monstruo, la inversión de la racionalidad mítica y el terrorismo, una lectura al texto Asalto al Poder Mundial de Franz Hinkelammert.




Montaigne atribuye a los humildes, como una característica evidente, la propensión al espanto…
… Novela y teatro han subrayado a su vez la incompatibilidad entre estos dos universos, a un tiempo, sociales y morales: el de la valentía – individual – de los nobles, y del miedo – colectivo – de los pobres.
… En el cuadro de Goya titulado “El Pánico” (Prado), un coloso cuyos puños golpean en vano un cielo cargado de nubes, parece justificar el enloquecimiento de una multitud que se dispersa corriendo en todas direcciones.
Jean Delumeau. 

 
¡Nos atacan los comunistas nazis! Una cómica expresión de un capítulo de los Simpson, una crítica a las confusiones, los fetiches, las estigmatizaciones, las inversiones del mito que fueron produciendo realidades bastante trastornadas, concreciones enfermas, desviaciones del mismo poder: lo inesperado, lo que sobrepasa la estrategia. Este trabajo pretende dar luz a algunas claves (aún no se tienen todas las herramientas teóricas necesarias) para empezar a destruir los mitos que se producen en la pseudo-concreción.




Para muchos teóricos resulta fácil determinar que el miedo, es una estrategia propia de los tiempos actuales, en especial cuando hay que bajarse rápidamente del bus de Bush. Pero el miedo como estrategia de enajenación, ha sido más que procedente desde tiempos muy antiguos. Veamos un debate a propósito de la llegada al poder de Barack Obama a los Estados Unidos.
Después del sonado fracaso de los neo-conservadores por haber promovido la guerra de Irak, muchos realistas (quienes critican el idealismo neo-conservador), han decidido recargar de nuevo las baterías para redinamizar sus teorías[1], a favor de una salida rápida al caos, a la ecatombe económica y a la deslegitimación política del entonces gobierno de corte neo-conservador. Según algunos realistas, el camino a seguir consiste en retomar el legado de Kisingger, quien frente al tema oscila en la ambigüedad[2]. Dicha oscilación, sin embargo, parece una constante en la opinión de los realistas, quienes parecen olvidar algunos apartes de sus formulaciones, consignadas en la teoría de Morgenthau, el máximo exponente del realismo. Los planteamientos del realismo han tenido un papel significativo en la construcción de la estrategia amigo-enemigo, de la que se deriva el no tan contemporáneo señalamiento de terrorismo, el papel de la guerra, las formulaciones deterministas de la naturaleza humana y el latente estado de anarquía, estas últimas que pese a querer escaparse de lo ideológico, no pueden considerarse de otra manera que la exaltación teleológica de la xenofobia de Disraelí[3]. También desconocen las afirmaciones conservadoras de Rudolph Giuliani, precandidato republicano para las elecciones presidenciales de 2008 en Estados Unidos, quien se prentendía anti-realista, haciendo una reedición del realismo en el pragmatismo de la guerra[4]. El realismo está cargado de contradicciones y ambages.
Por un lado critica con acervo el pacifismo liberal, pero convenientemente se deslinda del guerrerismo neoconservador cuando parece que su estrategia ha fracasado, calificándolo de idealista, desconociendo que en el seno de los neo-cons no sólo se halla una imagen-mundo, sino también, la pretensión de maximizar intereses particulares, que arriesgan a designar como intereses de la nación norteamericana[5]. El pragmatismo de los neo-cons, no tiene nada que envidiarle a Bismark o a Disraelí.
El mito del terrorismo, al igual que los postulados de Morgenthau[6], considera la naturaleza humana como inalterable. De forma determinista implanta y funcionaliza dicha naturaleza que “cohesiona” a los grupos, no alrededor de intereses universalistas, sino en soluciones pragmáticas de defensa y maximización del propio interés. La relación poder-interés es explícita en Morgenthau. La naturaleza de los seres humanos se explica por su carácter prerreflexivo que a su vez se abstrae a través de los mitos.
Los mitos no tienen calidad de verificación empírica en cuanto de suyo, son relatos que procuran unir en un no-tiempo de origen a una serie de hechos alegóricos, con el fin de hacer inmanente ciertas racionalidades y sistemas objetivos de época. Sin embargo los mitos no limitan su poder de existencia, a la condición de simples alegorías que hicieron parte alguna vez de interpretaciones pseudocientíficas, destronadas en la modernidad[7]. Es decir, la realidad del mito no se circunscribe a la narración mítica realizada en algún momento histórico puntual. La destrucción del mito no parece tan certera como muchos empiristas y modernistas quisieron propugnar con la secularización. La sentencia de realidad del mito se halla en la racionalidad con que se reinterpretan, se utilizan, hacen una conveniente metamorfosis y se recrean invirtiendo cada vez su propia racionalidad[8]. Por eso es imposible hablar de una suficiente superación del mito, aun cuando, si es necesario comprender sus diversas vigencias o incluso, la necesidad de reinvertir de nuevo la racionalidad que los subyace. El mito del monstruo, el Leviatán, Cronos, el Coloso, en muchas sociedades se ha constituido como un “pretexto” fundacional. La estructura más corriente del mito, narra las derrotas implacables de “monstruos”, la narración continua proponiendo un orden de las cosas a través del establecimiento de rituales[9], como instituciones del mito.
Tal vez la versión más honesta de los mitos-monstruo sea la del Leviatán, que se reconoce necesariamente monstruosa.
Lo que parece un origen único que nos “cohesiona y nos da carácter”, casi que indestructible en el tiempo e irreductible en el espacio[10], es lo que Foucault denunciaría como el origen, pomposo, grandilocuente que enmascara el comienzo, sencillo y mezquino, preñado de intereses y relaciones de poder del conocimiento atado a un episteme, un archivo de pensamiento propio de una época.
Los mitos fundantes hablan de la situación de caos o estado de naturaleza, de un estadio de confrontaciones (singularmente sangrientas), de desmanes tiránicos y vandalismo, de un estadio de redención (dios, prohombre, héroe, noble o Estado) y finalmente de un estadio de pacificación, ahora y siempre amenazado por la tendencia del sujeto al eterno retorno. Este eterno retorno que queda como atmósfera de los nuevos órdenes (los enemigos nunca son totalmente vencidos), tal y como lo discuten los realistas, choca con la visión absoluta del idealismo liberal, según la cual marchamos hacia un mundo pacificado, pero ambos coinciden funcionalmente, en la instauración y fortalecimiento del orden (preventivas del caos) que es la moraleja de una buena parte de los mitos fundantes. Por tanto ambos (liberales y realistas) se valen de la estructura del mito para explicar la sociedad.

  
Así funciona el mito de Leviatán (tanto el bíblico como el hobbesiano donde el monstruo resulta ser el propio hombre), el dios caníbal (Cronos) derrocado por Zéus[11] quien procederá a ordenar y jerarquizar el mundo, el mito bíblico de Moisés y el ordenamiento de la ley y de la organización social del pueblo, mito que se repetirá en Jesús especialmente en la ordenación paulina, muchos de los mitos y leyes de origen de nuestros pueblos que frente a la amenaza “de sí”, del “lobo del hombre” en Hobbes, del otro que se nos revela como “monstruo”, el desconocido que va más allá de nuestras fronteras de lo familiar, del encerramiento cercano, proponen un orden normalizado por una legalidad. Aunque esta jerarquización y ordenamiento del mundo conduce a la perpetuidad social, está advirtiendo a través de la tradición del mito, la inminencia de la destrucción social, la que Morgenthau conjura como: el liberalismo En su formalismo abstracto no se percata de que la democracia… funciona sólo en determinadas circunstancias… y que el principio ilimitado de la mayoría hace que la democracia esté indefensa frente a sus enemigos, quienes usarán los procesos democráticos para destruirla. (Morgenthau: 25)
Benedict Anderson expone en su libro Comunidades Imaginadas, la forma en que las comunidades amplias crean relaciones abstractas y no tan abstractas de unidad, a través de la existencia de algún tipo de relación simbólica, lingüística, histórica, de correlato o mitos, donde los factores que crean las “comunidades imaginadas” no sólo parten de la “creación” de sí, sino también de la “creación” de otras comunidades con las que se referencian y utilizan para reforzar los propios hilos invisibles que sostienen la unidad nacional. Aunque Morgenthau desdeña el ideario nacionalista del liberalismo, no deja de afirmar la necesidad de un fortalecimiento integral del particular interés del Estado Norteamericano, con la construcción de una legitimidad, sea racional o mítica (no es lo ideológico o lo motivacional, sino el manejo político de lo racional o lo irracional, su planteamiento no se concentra en principios sino en estrategia)[12]. Sin lugar a dudas estas comunidades pragmáticas que en lugar de luchar por el bienestar mundial, se concentran en aspiraciones concretas, hacen uso de la estrategia de la racionalidad mítica de la invención del monstruo.





 
 
 
 
 


 
Los monstruos, son una forma simbólica de darle cuerpo a una serie de valores legitimados colectivamente como malignos y que se “encarnan” en ciertos sujetos. En contraposición al monstruo también se sustancializan los valores “virtuosos” de una sociedad, en ciertas élites, vanguardias, seres mitológicos o divinos. Estas son tradiciones “cohesionadoras” o constitutivas del cuerpo nacional. Se habla entonces, del carácter prerreflexivo de los pueblos (connatural), como características a priori. Por ejemplo, la creencia de que los ingleses son liberales pacifistas debido al manejo “diplomático” del conflicto en la revolución gloriosa, hecho donde se construye su mito fundante[13]. Se habla del carácter contestatario de los franceses debido al ímpetu de su revolución. Se habla del carácter emprendedor del norteamericano, debido al mito fundante de la colonización. El uso que los realistas harán del carácter prerreflexivo de los pueblos, el cual equiparará a cierta especie de carácter de los Estados (pese a la arbitrariedad y la simulación de su estructura de "pueblo"), se interpreta como las condiciones pre-determinadas de las grandes potencias, o del poder hegemónico, que le hace ser precisamente, lo que es: una gran potencia.


Los mitos fundantes no dan cuenta en su estructura, del tiempo-espacio, ni de las relaciones de poder, ni de los intereses económicos, ni de las guerras “subterráneas” que dieron lugar a tales formas de organización. Los antagonistas serán monstruos legítimamente combatibles, porque atentan contra el sistema de valores de la comunidad. Un ejemplo de tales tensiones lo expresa Disraelí, Ministro de la Reina Victoria entre 1804-1881, para describir al pueblo irlandés: Los irlandeses detestan nuestro orden, nuestra civilización, nuestra emprendedora industria, la pureza de nuestra religión. Esta raza montaraz y salvaje, insensata, indolente, insegura y supersticiosa no tiene la menor afinidad con el carácter inglés. Su ideal de la felicidad humana oscila entre la rencilla tribal y la más burda idolatría. Su historia la caracteriza un círculo ininterrumpido de fanatismo y sangre. Disraelí, por negación de otros pueblos, fortalece una imagen civilizada del pueblo inglés, asignándole a los mitos fundantes de los irlandeses consignados en el Taín, una liberalidad perniciosa que tiende más al tribalismo y al desorden. Sus guerreros y reinas tribales, bastantes desinhibidos, fueron calificados de sanguinarios y brujas[14] (monstruos), al tiempo que se asignaron de forma determinista, tales características como carácter prerreflexivo de los irlandeses. Muy semejantes experiencias son denunciadas por Zinn en su libro: La otra historia de los Estados Unidos, donde el autor explica los sucesos posteriores a la Independencia, como el proyecto expansionista de las élites norteamericanas que les llevaron a plantear varias guerras de conquista con un discurso autolegitimador, practicado hasta nuestros días. Una mezcla xenófoba entre religión y terrorismo, donde cada pueblo distinto a ellos, resulta no ser digno de su tierra e incluso de sus vidas, por perezosos, peligrosos, amorales, entre otras asignaciones. La historia la reeditaron creando prohombres (padres fundadores) y ocultando las prácticas aberrantes como las traiciones, los desplazamientos, los genocidios, las grandes empresas que montaron los padres fundadores, la transgresión de pactos con naciones vecinas e incluso, lejanas, como fue el caso de la conquista de México, Florida, Cuba, Puerto Rico, intervenciones en América Latina y en casi en todo el mundo. Por tanto, la invención del monstruo, lejos de ser una abstracción moralista de la que se desalineen los realistas[15], es válida en tanto explica los orígenes del supuesto estado de naturaleza, de las condiciones apriorísticamente asumidas de una sociedad, sea potencia o sea súbdita (que lo merece). No es que en el realismo crea en los mitos, como afirman los propios realistas sí sucede en el neo-conservadurismo, es que los necesitan.
Qué hay detrás de los inventores de monstruos:
Los monstruos de la actualidad no se deslindan del mismo origen mitológico y de la epistemología que conlleva su inversión. Los grandes mitos siguen entre nosotros. Son los fantasmas que pretenden dominarnos. Según este mundo mítico ya no hay adversarios en conflicto: nos la tenemos que ver con puros enemigos absolutos. La política del imperio no se enfrenta a problemas reales; los convierte en mitos para enfrentarlos a través de una interpretación mítica. En vez de discernir los problemas a solucionar, se nos impone ver las fuerzas del mal que se deben aniquilar. El “reino del mal” de Reagan y el “eje del mal” de Bush esconden conflictos reales con el fin de asegurar míticamente la imposición de soluciones dogmáticas y de verdades absolutas, detrás de las cuales aparecen intereses mezquinos y corruptos, que no se pueden confesar. Por tanto, las consecuencias de lo que se está haciendo no son objetos de reflexión. Cada paso del imperio parece más bien un salto al vacío que busca al azar alguna tierra firme. El imperio solamente ve maldades y acciones diabólicas en el lado de quienes se propone combatir, y entiende su política como un gran exorcismo (Hinkelammert: 5).
La delgada línea ideológica, que los realistas no pensaban atravesar a razón de su propio pragmatismo, es indefectiblemente vulnerada: El imperio necesita legitimar prácticas de escasa racionalidad científica-social, a través de la razón mitológica del imperio, necesita legitimar sus propios intereses proporcionando una imagen-mundo absoluta de los problemas (terrorismo) frente a lo cual se responde con otro mito o idea absoluta de libertad y democracia. Tal absolutización del problema transforma la técnica social [y política][16] a través de la cual se promueve la religión del imperio (Hinkelammert, 2003: 5), que se expresa en los aparatos fortalecidos de los Estados, burocracias militares y la prolífica industria de las relaciones públicas.



En la técnica social participan los productores míticos por excelencia de lo que Bourdieu denomina sistemas simbólicos, que se convierten en estructuras estructurantes (medios), la cuales son dominadas y alimentadas por quienes detentan el poder simbólico (Bourdieu, 2001). Las participaciones religiosas son particularmente prolijas en este sentido. Popper afirmaba que la democracia es un método para el control de los demonios (Popper: 309)[17]. La imagen piadosa de tales asignaciones simbólicas recreadas en los mitos del cristianismo, ayudan a sacralizar la violencia irrestricta del imperio. Así existe una violencia del bien y otra del mal a la cual se le dará el nombre de terrorismo.



Durante el ascenso en el gobierno norteamericano de los neoconservadores (Wolfowitz, Fucuyama, Pipes, Kristol, entre otros), se trazó como estrategia fortalecer los mitos fundantes de la sociedad norteamericana (signados por la dicotomía entre el bien y el mal, la libertad, el individualismo, la noción del trabajo, de superioridad, entre otros) como también, el mito del monstruo que en primera instancia correspondía a la Unión Soviética y posteriormente a la encarnación de la idea absoluta del mal, a los países, pueblos y organizaciones que detentan sistemas políticos e intereses económicos contrarios al de los Estados Unidos. El fortalecimiento del mito nacional se hizo a través del fundamentalismo protestante, cuyos adeptos fueron instrumentalizados como caudal político para el asenso de los neo-cons. El protestantismo entonces, condición, tradición y fermento democracia liberal estadounidense (por cuanto conservadores y liberales luchan con aservo en la defensa de la democracia, sea efectiva, restringida o el colmo de las abstracciones), supo transgredir la línea para soportar el mito, aunque esta línea estaba transgredida desde su historia (el mito es que nunca hubo trasgresión, ver texto de Zinn). El mito del monstruo se recreó con la imagen de la amenaza invisible[18] durante la guerra fría, para lo que se redactaron informes bajo la premisa de la ausencia: si no se puede comprobar la amenaza, es que esta ha llegado a tal nivel de sofisticación, que se ha hecho indetectable, por tanto, mil veces más peligrosa. La construcción de argumento por ausencia es, como la construcción del mito, una forma de “llenar los huecos” que la racionalidad científica no puede llenar, en tanto, a su vez hay una defensa a ultranza de que dicha racionalidad fundante, de  que cierta forma de interpretación del mito se naturaliza como científica, parece como lógica, el quiz estará en hacer pasar como racional, aquello que carece de toda forma de racionalidad, incluyendo la mítica.



El uso de la mitología cristiana para ocultar el verdadero programa político y económico, que Hinkelammert denomina asalto al poder mundial, tiene raíces mitológicas antiguas: legitimaciones y deslegitimaciones de concepciones de poder en la construcción del amigo-enemigo. La tentación de Cristo es una primera propuesta de asalto al poder mundial, Satanás le ofrece todos los reinos del mundo. El primer sentido del mito concuerda con el espíritu inicial de la Iglesia Primitiva, entonces, oprimida por el Imperio Romano (oponerse a participar en él). Casi 400 años después, San Antonio sufre del mismo episodio pero con significados muy diferentes. Las tentaciones de San Antonio son protagonizados por una mujer desnuda. En el primer caso, Satanás es la representación de la participación en el imperio y en el segundo, Satanás es la mujer. La transubstanciación de Satanás en mujer oculta la nueva postura de la Iglesia (que se convierte para ese momento en la religión oficial del imperio) convirtiendo ahora a Satanás en Dios (legitimidad del asalto) y a la mujer y a la sexualidad en general en Satanás. Este discurso se esgrime aún hasta nuestros días. Las iglesias cristianas derrochan sermones condenando la “inmoralidad” sexual, la discriminación de la mujer, mientras por otro lado se valora la versión paulina del respeto a las autoridades por su origen en la voluntad de Dios  y la participación y coherencia del proyecto imperial con el proyecto evangelista. Satanás – mujer, será traspolado hasta los pueblos “inconversos” donde la religión cristiana trazará una batalla sangrienta por la purificación del mundo. Nunca aprobará el homosexualismo, las relaciones pre-matrimoniales, dirá que el aborto es brutalidad, pero legitimará genocidios en nombre de Dios. 



                            1. tentación de Jesus                          2. Tentación de San Antonio
Dicha técnica social se expresa en la cotidianidad de las mismas sociedades que componen el cuerpo legitimador. Se convierten en comunidades encerradas, ultraaseguradas, capaces de actos de xenofobia y discriminación, pero sobre todo preparadas para ejercer espeluznantes niveles de violencia tanto afuera como adentro de sus propios espacios[19], sus encerramientos, aún cuando terminen siendo presas de la propia técnica social diseñada para protegerlos.




Ahora bien, en la técnica política, bajo la legitimidad producida en los usos de la técnica social, se permite entonces saltar todas las convenciones, pactos, tratados, opiniones de organismos no estatales, movimientos sociales, con tal de imponer un régimen global, de pensamiento único, universalista, que esconde en el fondo un asalto al poder, ¿acaso hay algo más fríamente pragmático y antiidealista liberal que esto?[20] Para discutir también con los interdependentistas, saltarse los regímenes internacionales, es también discutible si tenemos en cuenta que el neo-cons, Wolfowitz, fue presidente del Banco Mundial.
Hinkelammert explica que este asalto al poder corresponde a una cadena de intentos que vienen desde el imperio romano hasta nuestros días. El último y más reciente, según la tipología del autor alemán será el régimen nazi, que se vale de una amplia gama de mitos y de creación de enemigos para legitimar un intento de gobierno mundial[21] muy similares a los utilizados por realistas y neo-conservadores. Un proyecto así necesita de enemigos del mismo calibre y de la misma catadura, pero principalmente de la noción de una conspiración “del resto del mundo” contra tal proyecto a través del terrorismo y que el realismo olvida, se encuentra en los orígenes de su crítica al liberalismo, en el supuesto de la prevalencia del anarquismo mundial. Los enemigos terroristas se representan en personajes que encarnan a Satanás (aunque lo más cruel es cuando se satanizan pueblos enteros), aunque no pocos de estos pseudo-satanaces (líderes) gobiernen bajo la misma técnica política, se considera que la presencia selectiva de ciertas técnicas políticas (presentes en no pocos casos en ambos extremos de la contradicción) se debe a cierta formación cultural social, a la prerreflexibilidad en el caso del contradictor "menos legítimo", mientras que al "más legítimo" sus acciones se deberán al "deber ser" de la racionalidad: aunque pueblos "racionales" e "irracionales" comporten las mismas barbaries o las mismas virtudes (en lenguaje de la dicotomía bien-mal tan predilecta por la racionalidad del mito fundante) sólo una será "legítima" debido a su carácter "civilista", a su preventividad necesaria.





La construcción del mito del monstruo, es una prueba de la presencia de la racionalidad mítica en la estructuración de los sistemas simbólicos que sacralizan las violencias del “bien” y asignan el calificativo de terroristas a las violencias que construyen alrededor del monstruo. Por tanto, el mito del terrorismo, es una técnica social y política utilizada desde tiempos muy antiguos y no se circunscribe solamente a lo modal, como también se halla en la amenaza latente, vista desde el realismo como la tendencia planetaria al anarquismo. El mito del terrorismo ayuda a esconder proyectos hegemónicos para establecer heteronimias económicas, sociales, religiosas y políticas que concedan un gran poder a quienes, en medio de tal relato mítico, se consideren salvadores, restauradores morales, vanguardias y enviados de dios, en el caso del neo-conservadurismo, o Estados hegemónicos capaces de estabilizar al mundo, en el caso del realismo.  El papel que juega el realismo en esta construcción mítica, es el de reforzar el carácter de los Estados, sus tradiciones y sus mitos fundantes como estrategias de acción política conducente a fortalecer el interés nacional. Sin embargo, sus propias sociedades a las que supuestamente protegen, no se deslindan de la misma racionalidad.

[1] Frente a la crisis de la guerra de Irak afirma Campmany: La primera prueba de este giro ideológico la ha dado Bob Woodward en su tercera entrega sobre la guerra de Bush, State of Denial, donde revela que Bush despacha cada vez con más frecuencia con el gran pope de la realpolitik,Y por supuesto el más importante intento de darle una salida supuestamente realista al problema de Irak lo constituye la reciente aparición del informe del Grupo de Estudio sobre Irak. CAMPMANY en http://www.gees.org/articulo/3366/
[2] Henry Kissinger, de 83 años, quien, después de insistir el 30 de octubre pasado en la cadena de noticias de Murdoch, la Fox News en la necesidad de no retirarse, unos días más tarde, en la BBC, declaró estar convencido de la imposibilidad de ganar la guerra de Irak. Ibid.
[3] Disraelí (Londres, 1804-1881) fue premier inglés líder del conservadurismo, oponente acérrimo del idealismo liberal inglés.
[4] "Una paz realista sólo puede alcanzarse mediante la fuerza". http://www.clarin.com/diario/2007/08/19/elmundo/i-02601.htm
[5] Es posible que haya llegado la hora de los realistas, pero la de los de verdad. Y es seguro que ni Richelieu ni Bismark serían hoy partidarios de retirarse de Irak. Kissinger aceptó perder en Vietnam porque el pueblo norteamericano había dejado de desear la victoria. En Irak, vencer es todavía la voluntad de la mayoría de los ciudadanos de aquel país y Bush tiene la obligación, tanto por exigencia moral como por frío cálculo realista, de hacer todo lo posible para lograrlo. Todos nos jugamos mucho en que lo consiga. CAMPMANY en http://www.gees.org/articulo/3366/
[6] El realismo político sostiene que la política, como la sociedad en general, está gobernada por leyes objetivas que encuentran sus raíces en la naturaleza humana… La naturaleza humana, en la que se enraízan las leyes de la política, no ha cambiado… (Morgenthau: 43)
[7] El proyecto modernista según Morgenthau, propende a una razón filosófica evolutiva que simplifica como esnobismo, las tradiciones y soluciones históricas válidas de antiguas racionalidades. Por eso las opciones políticas no se pueden medir ideológica o motivacionalmente sino que responden a la necesidad política del propio interés, inherente y demostrado tradicionalmente en la naturaleza humana. En tanto los mitos fundantes son parte de todo ese entremado cohesionador y movilizador, podríamos afirmar con Morgenthau que el mito no desaparece, pero sí nos deslindamos de que haya razón de su existencia en el determinismo de la naturaleza humana, ya que el mito sufre inversiones de sentido según las condiciones objetivas en que se inscribe, como daremos cuenta durante este trabajo.
[8] El mito de Prometeo resulta ser un claro ejemplo de dichas inversiones, explican el concepto del trabajo en la época griega. En Hesíodo, el castigo para la osadía de Prometeo será, como pasa en el génesis bíblico, la necesidad de trabajar una vez la tierra es despojada de su fertilidad, el que hacer maldito de los hombres. En Esquilo y Platón, este Prometeo es pensado desde la racionalidad humana y no desde el castigo divino: Prometeo el padre de las artes quien se ve atacado por Zeús y sus secuaces Kratos y Bias (catástrofe) quienes aplastan el trabajo del humano. El Prometeo de Platón es, en un nuevo giro de la racionalidad, un administrador de la tierra que avala la práctica de la democracia ática en tiempos de Pericles, de incluir a los hombres de oficio en el gobierno de la polis. En la inversión del mito hay una clara adecuación a las condiciones objetivas que le sirven de marco.
[9] La forma de autoprotección del mito es a través del ritual como lo enuncia Fabián Salazar Guerrero: Independiente de si el tiempo se considera circular o lineal durante el año se establecen “días sagrados” que hacen presencia de la memoria que recuerda y conmemora los mitos fundantes de un pueblo (Salazar: 2). Tales “días sagrados” se establecen a través de prácticas rituales entendiendo como rito: un conjunto de acciones y eventos en los que predomina el orden. Cualquier elemento que introduzca el sentimiento de anomalía o ambigüedad es considerado sucio, porque atenta contra la pureza del rito. (CEREC: 91). Estas sobreestimaciones del ritual, son aprovechadas en muchas ocasiones, para manipulación, al punto, que la afectación de su pureza o pérdida del orden  puede entrañar peligros como actos de histeria colectiva. (Vega, 2006: 20)
[10] Benedict Anderson habla de la “sensación” de que el mito fundante se ha mantenido intacto más allá de toda circunstancia y determinación geográfica, parece de forma natural que todo lo que conocemos se hubiese creado en ese punto de origen. El espíritu alemán de Hegel no es sólo un punto de partida, sino el punto hacia donde debe dirigirse la nación alemana, como perfeccionamiento del mito (idea absoluta).
[11] Vernant destaca que Zeús, además de representar Poder y Fuerza, a través de sus matrimonios con Metis y Temis, vendrá a ser la fuente del Orden y la Justicia. Su antagonista será Prometeo (evasor) quien encarna la astucia y el cálculo. (Neffa: 20)
[12] La continuidad en la política exterior no es una cuestión de elección sino de necesidad, ya que deriva de la geografía, del carácter nacional, de la tradición y de la distribución real del poder; factores que ningún gobierno es capaz de controlar pero que no puede olvidar sin temor a fracasar. (Morgenthau: 34). La objeción de Morgenthau  contra el liberalismo es que éste lucha por cosas abstractas y lo compara con países que luchan por políticas concretas: Durante la Primera Guerra Mundial, los alemanes luchaban por “un lugar bajo el Sol” para Alemania y los aliados por la democracia, la autodeterminación nacional y la paz permanente. Alemania y Japón comenzaron la Segunda Guerra Mundial para dominar el mundo mientras sus oponentes democráticos tomaron las armas para conseguir un nuevo orden social (Ibid: 40)
[13] Los mitos fundantes suelen plantear tautologías como: la revolución gloriosa fue pacífica, debido al carácter civilista de los ingleses y el carácter civilista de los ingleses se fundó durante la revolución gloriosa fue pacífica.
[14] El caso de la reina celta Medb, figura del Taín reconocida por su fuerte carácter, su habilidad para los negocios y su concepción explícita de la sexualidad, quien después fuera convertida por el relato mítico, en la antagonista del Rey Arturo y del Mago Merlín.
[15] Morgenthau afirma: La ecuación alegre entre nacionalismo concreto y los consejos de la providencia es moralmente indefendible.
[16] Agregado mio.
[17] Varias referencias bíblicas acompañan a la noción salvífica frente al terrorismo. El tanque insignia en la guerra de Irak se denominaba M1 Abram tank, así como el avión que transportaba bombas se denominaba Samaritano. En los años 80 existía un submarino atómico estadounidense denominado Corpus Christi. Así como Reagan impone la nomenclatura bíblica para denominar sus armas letales. (Hinkelammert, 2003: 12-16)
[18] Corresponde a esto la descripción de supuestos submarinos “indetectables” de los soviéticos, que es el fortalecimiento del monstruo de las aguas, el terror a las profundidades: The Sea Monster, película popular en la época, el monstruo del lago Ness, la persecución por parte de Nemo del monstruo que resulta ser un submarino en la novela de Julio Verne, En la novela 'Moby Dick', publicada en 1851, el autor Herman Melville narra una batalla a muerte entre una ballena y un calamar gigante, cuyos tentáculos se retorcían "como un nido de anacondas". Los misteriosos calamares gigantes, conocidos por su nombre científico de Architeuthis, han formado parte de los mitos de la antigüedad griega.
[19] La lógica del martirio higienizante y los anhelos fascistas, construye para sí una cuota de cotidianidad de odio, miedo y frustración. La siguiente cita está en el marco de análisis de las torturadoras y torturadores espontáneos, es decir, de aquellos y aquellas que sin tener la función “oficial” de la tortura, fueron al Estadio de Santiago durante el golpe chileno, a unirse a tales prácticas. Afirma Cortazar:
Toda tortura – que es básicamente una vejación – constituye una venganza del torturador por haber sido a su vez vejado… No es una venganza personal, porque el torturador no sabe casi nunca que también él ha sido vejado… y nuestras sociedades son las que hacen del hombre, de eso que se llama un ciudadano, un ovillo de frustraciones, complejos e insatisfacciones que llegado el día serán los alicientes del fascismo. (Cortazar en: Vega, 2006: 50)
[20] Incluso los neoliberales critican esta clase de pragmatismo como es el caso de Keohane: Tratar de comprender la conducta estatal por simple combinación de la teoría realista estructural basada en la distribución del poder y la riqueza con la acentuación de la elección que hacen los analistas de política exterior, sin comprender los regímenes internacionales, sería como tratar de dar cuenta de la competencia sin molestarse en evaluar si sus líderes se reúnen regularmente… o si han desarrollado métodos informales de cooodinar… (Keohane: 43) Aunque los interdependentistas y pluralistas neoliberales olvidan que Wolfowitz, neo-cons por excelencia, fue presidente del Banco Mundial.
[21] Somos una fuerza militar sin paralelo, tenemos el derecho de actuar en todo el mundo para imponer la economía de mercado y garantizar la seguridad energética y podemos atacar a quien consideremos una amenaza o cualquier país que pueda convertirse en una competencia militar. Citado por KOULLMAN en attac-informativo@attac.org.28.3.2003




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