martes, 27 de octubre de 2009

EN LA DETESTABLE MENTE DE CARLOS MELENDEZ EN LOS DÍAS EN QUE EMILIA ENTRISTECIÓ SU CORAZON




¡Emilia! Como un avión gordito que vuela con rostro humano en un programa infantil, tan aparatosamente rosada, llegó con su vigor virginal hasta la tienda, tomó lo de siempre en sus manos moradas y después, como acostumbra, tropezó su avión en tierra con la respiración flotando por encima de toda tormenta y el sudor siempre a la orden, surtiendo sabores salados a todos los productos que toma y deja en medio de su indecisión exasperante.
Yo le pregunté: Emilia cómo está
Bien bien, me dice entre ahogos y mocos “ad portas”
Emilia, gigantesco encanto violaceo, aeroplano de juguete, no manosees las frutas
Señor, usted qué cree que va a pasar con la lluvia
Ay Emilia, yo veo esto muy seco  ¿va a llevar los tomates o solo los va a magullar?
Es que si los llevo muy rojos, se pierden rápido -  observé que tenía una pierna golpeada
¿Y es que su mamá le pega todavía Emilia?
No
Emilia continuó estropeando mis tomates, pero yo me sentía contento con ese sol y con ese cielo tan azul y con ese tono de parque que tenían las calles y con esas escenas de las que prescindo pues han sido ampliamente descritas en la literatura.
Cuándo se va a casar Emilia, no es bueno que ande sola y a su edad
¡Ay no, para eso tengo a mi mamá!
Recogió sus humores y salió del local con un ta´luego casi indigesto, borbotó sobre el calor y el aura temblorosa que la rodeaba la hizo una con el pavimento ardiente del pueblo en verano. Yo me quedé concentrado hasta que su ausencia aumentó desmesuradamente y se disolvió entre las ondas de calor y mi congestión mental, y no sé por qué extraña razón del clima sentí una nostalgia profunda, como si presenciara una esquemática escena de caminantes que se van para no volver y pensé en la mujer que había puesto accidentalmente a Emilia en el pueblo, alguien que jamás había calculado su presencia, una mujer baja y enjuta quien debió sufrir pariendo a ese pequeño y desabrido elefantito y paradójicamente debió denominarse “madre”.
......
Entró un niño. Todos en ese pueblo eran mocosos de color visceral con paños de rojo manchado y unas horribles pecas moradas en los labios.
Que un tarrito de aceite - Extendió su mano marrón violácea con un manojo sudado de monedas para compartirme la humedad de su carrera loca hacia la tienda. Me dio fastidio verlo con su motoso y grueso suéter traído de la isla de las pulgas, de las casas amarillentas, de la raza mocosa de morenos de pelo lizo.
Tome ¿necesita algo más?
No
Dígale a su mamá que le limpie los mocos ¿no le fastidia?
Meneó la cabeza y pegó un sonoro sorbido rematado con la manga del suéter
¡Eso fue asqueroso! ¿Es que su mamá no le ha enseñado a sonarse?
El niño se enderezó y abrió sus ojos rasgados, sus manos rechonchas sujetaban el tarro de aceite como si se tratara de un cirio y quedó pasmado como una tarjeta navideña, creí que le había hablado en otro idioma porque dobló mi comentario y se limpió el resto de los mocos con él, se dio media vuelta y salió corriendo, pantalones sucios de pana y todo, a derretirse ante mis ojos como sucedió con Emilia.
Mi hermana apareció en la tienda con su enorme panza por la puerta de atrás, maldiciendo al invisible padre de sus criaturas, asqueada de bochorno, de olor a papa, de gusanos.
¡Estoy  harta! miró su barriga con desprecio
¡Uno no debe sentir desprecio por los hijos! - respondió Santos, quién acababa de entrar a la tienda. Santos y mi hermana se azufraban desde adolescentes, cuando ella lo despreció públicamente en la escuela. Santos pusilánime de nacimiento, exacerbó esa cualidad en la época en que persiguió a Mercedes y ella le pateaba la poca autoestima con saña. Mercedes solía una muchacha juiciosa. Nadie sabe como resultó embarazada pero eso sí, vino a dar a luz y a abandonar a los gemelos en manos de mi madre. Solía ser bonita, así, blanca, con unos rizos negros y un sonrosado parejo y gracioso, no como el sonrosado de los indios. Yo la adoraba, era como una epifanía en medio de tanto indio violaceo, yo juraba que me casaría con ella. De torpe y confiada infancia se lo declaré a Mercedes y desde entonces me ha despreciado.
Ni siquiera miró a Santos y como si este jamás hubiese existido, ella se entró de nuevo a la casa con un par de cebollas en la mano.
….
Santos se dobló de dolor.
Santos se había mal casado con una tal Concha y en menos de nada, la india le había cargado con dos niños genéticamente mugrientos. Santos, recurriendo a las pocas reservas de sentido común que tenía en el cerebro, se había separado de ese esperpento pero ella le atosigaba con la mensualidad con la misma puntualidad con la que menstruaba.
¡Al menos usted no tiene mocos en la narizota Santos!
¡Ja! A burlarse de su abuelita Meléndez
A mi no me habían casado todavía y eso que yo era de la estampa de mi familia, blanco de pelo negro, estudiante de derecho de una prestigiosa universidad, con las cejas pobladas, un poco bajo pero bien plantado, nacido equivocadamente en ese pueblo de mierda. Mi mujer estaba escondida en la ciudad, una Magnolia bendita con su sexo siempre a la orden y su delgadez dietéticamente determinada, algo nada despreciable en esta sociedad rechoncha de mi país.
Yo sabía que era guapo, no era difícil serlo. Cuando llegaba la hora de la salida de las normalistas, movía mi asiento hacia la puerta y entonces, ponía mi rictus de seriedad intelectual y abría el libro de turno. Por el rabillo del ojo veía las sonrisas de las muchachas y sentía el calor de 30 mejillas rosadas juntas chisporrotear comentarios y suspiros.
¿Me da una galleta y una gaseosa?
¿Qué sabor? con acento de ciudad
Naranjada sonrisita
Las naranjadas al clima del pueblo son  de color tierra por efecto del envase cubierto de polvo y las galletas octogenarias provienen de un mostrador habitado por terrones de azúcar vieja y una que otra cucaracha. Continúo leyendo
¿Cuando llegó? Alzo la vista para verificar quién osa trasgredir mi impostura intelectual.
Llegué hace tres días
¿Y no va a tocar esas canciones que siempre toca? Las del tal Silvio Me preguntó la más grandecita y remató
Deberías enseñarme a tocar
La miré con detenimiento, era una morenita simpática de pelo negro largo y uniforme azul.
Claro, cuando quieras Las demás se rieron mientras yo volvía a no concentrarme en mi libro
Pues yo quiero ahora
Dónde ¿Aquí?
Si, o ¿dónde más? Dijo con ironía
Pero la guitarra la tengo adentro
Pues adentro ¿No?
Las demás me miraron con expectativa
Pues bueno…
La llevé a un cuartito auxiliar de la tienda porque obviamente, no iba a dejar que la viera Mercedes, aunque Mercedes, imagino yo, sabía de mis andanzas por efecto de mi popularidad. No me pregunten más. Para el que sostenga la teoría de que estoy enamorado de ni hermana  ¡se equivoca! sencillamente y de eso darán cuenta algunos otros colegas, hay una clase de mujer frente a la que algunos hombres nos sentimos insólitamente avergonzados y mentimos y ¡ya! No pienso ahondar en el tema.
Al salir de la “lección” la muchacha sonrió y me dijo que volvería mañana por otra. Las demás estaban esperándola con sus risitas, cerraron filas en torno suyo como si se tratase moscas revoloteando al alrededor de una panocha de azúcar. Emilia también estaba en la puerta, con una mirada de horror en los ojos, supongo, por haberme descubierto con la “muchacha grande”. Emilia estaba enamorada de mí.
¡Emilia! Qué se le ofrece
Una libra de sal
Emilia me escudriñaba con los dedos entrelazados y la mirada baja, estaba a punto de derrumbarse.
Por qué está llorando Emilia…
Es que se me olvidó llevar la sal y mi madre me pegó
¡Emilia! Las muchachas seguían atentas el relato usted tan grande y se deja pegar de su mamá
Emilia las miró avergonzada y metió la mano al bolsillo de una falda florida y descolorida y con el puño cerrado, estiró su mano para darme el dinero pero la “muchacha grande” la interrumpió, tomó el dinero de su mano y me dijo:
Déle la sal y a mi déme una gaseosa, tengo mucha sed. Me pasó el dinero de Emilia para pagar la gaseosa.
Tenga Emilia miré a la “muchacha grande” con desprecio y le di la sal a Emilia.
Emilia, sollozando aún, salió rápidamente de la tienda. Volvió a irse con el calor de la tarde y mi corazón se acongojó como la primera vez de la mañana. ¡Era tanta la lástima que sentía por Emilia!
…..
¡Mercedes! – gritó Santos – si usted quiere yo puedo ser el padre de sus hijos
¡Ni cagada que estuviera! – respondió mi hermana
Santos salió desolado de allí y con desgano me confirmó para la fiesta del Colegio Agrícola
…..
Por qué no está en la puerta como siempre…
Porque hace mucho sol
Y como es tan blanquito se quema ¿cierto?
A qué vino
Por mi lección
Mercedes ni se fijó que la “muchacha grande” me estaba hablando y entró a la casa desesperada, con su letanía de maldiciones al padre de los gemelos.
Al cuarto entonces…
….
¡Emilia! Emilia no había venido en una semana, pero cuando llegó ese día traía un sol en sus espaldas. De repente me pareció más liviana que de costumbre con su traje de colores que sólo hasta hoy le sentaba bien.
Que tal Emilia, por qué no había vuelto, está muy bonita hoy
Emilia pareció adquirir su peso habitual de manera instantánea y bajó la mirada.
Vengo a comprar naranjas
Hágale Emilia, son todas suyas
Mi madre entró al local, se acercó a Emilia y la saludó con mucho cariño, gesto poco habitual en la respingada de mi madre y entonces le preguntó algo al oído. Yo notaba que mi madre se había ablandado con los años, pero nunca habló de eso ni comprendí de qué se trataba su nueva táctica con los lugareños. Emilia asintió y escogió unas dos docenas de naranjas que echó en un bolso gigante de plástico.
Su madre me dice que las podemos llevar gratis.
Si ella lo dice, no hay problema Emilia
Y a Emilia se la llevó esa mañana el despiadado sol clavado en el concreto y yo sentí nuevamente una tristeza que me empezó a preocupar
….
Decidí llamar a Magnolia bendita para verificar que mi corazón o al menos, mi apetito sexual le seguían perteneciendo. Magnolia bendita al teléfono parecía una ramera de alguna “hot line” para posmodernos. Yo creo que se expresaba así, malabarísticamente ardiente, cuando había testigos que dieran fe de su desinhibición. Hablaba de de clítoris, de orgasmos, sexo tántrico y nirvanas de forma tan desenfada como histriónica. Toda ella era teatro, Magnolia bendita era un personaje que ella misma había confeccionado. No había círculo social en la universidad que no la reconociera, ella vociferaba de sus militancias cambiantes y sus excéntricas causas humanitarias que jamás sobrepasarían los performances nudistas y más de una noche con algún gerente de alguna ONG. Ningún evento se inauguraba sin ella. Las mujeres la odiaban porque era libre y amiga de hombres ajenos y a los hombres les fastidiaba su pose intelectual, su parafernalia retórica jamás disminuida del trans, meta, inter y todos los prefijos necesarios para convencernos de su imbecilidad. Magnolia bendita inventaba juegos sexuales llenos de seudo rituales indígenas que no me excitaban, pero sí me divertían. Yo acababa fingiendo los orgasmos mientras ella gritaba en un dialecto que había aprendido en alguno de sus viajes (tal vez tres o cuatro palabras) para convocar algún espíritu, que según ella la acompañaba.
Regresé a la tienda con el sabor de un sexo herido telefónicamente.
….
¿Usted cree que si yo consigo algo en la ciudad, Mercedes tal vez quiera vivir conmigo?
Santos, ¿usted es huevón o qué? No ve que Mercedes no lo quiere ¿Acaso va a abandonar a sus hijos? Concha es capaz de buscarlo en la ciudad y machacarle las bolas
Yo no voy a abandonarlos, cuando yo consiga trabajo me los llevo para la ciudad.
Y qué piensa, ¿que mi hermanita los va a adoptar? Si no quiere ni a los que tiene en la panza…
Mientras Santos hablaba, salieron las muchachas de la Normal. Yo venía dándole “lecciones” a la recién bautizada “muchacha grande” durante toda la semana sin falta y en el entretanto, su grupo de mosquitas cuidaban la tienda. Ese día se acercaron a comprar las garrudas galletas de siempre pero no vi entre ellas a “muchacha grande”, entonces les pregunté.
Su amiga, la de las lecciones, ¿no vino?
Y las mosquitas se rieron y se dispersaron como si hubiesen sido espantadas por un mosquitero. Mi madre estaba parada detrás de mí con un mosquitero, mientras Mercedes se espantaba las moscas con la mano. Mi madre bajó elegantemente el mosquitero y mató a una mosca con muerte feliz, inmediatamente sonrió suavemente cuando vio a lo lejos venir a Emilia. Emilia respondió caminando, me pareció a mí, a saltitos y la cabeza gacha, escondiendo una sonrisa transparente. Cuando llegó a la puerta de la tienda, mi madre la abrazó y con la mano tendida hacia su espalda regordeta, la llevó adentro de la casa. Yo le hubiera preguntado a Mercedes qué pasaba, si no hubiese sido porque no me habla desde que se enteró que yo estaba enamorado de ella.
A los pocos minutos salió Emilia y con su sonrisa como el agua  y se despidió. Yo la vi caminar más erguida y sólida, no sentí que el sol la pudiera derretir de nuevo y mi corazón se llenó de un quebranto indescriptible pero sobre todo, inexpresable y vergonzoso.
….
Por qué tan contento Santos
¡Se me arregló la vida!
De la puerta de atrás salió Mercedes, altanera pero con los ojos brillantes y el rostro limpio y su inmensa barriga y… una maleta.
¿Nos vamos Santos? Dijo Mercedes mirándome con desprecio
¿Para dónde se van? ¿Cómo así? Pregunté desconcertado
¡Pues que Mercedes se va para la ciudad conmigo! Contestó Santos dichoso
Por primera vez en muchos años, me dirigí a Mercedes para inquirirle violentamente
¡Se enloqueció! ¡Está borracha o qué!
Entonces Mercedes se dirigió a Santos y le preguntó
¿Es verdad que Carlos aún está enamorado de mí?
¡Por supuesto! Todo el mundo aquí lo sabe, todo el mundo, desde que éramos muchachos
Mercedes me miró con toda la muerte de sus ojos timbrados de odio y me dijo:
¡Eres despreciable!
Salí corriendo a detenerla y la así de un brazo
¡Mercedes, estás loca! Y tu desgraciado hijueputa, si te llevas a mi hermana ¡te mato!
Vez que no te miento- Le dijo Santos a Mercedes  
Mercedes volteó a mirar hacia la tienda y sonrió y yo giré para ver. Era mi madre salida de algún capítulo, recta asintió con alegría a Mercedes y le otorgó una lenta bendición. Dio la espalda y entró a la casa. Mientras eso sucedía Mercedes emprendió velozmente camino de la mano de Santos hasta que el pavimento ardiente los derritió. Mi corazón se quebró, estaba sumido en la desolación, yo amaba a mi hermana, pero no como ella creía, cuando llegó a la ciudad a estudiar se fue a vivir conmigo, pero siempre aseguraba la puerta temiendo que la atacara. Sabía que era buena estudiante porque lo averiguaba por ahí y eso hacía que me sintiera peor por su desprecio. En los dos cumpleaños de ella que pasamos en la ciudad, le compré un pastel y lo dejé su cama.  Le regalaba ropa interior o medias o lo que me daba cuenta que le hacía falta. Al final del semestre Mercedes no regresó a casa por muchos días. Yo la busqué como un desquiciado y no tuve el valor de llamar a mi madre, para no preocuparla a causa de mi descuido. Al cabo de dos semanas Santos me llamó para contarme que Mercedes estaba en el pueblo y yo llamé a mi madre para preguntarle qué había pasado, pero mi madre estaba enferma de las amígdalas y no le salía voz, me contestó Emilia quien cuidaba de ambas invitándome a no preocuparme porque no era algo grave. Un mes después, Santos me llamó de nuevo y llorando para contarme que Mercedes estaba embarazada.
…..
Me quedé tirado del dolor entre el camino de Mercedes y Santos y la tienda y la armonía ambulante de mi madre, cuando alguien me tocó por la espalda, era la “muchacha grande” y sus moscas:
Hola profe
Yo no le quise contestar, ni siquiera tenía curiosidad de saber por qué no había vuelto.
Imagino que ahora que se le fue la mujer, no querrá darme lecciones
La miré con rabia, pero lejos de asustarla ella se rió… ¡a carcajadas!
Y se le fue con los hijos… remató, Santos se le robó los hijos a Concha, porque todo el mundo sabe que los hijos de Concha son de usted, al igual que los de Mercedes.
Mientras la oía hablar, sentí que corrían lágrimas de rabia por mis mejillas. Entonces las moscas se rieron y rodeando a la reina mosca emprendieron el vuelo siniestro hacia el abismo por donde en este momento yo estaba cayendo.
….
¡Emilia! El corazón me saltaba al verla con un par de hebillas pequeñas sosteniendo el desmesuradamente largo cabello que le llegaba debajo de la cintura. Habían pasado milenios desde la última vez. Emilia no parecía caminar sino dar brinquitos entre los rayos del sol y mis ojos entrecerrados. No había querido volver a la ciudad, nunca más había vuelto a hablar con Magnolia bendita y a ella no parecía preocuparle saber de mí. Las monjas habían prohibido a las normalistas acercarse a la tienda debido al escándalo del incesto regado por ahí por Concha, la mujer quien afirmaba que los hijos no eran de Santos sino míos y que como me odiaba tanto, prefería que él los alejara de mí ¡Valiente venganza! ni siquiera podría distinguir a la tal Concha, menos me importaba si alejaba mis hipotéticos hijos de mí.
¡Emilia! Emilia me sonreía en la distancia, su cuerpo sonrosado parecía una sandía espléndida y su boca reseca me invitaba a extraños besos. Su nariz no tenía mocos, era rosada, casi roja, pero era un montículo de alegría. Temí tanto su abandono que entonces, muy emocionado, salí por primera vez en mucho tiempo de la tienda a su encuentro en la mitad de la calle.
¡Emilia! Pensé que no volvería a verla
Es que estaba otra vez con mi mama, ¡es que está tan enferma que ya ni me puede pegar!
Pues ojala no le siga pegando Emilia, porque si lo hace me voy a enfurecer muchísimo
No don Carlos, créame que no me va a pegar más
Entonces, a eso se debe que yo la vea cada vez más bonita
¡Ay don Carlitos!
¡Ay Emilia! No deje de decirme don Carlitos que es como si sacara el sol del bolsillo de su bonito vestido de flores, me hace sentir como si fuera el dueño suyo. Emilia había despertado inexplicablemente el sentido de lo cursi en mí, yo quería abrazarla y rogarle que nunca más se alejara, que jamás dejara de ir a la tienda, que jamás…
¡Ay no más don Carlitos!
Emilia, por qué no sigue y se toma un café conmigo
¡Uy no! ¿Al cuartito donde llevaba a la señorita de la normal?¡Qué pena con su mamá! ¡Qué pensará ella, que yo quien sabe que soy!
¡No, no! no Emilia, como piensa siquiera que yo podría hacerle algo así…
¡No, don Carlitos! Si no más yo pongo una patita de pa dentro de su casa y la fama ¡me la gano yo! Y pese al carácter de su sentencia, me regaló una de esas sonrisas transparentes. Con ese permiso iba a proceder a la aplicación de mi fórmula mágica infalible que funciona con tod…
De todas maneras, don Carlitos, yo no creo que sea muy prudente
¿Por qué Emilia? ¿Por qué dice eso? con usted es diferente, yo a usted jamás le faltaría el respeto, si usted es la persona más bonita que yo conozco.
Don Carlitos, mire, lo que pasa, para serle sincera, es que yo ya me voy a casar con otro hombre ¿si me entiende? discúlpeme don Carlitos, yo no lo quiero hacer sufrir.
Mi ego enfurecido contestó: Por qué no me quiere Emilia, yo la he extrañado mucho, usted es la persona más importante en mi vida en estos momentos.
No, yo si lo aprecio, lo que pasa es que, sin querer ofenderlo…. Es que usted no me gusta, es muy blanco, ¿sí me entiende?  Es todo flacucho, eso usted no aguanta ni un ventarrón, parece que nació siendo muy enfermito don Carlitos, porque es así desde chiquito, se pone diez  minutos al sol y parece como un tomate y usted no engorda y eso que come más que mi futuro marido ¿padece usted de algún mal?
Me quedé pasmado como si no pudiese comprender el angosto sentido práctico de su resolución.
Eso, lo mejor es que me vaya… Sentenció con gran pesar hacia mí al sentirse imprudente.
¡Emilia! Emilia se la volvió a tragar la lava de pavimento, ese río negro que comunica mi vida con el mundo, giró apenada pero erguida y siguió a los saltitos hacia la invisibilidad. Toda su humanidad gruesamente bella y aterciopelada fue capaz de despojarme de sus ojos rasgados y su sonrisa acogedora, qué crueldad la de Emilia, cuanto dolor puede infringir una mujer en un hombre. ¡Emilia! ¡Me rompiste el corazón!

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