martes, 27 de octubre de 2009

Las cosas silentes y sus usos



A los espectros de Recetor-Casanare.


A mi me tienen que servir con tenedores de plástico, porque con los años uno se va volviendo inflamable, por supuesto, quién no sabe esta profunda verdad. Ahí estaban mis tenedores desechables, muy bien colocados al lado de la conversación, encima de una mesita de vidrio.
Me sentí bien, no temí estirar la mano para servir la conversación en el plato de plástico, algo de utilería de las fiestas infantiles de los años 80. Comúnmente mis brazos siempre quieren llegar más allá de la piel y esas tensiones son terriblemente dolorosas, había perdido toda voluntad de quebrar el campo de fuerza que me apresaba. Pero estaba tan apetitosa la conversación, tan llena de aromas olvidados, que decidí asumir la enorme tarea de servirme un poco y pensar. Pensar mientras se mastica ¡qué tiempo perdido! Los pensamientos van al orden rítmico de la masticación, ascienden en la memoria cuando se relajan las mandíbulas y se destrozan cuando ésta tritura los alimentos. Mastico con sumo cuidado o si no me agobiará después un terrible dolor de cabeza.
Esta vez, más valiente que nunca y animado, tomé la tajada jugosa de conversación y me dirigí atento a mis interlocutoras, unas jóvenes muy arregladas, casi niñas vestidas como adultas, totalmente frugales y gentiles. Pensé, al dar el primer mordisco, en la enorme distancia que existía  entre este jardín de jovencitas hechas adultas a fuerza de estar terminando su carrera universitaria y aquellas muchachas descuidadas, espléndidas, las que suelen tener rostros de mujer desde que nacen, siempre preocupadas y diligentes, cuyas explosiones amedrentan a cualquier infeliz y desconcertado mercenario de época. A mí me alegraba la disposición feérica de estas muchachitas, la curiosidad académica por una historia que para ellas, sucedió en los lugares inexistentes de la precocísima demencia senil, del ahora enano que tienen enfrente.

Play

-          Habían una organización de mujeres en aquella región, casi todas de la edad de ustedes.

Stop

Las mujeres de aquel lugar, tenían rastros de piel antigua sobre el rostro, pero entre todas no superaban los 200 años sumados, hablo de unas 10.
Pausa necesaria para destrozar esto con las mandíbulas

Play

-          Eran mujeres muy dinámicas, valientes.

Stop

Ellas eran como una máquina aplanadora triturando excusas y desalientos y no había manera de mediar razones con ellas, no era posible ni deseable evadirlas.
Café para bajar los trozos de pensamiento

Play

-          Yo solía ser un hombre, ustedes entienden, solía pensar que era un hombre.
Pero obviamente las muchachas no entendieron.
Stop
Aquella máquina de muchos brazos, muchas piernas, muchas narices, muchos ojos, pero sobre todo, muchas bocas inflamadas de euforia, era un poco más que una visión apocalíptica, era un solo aparato disímil, exuberante, con brazos extendibles a cada casa, a cada rincón veredal. Supongan que todo aquello que abstraemos para mantenernos higiénicamente intactos se hace cuerpo, una máquina de carnes corriendo, abalanzándose alegremente hacia nosotros, destrozando la fuente de las ideas para ser encarnación.
La conversación sabía a naranjas de cuatro vientos.

Play

-          Porque estas mujeres tenían al pueblo organizado y entonces hacían unos parrandos memorables para colectar fondos.
Era una odalisca: las casas se prendían en menticol, agua y jabón, los radios se llenaban de combustible y estallaban con joropos de todos los calibres, la gente brotaba como un nacedero de agua y yo rezaba en mi habitación, absorbido por esta necesidad de ahorrar todas las energías posibles para cumplir con miles de tareas inútiles, pidiendo que nadie me viniese a convidar, me distrajera de este intento falazmente discreto por alcanzar la estatura de algún dios.
Vuelvo a destrozar con mis mandíbulas y por imprudencia salpico letras al rostro de las universitarias.
Stop/rewind/play/stop/play
-          Yo evitaba, debido a mis obligaciones, porque si me convidaban...
Porque si me convidaban y yo estaba allí justo para dejarme encontrar, entonces saltaba ansioso a reírme, a llenarme de aquella urgencia que acometía a esa voluntad de máquina, al descontrol de brazos y piernas que componían esas mujeres sólidas, de tierra pisada sembradas, como muchas casas, en medio de terrenos imposibles para cualquier otro tipo de edificio.
Stop/rewind/play/stop
Las muchachas no me entendían, yo tampoco entendía el jugoso sabor de aquella tajada de conversación, conversar era algo tan amargo y dispendioso desde hace tantos años que había decidido no hablar más, con tal de no tener que después reacomodar la mandíbula. Pero esta vez me animaba la apariencia lozana de los alimentos y la apariencia lozana de las muchachas haciendo la última tarea de la universidad.

Play

-          Yo no sé si ustedes conocen cómo es una casa campesina por dentro o hayan estado en un parrandón llanero, porque si no, voy a tener que entrar a describirles cómo era aquello.

Terminé la descripción/Stop

De mi cuarto a la luz había una casa inmensa de por medio, las arañas solían dormir tranquilas sobre mi cama y yo apenas apreciaba la luz peligrosa. Las figuras se veían desde la puerta saturadas de luz, solarizadas. No se veían los rostros, sino una huella radiante vestida de camisetas rojas, pantalones sin torso cuyas camisas se revolvían con la luz, y medios brazos morenos sueltos por aquí y por allá, los niños como manchas de amarillo, aparecían y desaparecían a una velocidad inconcebible, la música no respetaba rincón alguno, nadie podía quedarse tranquilo en su casa, ni siquiera mi timidez importada de no se qué hogar para taimados.
La muchacha sostenía una grabadora diminuta, de esas que ya no usan casetes, mientras las otras procedían a hundir los tenedores silentes en mi memoria. Aún comían como extranjeras un bocado desconocido de historia, exótico, lejano, que nada tenía que ver con sus dietas.

Play

-          Estas mujeres habían puesto un cartel inmenso en la caseta de la sede de acción comunal.
Las diez mujeres habían congregado a la gente para una de esas tantas cosas bailables, y era tan bailable, tan bailable que no teníamos otro remedio que salir a bailar. El suelo se desplomaba bajo los pies agruesados a punta de llano y más llano acumulado en las plantas. Había un cuerpo gigante que olía a lluvia posándose sobre la caseta de tejas de zinc y una de las mujeres, temiendo que aquello fuese finalmente silenciado por un desbordamiento mayor, corrió hacia donde estaba el sonido, evadiendo con tal agilidad a la gente, que para ese momento era ya un solo ritmo de zapateo y coquetería. Me fue imposible seguirle el rastro. Y la música subió, entre la lluvia y los amores, la revancha contra aquella que nos engañó y que volverá algún día arrepentida, la adoración al llano y los ríos, hasta la habitación más estéril de mi memoria, para llenarla de tiempos multitudinarios.
Me sentía más parte de la lluvia y de todo lo que sucedía afuera del zinc, pero igual, eso a nadie le importaba. Me traían sin respeto alguno a su mundo de zinc, me tomaban de la mano y me zarandeaban como si fuera un muñeco de trapo y bailaban conmigo, pues yo no bailaba y se reían de mí y yo me reía de mí al mismo tiempo y cada risa provocaba más y más vehementes risas. Cuando podía dejar de lado los rostros, pensaba en mi torpeza y entonces, sabiéndola felicidad, me desinhibía. Las diez mujeres terminaban haciéndome coro y sirviendo más de aquello y de lo otro, sólo para verme bailar con la una, con la otra, con el marido gracioso que le gustaba darme vueltas mientras zapateaba a mi alrededor.
A semejante altura se consumía ésta, mi citadina incapacidad de amar, la comprensión de “todo” superaba mi propia manera taxonómica de mirar el mundo, bien aprendida en la universidad. Embriagaba todas las razones y las enviaba dando tumbos al pie de la cama de mis rezos y me entregaba con un cuerpo aún no marcado por la historia, mi propio y desconocido cuerpo a conocer el generoso y frugal cuerpo de mi Gloria.
Stop/alguien pregunta si dejan ésto/acuerdo favorable/ un poco incómodo/play
Una joven de aquellas me preguntó algo que yo no oí pero respondí pensando que tenían afán de conocer mi historia, como si la historia fueran solamente las desgracias, cómo si las personas pudiésemos ser solamente víctimas de las desgracias y ese fuera un “nuevo papel dentro de la división internacional del trabajo” (para citar a un viejo amigo con el que vivíamos discutiendo por divertimento), papel involuntario que me confiriere la fortuna de ser grabado para una tesis en una grabadora sin casetes ¡y el parrandón! ¡y el asedio del amor! ¡y todo el contenido de aquellos bailes! ¡y todas esas escenas que merecen ser grabadas y que nadie se toma la molestia de hacerlo! ¡y respondí autointerrumpido, molesto!
-          Aída nació cuando Gloria cocinaba para la gente de Don Alveiro. Las otras nueve las habían matado, junto con treinta personas más, sólo había sobrevivido mi Gloria, porque no estaba en el pueblo y huyó a otro lugar.
Stop
La máquina yacía desparramada en el suelo, inerte, la habían despojado de su vigor, reducida a una violenta función, un divertimento torpe, tiroteada y dispersa. Ahora la maquina dislocada en mil piezas, era una montaña de partes blancas con manchas oscuras a la luz de la noche. Solo en la noche la sangre abandona su escandaloso matiz, para transformarse en una costra negra pegando tejidos, uniendo coyunturas, proporcionando a los cuerpos aparentes acuerdos aleatorios, cabezas de otros cuerpos, brazos con manos ajenas, vestidos, calzones huérfanos por aquí y por allá, un zapato que no puede huir, el juramento de un silencio que iba a colmar ahora el recorrido de la máquina en su versión fantasma. Una nueva cosa silente.
 Yo no había visto esto, había logrado esconderme en un monte sagrado, en el sagrado monte de la cobardía. Pero el olor que venía del pueblo me permitía reconstruir las escenas, había aprendido a reconstruir lo que estuviese fuera del alcance de mis ojos, agudizando el olfato, pues a la vista, desde aquel entonces, se le había negado la función de entender la ausencia.
Podría volver a repetirlo/no grabamos/ eso es importante/ play
La que tenía más iniciativa, se levantó de la silla y me pidió prestado el baño.
Stop
Yo sabía que la conversación no avanzaba al ritmo necesario, pero en este punto, en que los pensamientos son como pan seco, había que masticarlos con mayor precisión, había que cuidar los pocos dientes que le quedaban a la rabia...
Play
-          Uno nunca sabe cuándo pueda volver a necesitarlos... sí, sí, los dientes, uno nunca sabe cuando pueda volver a necesitar los dientes. Saber que aún se tienen dientes explica por qué se continúa vivo. Yo sé que esto es muy enredado, ya aprenderán a apreciar sus dientes, Bueno, no se preocupen, continúo..
Stop/rewind/play/stop/play
-          Ah sí, yo puedo decirles quienes fueron los militares implicados en la masacre y cuál fue la multinacional que les pagaba para proteger las instalaciones petroleras, esas cosas siempre se saben.
Procedí/ el stop no se activará en largo tiempo
-          Yo le pedí a un amigo que fuera a buscar a Aída, mi hija, pues a Gloria le preocupaba que la niña creciera en ese ambiente. Con el tiempo las niñas se convertían en la mujer de éste o la mujer de aquel, a Gloria le había tocado en efecto ser la mujer de uno de ellos, pero ella había decidido que Aída no iba a correr con la misma suerte. Y entonces me trajeron a la niña a la capital y hasta aquí la vinieron a seguir para ver si me atrapaban a mi también. Pero fuimos en extremo cuidadosos, después Gloria se vendría, pero traerse a Gloria era un poco más notorio que traerse a la niña. Tenía al marido encima, había que planearlo mejor.
Stop
No sé si puedan comprender esto que les voy a decir, pero igual se los digo porque ya no me interesa hacerme comprender, sino disfrutar de este plato de conversación que por primera vez en muchos años no me envenena. Cuando entró la niña a esa casa de donde no pude salir en mucho tiempo, yo sabía que venía algo del afuera que me recordaba que no estaba preso. Pero la cuestión iba más allá. Cuando me percaté de la manera en que Aída me miraba, supe que no volvería a ver más a Gloria. Aída había llegado para ser los ojos de Gloria, sólo para saber cómo me encontraba, cuál era mi estado de salud, si corría algún peligro o no, si aún la amaba como cuando nos sentábamos en el portal de la tienda para tomarnos la gaseosa y  escuchar el parpadeo de nuestros ojos.
Faltaba claro, el dato. Todos necesitan de los datos para darle consistencia a la taxonomía con la que la mayoría de la gente, ajena a estos dolores, comprende la vida.
Play
-          El 7 de Mayo, en el camino a Pueblo Viejo, fue la última vez que vieron a Gloria.
Stop/play
Una vez agregado el dato, Aída nos concedió el crecer rápidamente. Con los años dejó de ser Gloria, el alma se apaciguó y los rastros se disolvieron en el líquido salivar del alimento. La masticación se volvió menos pesada y más inconsciente y las presencias poblaron de nuevo los deshabitados lugares de mi casa. Pudimos tomar de nuevo los tenedores de metal, porque no nos íbamos a incinerar en el intento. Con Aída llegaron otras muchachitas de todos los tamaños y colores, eran como piezas de una maquinita de brazos y piernas buscándose para ensamblarse, sin dar con el plano ni con el manual de funcionamiento. Pero era igual que las diez mujeres, mil cositas pateando las excusas del mundo para no ser.
En este punto empezaba a escasear los alimentos.
-          Yo le contaba a Aída de las cosas que hacía su madre. Al principio no pareció importarle demasiado. Pero con los años, Aída se mostró más receptiva y empezó a indagar acerca de Gloria, acerca de mí, acerca de qué hacía yo en ese pueblo, por qué vivíamos escondidos. Yo le contaba lo que le podía contar. Pero yo sabía que Aída tenía una pregunta mayor, una cuestión impostergable.
Stop
Aída se había convertido en una oreja voraz, consumía mis relatos con avidez, los destrozaba a dos manos sin cubiertos hasta atragantarse, no necesitaba ningún líquido para mediar y siempre se levantaba enojada, pateándome las palabras, porque yo intentaba no animarla a nada que fuese distinto a su seguridad. Todo en mi era velado y Aída estaba dispuesta a comerme con todo y mis cortinas, con tal de saberlo todo, de entenderlo todo. Con una rabieta me gritaba reclamos, “¡por qué no buscaste a mi mamá!” “¡Por qué la dejaste allá tirada!”. El más terrible de todos los reclamos fue cuando me gritó “¡Por qué no puedes decirme donde está mi mamá!”
Miré a las muchachas
Play
-          Yo sabía quién había desaparecido a Gloria y por qué. Porque la gente como ella no desaparece un buen día por casualidad. Hay quienes ven en mujeres como Gloria a una enemiga, en especial cuando gente como ella está viviendo sobre las riquezas que esperan robar y sí de eso se trata, pues entonces Gloria era una verdadera y gigantesca enemiga. Pero la pregunta de Aída me bloqueaba el corazón, la pregunta no era quién la tenía, si estaba viva o no, la pregunta de Aída era ciertamente, la pregunta fundamental: ¿por qué no puedo decirle donde está su mamá?
Stop
Porque el crimen es privarnos de respuestas
Continué
Play
-          Al final de algunos años, pudimos volver a una vida relativamente normal. Aída entró pronto a la universidad, mi familia le había costeado estudios en un centro de educación privada. Mis hermanas la llevaban a sus casas, turnándose el tenerla, pensando que yo aún corría peligro. Yo cambiaba de casa a cada rato, pero esta inestabilidad fue alejando a Aída, quien se sumergió en el mundo de sus amigos, de los estudios, de sus tías, nos veíamos muy poco. Aída dejó de preguntarme por su madre y evadió el tema casi hasta el olvido.
Stop
Dónde estará Gloria, dónde se extravió, dónde. Yo imaginaba que si hubiese sido al revés, si yo hubiese desaparecido, Gloria hubiese cargado con Aída de brazos a buscarme hasta enterrarme y comenzar de nuevo sus vidas. Si hubiese sido Gloria, Aída estaría a su lado pensando en el mundo que compartíamos mi Gloria y mi cuerpo ahora ya conocido por las marcas de la historia. Pero yo era un yo amordazado, desbordado, un demagogo de la vida.
Pero el demagogo se puso los zapatos.
Play
-          Como ya no podía vivir más en la capital a causa de las amenazas debidas a mi trabajo con otra comunidad, decidí aceptar un proyecto en otra ciudad. Dejé a Aída con mis hermanas. Estaba tranquilo porque mi hija no había vuelto a inquirir más acerca del tema. Parecía bastante adaptada. Eso me garantizaba que jamás correría peligro. Al terminar su carrera, Aída consiguió un buen empleo y se casó con un colega, un muchacho trabajador. Yo recibía pocas cartas de Aída y fuera de algunas llamadas, no nos habíamos vuelto a ver. Aída y su esposo viajaban constantemente fuera del país, y tenían un bonito apartamento, un carro y muchas ganas de tener hijos. Lo pospondrían mientras Aída y su marido terminaban sus respectivos posgrados. En una de esas conversaciones, Aída me confesó que sentía mucha rabia por lo que Gloria y yo habíamos hecho, por la manera como veíamos el mundo, porque ahora le parecía que todo eso era estúpido y que nuestra forma de proceder la había dejado sin familia.
Stop
Yo comía silencioso los reclamos de Aída, pues desde que no había podido darle razón acerca del paradero de su madre, tampoco había vuelto intentar convencer a Aída de lo que creía. Para mí estaba bien si odiaba todo esto, si le causaba alguna indigestión, si Aída se iba con la tendencia y pensaba en Gloria y en mí como desquiciados, terroristas o lo que ella creyera. Lo importante era que estaba a salvo, que de alguna manera siempre iba a estar, jamás iba a desaparecer.
Dejé el tenedor silente de lado
Play
-          Pero la apariencia de agua mansa de Aída, no me convencía.
Stop
Aída también intentó desaparecer a su manera, trató de borrarse de la continua aparición de la historia de Gloria y yo. Fingía haber resuelto todas las preguntas. Las preguntas están ahí para resolverse, pensaba mi astuta Aída, no para que nos atormenten eternamente. Aída era una máquina no de diez, sino que toda ella era una máquina de continuar andando, de no reparar. No pedía permiso más que a sí misma para hacerse un mundo entre la indiferencia y la supervivencia, borrando los estigmas, alejándose de todo el melodrama que suele acompañarnos a personas como Gloria o como yo. Podemos haberla juzgado por ese temple, podemos decir que fue fácil acomodarse, pero jamás llegué a pensar en este asunto, de esta manera.  Todo estaba en calma. Todo estaba en el absoluto control de la grandiosa Aída.
Prosiga, me decían las miradas de aquellas muchachas.
Tanto play y stop como carro dañado, soy un carro dañado/play
-          Un día me llamó mi yerno a decirme que iba para la ciudad donde yo estaba. Le pregunté acerca de lo que pasaba, pero no pudo responderme.
Stop
Durante las horas que tardó en llegar mi Yerno, volvió a nacer Gloria en la cama de su madre, Gloria también tardó en llegar. Reventó una placenta sincera, llena de matices carmesí, arrancó su morena existencia latiendo como mil pulsos del universo, con ese rostro que profetiza la llegada de una mujer y lo hizo ella sola, sin la ayuda de nadie. Hubiese podido contarles acerca de quién era Gloria y todo lo que hacía, las audacias en las que se vio involucrada, la ternura de sus manos gruesas, las cosas que dice la gente acerca de personas como ella, sólo por querer ayudar al mundo a ser mundo. Tendría que describirles el pueblo, las otras nueve mujeres, tendría que acusar a los asesinos que se la llevaron y que hoy salen por televisión como voceros de una moral fantástica y de otras fantasías que llegan a ser ciertas en sus mentes desquiciadas, tendría que denunciar el crimen de dejar preguntas sin resolver, que es el peor crimen del mundo. Tendría que haberles dicho en qué trabajo y por qué peligra mi vida. Pero la verdad, no es ese el plato que me he servido esta mañana, junto con estas muchachas. Porque de eso saben ustedes demasiado y si no lo saben es porque han decidido no saber. La gente mira pasar los camiones de la muerte conducidos por los agentes de bien, todos saben a dónde hay que ir a buscar a los muertos y si no saben prefieren pensar que es mejor así y convertirlos en otra cosa silente, como estas nuevas grabadorcitas que no usan casete. Con el tiempo todos ensayarán su mejor postura de sorpresa acerca de los sucesos que acontecieron delante de sus ojos. Todo está al alcance de la mano y es tan obsceno y tan gigante, que más allá de la voluntad de aprehenderlo, nos embosca, nos cae como un bombardeo del cielo, son cosas regadas por todas partes, son siempre las mismas preguntas: “el peor crimen es el de dejar preguntas sin contestar”. Gloria apareció de repente en los brazos de su padre, quien arbitrariamente decidió ponerle Gloria, a lo mejor por alguna abuela o tía, vaya uno a saber. Criollita de andar silente, diría algún poeta de la sabana, era otra de esas cosas silentes que se transformaba en un gran ruido sólo y en tanto, habían otros u otras con quién ensamblarse. Mientras mi yerno llegaba y llegaba lento como el masticar pensando, arrancaba Aída su llanto desprendiéndose también como sino de la misma profecía, del vientre de Gloria y otra vez, la placenta le evidenciaba que el desalojo sería eficaz y definitivo. Aída se aferraba (y esto lo invento yo) del cordón umbilical obstinada y fuerte, creciendo sin mesura hasta su pubertad. Gloria nos visitaba justo cuando la pregunta dejaba de tener vigencia y Aída despertaba llorando imaginando los rasgos de su madre. Mientras sonaba el citófono y anunciaban la llegada de mi yerno, yo nacía de nuevo y esta vez, sobre una teja de zinc, entonces caía una lluvia blanquecina que olía a la cama después de que Gloria se levantaba y me dejaba allí, viéndola de espaldas y yo la bebía con la avidez de un lactante. Me aferraba a una madre de 20 brazos y 20 piernas que yacía con otros treinta pares en una montaña, mientras me amamantaba una teta amorosa, una de las tantas apiladas en la espesa noche de aquella masacre. Lloraba de alegría, de terror, de miedo, pero nunca más lloraría de orfandad. Vi a Gloria andando por un camino y de repente desaparecer arrebatada hacia el cielo, como si dios se la hubiese chupado de un sorbo y vi la tierra temblar y ensombrecerse, como aquella escena del Gólgota,  y a la plantas de la vera del camino ponerse furiosas y atacarse entre ellas y los ríos descontrolados perdiendo sus cursos y maldiciendo al hombre aquel y a los demás hombres por este esperpento, por toda la caída de los hombres, por toda la malignidad con que nos reinventamos. Cuando iba caminando el infinito camino hacia la puerta, sin poder estirar los brazos más allá de la piel, los dedos enérgicos se salieron de su cubierta y pude ver mis músculos, mi sangre y la bolsa que recogía esta incómoda gigantez mía, colgar de mí como una chaqueta extra grande, oscilante, divertida. Nada bueno suele venir desde aquellos días a acá, con el viento que se produce al abrir la puerta. Aída había recibido un feroz ataque de preguntas. Así lo me lo expliqué mientras podía enterarme de qué pasaba, así me lo dije con convicción: Mi pobre Aída debió recibir un ataque brutal de preguntas. A pesar de que llegamos a pensar que podemos vivir controlando el efecto venenoso de las preguntas criminales con las que nos han castigado por años, nunca se puede predecir cuando desatan sus efectos letales sobre el alma. Sabía que era eso, uno trata de levantarse todas las mañanas con otra actitud, ignorando que ha pasado largo tiempo de preguntarse y preguntarse y preguntarse dormido, semidespierto, finalmente despierto, todos los días y todas las noches de todos los años, preguntas sin solución. Tanto obstinarse por dejarlas ahí desamadas, desanimándolas con entusiasmo para menguar su efecto, no había sido suficiente. Todo padre sabe que a su hija, la van a atacar las preguntas sobre la desaparición de su madre, debí haberlo prevenido.
La gente piensa que exageramos, que nos hundimos en los vasos de agua carmesí, que tenemos que perdonar y ya, que nuestra ansia de respuestas es la causa de todas las guerras. A la gente le cuesta trabajo entender qué es vivir con una pregunta asesina. Pudiese entonces haberles hablado de datos sobre datos, ya los podrán tener en los muchos informes y cifras, proyectos, programas, consignas, números, nombres sin antes ni después, fotos yertas, pero para qué habría yo de ahondarles en los detalles de mi historia. Me interesa más anunciar el nacimiento de una nueva especie saturada de metano y otros líquidos inflamables. Nuestras carnes son perfecto cebo para chimeneas de torres de petróleo y se incineran al calor de un tenedor metálico o de una pregunta sin respuesta, igual, se incinera con facilidad fabulosa. Mi yerno yacía ahí, trastornado.
¡Qué pasó, qué paso! inquirieron las silentes muchachas, mientras yo mastico todo esto en ritmos dolorosos
play
... había escupido un rió de datos, nombres, lugares, fechas, terminales de transporte, veredas por donde había viajado, teléfonos, celulares, nombres de agentes, políticos implicados, empresas de pomposos nombres, militares de sangre rancia, todo tan diáfano que llenaría muchos casetes si esa grabadora fuera de casetes. Mordí el tenedor de plástico.
Todo en un play continuo y absoluto
-          Aída arrebatada por largas noches de pesadillas, se fue a investigar lo que había sucedido con su madre sin que mi yerno se diera cuenta. Parece que lo había venido planeando tiempo atrás, y aunque su marido le discutía semejante locura, en los últimos días había vuelto a actuar como una oreja voraz, escuchándose su propia memoria de los relatos. Se escapó de noche y cuando mi yerno averiguó desesperado por los detalles, supo que iba camino al llano. Viajamos, preguntamos, hicimos su vía crucis con el mismo estoicismo con que ella lo hizo, pero Aída jamás llegó hasta el pueblo.
Stop, ojalá.

SELECCIÓN PARA PUBLICACIÓN - CONCURSO "SIN RASTRO"  2007





No hay comentarios:

 
Mi música favorita
Copyright 2009 °. Powered by Blogger
Blogger Templates created by Deluxe Templates
Wordpress by Wpthemescreator