martes, 27 de octubre de 2009

Los Pueblos Felices: Segundo Asunto: Comiendo Mierda




[…] Vamos a ver, Winston, ¿cómo afirma un hombre su poder sobre otro?
Winston pensó un poco y respondió:
-Haciéndole sufrir.
-Exactamente. Haciéndole sufrir. No basta con la obediencia. Si no sufre, ¿cómo vas á estar seguro de que obedece tu voluntad y no la suya propia? El poder radica en infligir dolor y humillación. El poder está en la facultad de hacer pedazos los espíritus y volverlos a construir dándoles nuevas formas elegidas por ti.
¿Empiezas a ver qué clase de mundo estamos creando? Es lo contrario, exactamente lo contrario de esas estúpidas utopías hedonistas que imaginaron los antiguos reformadores. Un mundo de miedo, de ración y de tormento, un mundo de pisotear y ser pisoteado, un mundo que se hará cada día más despiadado. El progreso de nuestro mundo será la consecución de más dolor. Las antiguas civilizaciones sostenían basarse en el amor o en la justicia. La nuestra se funda en el odio. En nuestro mundo no habrá más emociones que el miedo, la rabia, el triunfo y el auto-rebajamiento.
            1984. George Orwell


En junio de 2004, llegó a mi correo electrónico la foto de unos hombres violentamente enmarañados a los que les censuraron sus órganos sexuales con un retoque fotográfico digital. La imagen que apareció en noticieros y correos masivos, es una orgía fabricada en las mentes enfermas de verdugos y verdugas en una prisión de Irak. Hablo de esto aunque parezca hoy estar poco de moda referirse a temas que no parecen de coyuntura. Irak al parecer, pasó sin dejarnos otra reflexión distinta a la necesidad por parte de Estados Unidos, de controlar el petróleo del mundo, pero allí se establecieron controles de otras índoles y de las más perversas naturalezas que no tienen que ver solo con petróleo y cuyo alcance no se limita a Bush, puesto que siembran unas imágenes de otro mundo es posible, en sentido contrario a como lo proponen los movimientos sociales: el mismo mundo de siempre, ahora, puede convertirse en su teatro llegando a su propio epítome. A fuerza de parecer que no se ha dicho lo suficiente, continúo con el tema para llegar a una reflexión que no se agota con el retiro de las tropas invasoras a Irak.
            Las imágenes que por aquel entonces llegaron a mi correo, tienen el mismo sabor nauseabundo que provocan las escenas de Saló o los 120 días de Sodoma[1], con aquella crueldad que algunos identifican como el erotismo del fascismo en la Italia de Musolinni El teatro pasolinesco ofrece, entre una amplia diversidad explícita de mutilaciones, dolor, humillaciones y agresiones sexuales violentas, un grotesco banquete de heces humanas, el cual resulta ser la escena de mayor impacto para el público. Paradójicamente, de todo el variopinto de torturas que se explicitan en la película, esta escena es una de las que ilustra menor grado de dolor físico.
            Se puede interpretar como la incontinencia que rige al verdugo, con tal de destruir hasta lo más profundo, cualquier vestigio de ser humano que pueda quedar en un cuerpo desfigurado. En prácticas como ese peculiar banquete, se busca la maximización de la humillación haciendo que las víctimas coman lo peor que pueden producir sus verdugos. Adam Smith tenía razón al hablar de la maximización, pero no tenemos claro si preveía hasta qué punto los intereses a maximizar pudiesen ser de semejante talante.
            Sin embargo, la comida que destruye finalmente a la víctima no es de heces sino de la lógica del consumo de heces, así como el hambre no destruye a las víctimas de la anorexia, sino la naturalización del in merecimiento de la abundancia.
            En las fotos de Irak pululan macabras evidencias de esta lógica: Se precisaba hacerlos copular entre ellos en la mesa de Saló, obligándolos a “comer” a sus compañeros como si se trataran de mierda, hasta hacerles sentir que los hermanos de su nación eran repugnantes, que ellos mismos eran repugnantes. El objeto de tanto espectáculo abyecto es destruir al prisionero y prisionera hasta saciar la virulenta imaginación de las y los espectadores, quienes a su vez comen sus heces del bocado más inmundo del ser espectador del teatro-mundo: Los “machos” árabes son ahora “gays” (lo que de paso explica la inmensa homofobia que representa este acto) Míralos como lloran. Los arrogantes terroristas son maricones. ¿Alguien puede conservar una pizca de su dignidad de pueblo, si existe un solo lugar sobre la tierra que no podamos hacer copular[2] a nuestro antojo?
            Miles de imágenes como esta son frecuentes en la actual oferta audiovisual, en las series, calles y noticieros como una alcalina cotidianidad azul y gris[3]. Un clima de lluvia ligera, incesante y fastidiosa lleva a la desesperación a los y las protagonistas y sirve para recrear escenas donde los eventos suceden en el ámbito de frialdad e indiferencia. Violencia en Real Time que conduce a la categórica reflexión le temps detruit tout[4].
            En los 80s, las series de detectives eran protagonizadas por hombres guapos, dispuestos a defender la justicia y el bien (aunque no faltaba el detective Baretta o el poco ortodoxo Charles Bronson y sus eternas venganzas). Hoy en día las series policíacas de tonos grises y azules, son producidas con argumentos bastante entreverados, protagonizadas por agentes corruptos, decadentes y alcoholizados o forenses inmutables ante incontrastables evidencias de sadismo, asesinos en serie cuyas obras son puestas explícitamente en la escena. La luz de neón que patenta los escenarios, parece hablarnos de un espíritu de época capturado y vendido con toda la tecnología de los medios. Aunque se deben considerar muy superiores a sus predecesoras, al menos técnicamente hablando, no deja de causarnos escalofríos el hecho de que ilustran la actitud de una sociedad cada vez más azul y gris: el rostro inexpresivo del detective forense Gilbert Arthur Grissom en CSI-Las Vegas, es el rictus con el que contemplamos las escenas sórdidas que abundan en la cotidianidad, la frialdad de Dexter o del cirujano de Nick Tup, es la de un mundo que perdió el asombro. Los nuevos héroes de nuestra sociedad no necesitan correr detrás de criminales como en los viejos tiempos, sino aprender a contener la náusea. Para ser héroe se debe aprender a contener el asco y la indignación: habrá que ser un buen empírico.
            Las distintas formas de humillación se han diseñado para ir más allá de la destrucción de los cuerpos, aunque prioritariamente se aplican en los cuerpos concretos, son confeccionadas por una máquina de destrucción integral e interdisciplinaria capaz de reconocer que el ser humano no muere una, sino muchas veces. Por supuesto al referirme a una máquina no lo hago a una abstracción como quien culpa a la maldad y cuando hablo de la escisión de las humillaciones infringidas en el cuerpo y las “otras” no me refiero a una escisión cuerpo-alma, porque para humillar al “alma” hay que atropellar el cuerpo también[5]. Cuando me refiero a una máquina (seres humanos concretos, sistemas objetivos, relaciones de poder) lo hago para evocar cierto poder abrasador que tienen ciertos gigantescos aparatos, con el fin de ir triturando las cosas, aberrándolas y convirtiéndolas en otro tipo de cosas, como la transubstanciación: Nabucodonosor, el gigante emperador babilónico con pies de barro.
            Son muchas las muertes y son muchas las veces que se muere, cabe entonces afirmar que el ser humano puede soportar tantas muertes a las que se le somete.

-          Aprendieron a resucitar - dijo el verdugo
-          Habrá que matarles de verdad, aunque salgan caminando de aquí – responde la pequeña soldada del ejército británico.

            En la destrucción del humano opera una reedición de los más antiguos padecimientos, retomados por nuevos o no tan nuevos verdugos, en claves explícitas como lo evidencian las fotos de Iraq o imágenes de Saló, pero también en las incidencias del asesino que habita en la cotidianidad.

-          Habrá que matarles, para que sigan caminando – dijo el asesino de la cotidianidad

            Identificar al asesino de la cotidianidad con el verdugo de Irak, constituye una asociación frecuente, no hay una proposición extraordinariamente novedosa en ello. Ya lo decía George Orwell cuando escribió el diálogo entre O´Brien y Winston Smith después de que el primero infringiera terribles torturas al segundo; el proyecto supera los padecimientos para disidentes (aunque es cierto que existe y se aplica más de lo que se calcula). En último término, busca fundar la sociedad en el martirio como mecanismo de perpetuación y control, funcionando en escandalosas torturas pero también en el continuo padecimiento del ser humano, del más desaprendido o del más involucrado. Los hechos que nos parecen poco extraordinarios, se agolpan en pequeñas dosis hasta precipitar un gran evento registrable por las cámaras y los documentos. Pequeños martirios, exigencias y triunfos, cultivan el cinismo con el que los sucesos escandalosos, parecen consecuencias lógicas de la vida. La cotidianidad revienta dejando a la luz los eventos mayores, quienes también la supeditan: el momento en que se legitiman acciones hasta hace poco censurables, el decreto que se explaya en razones para sustentar lo irracional[6] y la consecuente creación de una cotidianidad acorde a las nuevas exigencias. Luego de construida, queda sentarse a esperar las precipitaciones y los espantosos bordes de las decisiones inocuas por parte de los “no decisores”. Lo irracional nunca desaparece del todo, aunque las irracionalidades sí[7], también la irracionalidad es parte del pensamiento producido por la humanidad, por eso Irak no puede salirse así, tan olímpicamente de la memoria, una irracionalidad que da testimonio de lo racional.
           
El ómer de la memoria

-          ¿No te parece increíble que tengamos que hacer un llamado a la memoria a algo que ocurrió apenas ayer?

Para que funcione el teatro pasolinesco, debe existir algo más que un bulto de hombres obligados a copular. Aunque las escenas puedan herir la sensibilidad del público, los esfuerzos por abstenerse de presentarlas no parece ser importantes, la voz de censura se retiene en la memoria mucho menos tiempo que la imagen y esto se debe a que el peso de las palabras es débil en comparación con la sensación de terror que signa la imagen. Nadie, en los medios masivos, parece pronunciarse con la suficiente fuerza como para que las palabras se equiparen con las escabrosas sensaciones de la escena. Entonces ¿qué caso tiene mostrarlas si no es para denunciar la brutalidad que evidencian, si no es para hacer una exigencia significativa frente a tan sórdido panorama?
            ¡A quien le interesan los comentarios! El mensaje es eficaz a la hora de transmitir cuál va a ser el destino de los muchos y muchas, pues estos verdugos y principalmente, los verdugos y verdugas que representan, están dispuestos a ingerirse a todos los seres humanos sin ningún arrepentimiento. Las fotos de Irak son el anuncio de su adicción a comer humanos y abundan como las heces en la mesa de Saló: el espectáculo tiene el propósito de reemplazar la abundancia[8], cuando puede ser ingerido “abundantemente”, observado por los y las que hemos conseguido aplacar la náusea, un efecto directo de una cultura de masas tipo Dexter, a la mejor analogía de lo que ya sucedió con el verdugo y la verduga. Esta curiosa habilidad la debemos por ejemplo, a que vivimos en una sociedad bulímica capaz de trasbocar alimentos sin gran asombro, sabemos cómo disminuir el impacto de la náusea. Vivir con nausea permanente no es síntoma de enfermedad sino parte de la vida, es decir, deja de ser nauseabunda porque no podemos distinguir ya entre tener nausea y no tenerla: en la sociedad admite que tales cosas deben acontecer, el espectáculo es nuestra ración en tan asqueroso banquete de la colateralidad.
            El azar en el caso de Irak no existe, las fotos circularon intencionalmente, no fueron provistas por algún soldado arrepentido. Es el teatro perfecto para un público que se encuentra en condiciones de asumir una prueba más de resistencia del músculo desarrollado que nos permite vomitar tanto como comemos.
            Sin embargo la naturaleza misma del banquete deja sueltas revelaciones importantes.
            Abundan historias escalofriantes de personas que en estados de desesperación, se alimentan con animales, plantas o desperdicios, cuerpos de seres humanos, que bajo cualquier otra circunstancia sería poco más que demencial. Los verdugos y las verdugas creen que obligan a comer a las y los demás, alimentos que ellos mismos no ingerirían bajo ninguna circunstancia, pero la recreación coreográfica del teatro nazi habla más de los gustos “gastronómicos” del opresor y la opresora que de las apetencias de las víctimas. El verdugo y la verduga se alimentan del espectáculo con convicción, mientras que la víctima lo hace forzadamente. Las víctimas poseen alimento suficiente como para creer que aquello es su pan diario y es por eso que deben forzarlas, en cambio nadie fuerza a los torturadores y a sus patrocinadores a contemplar el espectáculo enfermo de sus torturas. Son los verdugos y las verdugas y el sistema que los produce, quienes realmente precisan de estos alimentos. Obligan a las víctimas a comerse las cosas que ya han patentado y enlatado y con las que desayunan cada mañana, esa es la lección de Pasolini interpretada con muy buen sentido de la ironía por Manzoni y su controvertido Arte Povera. 
            El sistema come cualquier cosa, aún porque las cosas “valiosas” que ingiere (valores de la ostentación), las ingiere con el mismo sentido con el que se come la pobreza de la gente. Por cada alimento que ingiere, ingiere también la historia del alimento desde su extracción hasta su defecación, al fin y al cabo, los alimentos son historia también, concreción de las relaciones que los producen, por tanto ingieren el hambre de los pueblos de la que se han valido para tener el alimento. Uno es lo que come y cuando se come hambre, se es hambre a la vez. Y para que no piensen que hay truco en esta afirmación, entonces veamos qué es lo que comen comúnmente las supuestas sociedades de la abundancia, si no son acaso productos fragmentados, obsolescentes, adictivos, desnatados. Por si alguien piensa que me refiero a comer hambre de manera metafórica, pues vuelvo a recordar cómo también las ideas producen sus propios alimentos, infringen heridas en los cuerpos concretos. Análogamente a lo que sucede cuando una persona está dispuesta a comer cualquier cosa con tal de sobrevivir, el sistema ingiere el hambre del mundo porque está siendo despojado de la posibilidad de existir más allá de la inmediata supervivencia (está muriendo de hambre). Come hambre para saciar el hambre y solo consigue tener más hambre. Como al fin y al cabo todo alimento es evocación, el excéntrico menú tiene el apetitoso sabor de su propio holocausto, el holocausto de someter a los pueblos al hambre, el sabor que les resulta familiar es el holocausto nuestro de todos los días.
            El síntoma que evidencia la triste hambruna del sistema, consiste en querer ingerirse todo, indiscriminadamente, sea apetitoso o nauseabundo. No me cabe la menor duda que la raíz de esto es un inefable presentimiento del fin, necesidad la exigua supervivencia, igual que un hambriento en un naufragio o el perdido en una montaña sería capaz de ingerirse a sí mismo con tal de no perecer. A ello debemos el origen de este banquete cuyos ingredientes principales son pueblos, hombres, mujeres, heces y que resulta ser el bocado preferido de comensales estrechos y desahuciados. Uno de los primeros en detectar lo abrasador de tal proyecto es Marx, cuando explica la apropiación de la mano de obra por parte del patrón, de hecho denuncia que la reducción del obrero a tiempo de trabajo o fuerza de trabajo, es de por sí una deshumanización bastante grosera, pero además explica la ingesta del capitalista en la siguiente expresión: es el máximo estrujamiento diario posible de aquella (la jornada de trabajo) el que determina, por muy violento y penoso que resulte, el tiempo de descanso del obrero. El capital no se pregunta por el límite de vida de la fuerza de trabajo. Lo que a él le interesa es, única y exclusivamente, el máximo de fuerza de trabajo que pueda movilizarse y ponerse en acción durante una jornada. Y, para conseguir este rendimiento máximo, no tiene inconveniente en abreviar la vida de la fuerza de trabajo, al modo como el agricultor codicioso hace dar a la tierra un rendimiento intensivo desfalcando su fertilidad[9] (Marx, 1946: 208).

            Desabastecimiento

            La sociedad que es capaz de naturalizar y legitimar el terror de Irak, previamente permitió sobre sí, en el cuerpo concreto y social; tortura, anorexia, discriminación de casting, odio a sí misma y su inminente destrucción, como sucede análogamente con las condiciones previas que permiten que un pueblo muera de hambre y que no se refieren exclusivamente a los alimentos. Con los mismos instrumentos invasivos con que se rebanan vivos a los presos y presas en las prisiones del imperio, la sociedad de la nausea natural se embellece en el espectáculo del Cambio Extremo[10]. Pero el conjunto de eventos que parecen remitirse a frustraciones en el plano de lo estético, tiene fermentos más profundos de lo que aparentan: necesidad de la renuncia sobre sí mismo, de desaparición, de la enajenación como única condición cierta de supervivencia en medio de la amenaza. Es el efecto de esconderse debajo de la mesa y esperar a ser rescatados. La enajenación producida en el pensamiento, materializa sus formas ideológicas en la enajenación concreta de los seres humanos, no sólo de su capacidad creadora en el trabajo, sino que también se expresa en los cuerpos que contienen dicha capacidad e indefectiblemente en las cosas que se producen. La enajenación sobre el cuerpo es la enajenación sobre los objetos también. Aunque se tengan “objetos”, son los que resultan de la enajenación acaecida a otra persona, del mismo modo como me fueron hurtadas las propias producciones. Los objetos también son historia y cada uno de ellos habla del holocausto que los propició[11]. Veamos a qué sabe…

Gracias, ya almorcé…
           
Uno de los mitos de la anorexia, es que mujeres y hombres intentan imitar estereotipos de belleza impuestos mediáticamente. Pero el asunto desborda con creces la apariencia formal del fenómeno. En los casos que cita Peggy Claude-Pierre, son frecuentes frases de jovencitas anoréxicas que manifiestan despreciarse profundamente, inmerecer el alimento y necesidad de humillarse constantemente. Lo que en apariencia parece un asunto “inocuo” sobre la apariencia física, una banalidad, es en el fondo un complejísimo y recurrente problema social que se extiende y adopta versiones cada vez más conmovedoras. Hay un obsesivo deseo de morir, porque cohabita el miedo a la aceptación con el pánico ante el mundo, tal como lo expresa la aterradora nota de una paciente:

            “No importa que corras para escapar. Nunca correrás lo suficientemente rápido… No hay hechos ni sentimientos. Es algo chato y sin vida y sin embargo te odia y busca tu ruina con más eficiencia que nadie. Cuando uno muere, desaparece. Se disuelve en el aire. Su única razón de ser es destruirnos”.

            La estrategia propagandística que aplicó Goebbels en el régimen nazi para producir la enajenación necesaria de las masas, consistía en la dinámica de muchas ideas en pocas mentes, muchas mentes con pocas ideas. Así, se desocupaban los cerebros de las muchedumbres para legitimar su tétrico proyecto de arrasamiento. Pero al mismo tiempo procuraban que estas mentes empobrecidas habitaran cuerpos atléticos y saludables, de gran belleza. En el presente tiempo, la publicidad intenta sujetarse al mismo paradigma con la dificultad de que las pocas ideas (inocuidades generalmente) se han convertido en tremendas elaboraciones asesinas del pensamiento y del cuerpo, se han materializado y producido realidades siniestras, se han complejizado hasta elaborar un corpus de muchas ideas obsesivas, diminutas ideas apiñadas que producen montañas, en este caso: cantidades incontables de motivos para no merecer. Tales ideas se encarnan, a pulso y forzadas, en los cuerpos concretos.
            La publicidad, una de las herramientas predilectas de construcción del cuerpo de lo inocuo, hoy en día es un derroche incontenible de ideas de éste orden y tiene efectos no sólo en la mente, sino sobre los cuerpos concretos, la apariencia mórbida de las personas anoréxicas nada tiene que ver con las imágenes ideales que nos fueron vendidas, aún cuando para ello se utilicen modelos anoréxicas. Y sin embargo, y pese al terrible contraste que presenta la situación versus, lo “fácil” cómo se presenta un drama como el de la anorexia a través de la pantalla de la televisión, nada ha trastocado el curso de una idea para que las personas la conviertan, en una encarnación corpórea que medianamente camina y sufre por montones. Las personas-panes se han venido transubstanciando en divinidades-hostias.
            He aquí una primera evidencia del mundo convirtiéndose y subordinándose a su antes (¿?) subordinado teatro-mundo. Ya no producimos representaciones sino que al parecer, las representaciones, los escenarios, las utilerías nos producen a nosotros y nosotras.
            Qué sucede entonces con la formula Goebbeliana. Podría decirse que su éxito en el pasado fue relativamente estruendoso pero contradictorio. Ahora sigue siendo un éxito en lo que se espera (como inflige en los comportamientos de los consumidores) pero el monstruo que queda andando por ahí, el de la coletarilidad que se vuelca al centro del problema, se ha hecho más gigantesco con el tiempo (casi que todo se va volviendo “colateralidad”) y la utopía de los decisores que comprendía su sistema monístico, autárquico y cerrado, se va convirtiendo un todo de colateralidad (el accidente de cuando todo sale como lo esperado). La predictibilidad del sistema es apenas un mecanismo para alterar las bolsas de valores. Lo que nunca hubiera imaginado Goebbels es que la frágil separación (tal vez porque nunca existió) entre ideas y cuerpos se diluyera al punto que las personas terminaran llevando al plano de lo concreto, el constreñimiento de las ideas: el constreñimiento del propio cuerpo, la anorexia. No es posible en tanto destruir la mente, sin destruir el cuerpo, a lo sumo se creará una nueva mente destructora y consecuentemente un cuerpo destruido, como destruir al cuerpo llevará consecuentemente a destruir la mente que será una “nueva mente” con menores posibilidades de evitar suicidarse. Eso es la dialéctica de la anorexia.
            La anorexia es resultado de un mundo que ha adelgazado casi hasta la desaparición.
Si el hambre (no hambre porque se sienta hambre sino porque ha sido naturalizada, es latente) de la anoréxica es producto de las no-decisiones[12] de la auto-vejación, y el hambre del niño del África es una vejación frente a la que no puede decidir, entonces el ir desapareciendo es una versión grosera de “adaptarse” a una sociedad de vejación.



Curioso
He leído que…
Las calles donde este gladiador concursa para salvar su vida
Y la ventana de aquel ciudadano apacible
Que acostumbra conservar las partes de su vecino en su refrigerador
Tu  pantalla sucia de impecabilidad estentórea
Y  tus ojos, con tu mirada perdida en bosques abyectos
En historias plagadas de no tan buenos y no tan malos
De vaqueros que ahora se asesinan entre ellos porque acabaron ya con los indios
Los espacios grises y azules donde mujeres son violadas
Y la pared donde yacen niños sacrificados en primer plano
Todos se decoran con lluvia artificial aclimatada y un lodo antibacteriano.
            En los bamboleos bronceados del control remoto
Yo vi morderte las ganas por un par de nalgas sin rostro
Porque para qué rostro con esas nalgas
Y para qué otras nalgas que si tienen rostro
Si para eso existen nalgas de tantas pulgadas
En primer plano y sin arrugas
Y para qué nombres, y para qué ojos que puedan traspasarnos
Y para qué todo lo demás que no sea ese volumen gigante
En el que hundimos esperanzados nuestros rostros
Como huérfanos confundidos de madre
            Todo se acompaña con un fragmento de música en polvo
Y con mi cama rabiosamente poseída por otro ser como tu, es decir, yo.
Y mis nalgas, por supuesto
            A donde apenas podía llegar el espanto
En el sótano más profundo de los onanismos del padre de la vicisitud
Justo al frente de su maquinita inofensiva
Le rendimos nuestro humilde culto
He aquí los muertos que fueron obligados a vivir.
            Alicia


[1] Saló o le 120 giornate di Sodoma (Saló o los 120 días de Sodoma) es una película de 1975 del poeta, ensayista, escritor y director de cine italiano Pier Paolo Pasolini, basada en el libro Los 120 días de Sodoma del Marqués de Sade. la película muestra a cuatro burgueses fascistas, ya de avanzada edad: un duque, un obispo, un personaje al que denominan “excelencia” y un presidente. Utilizando sus medios de poder, ellos inventan su propio Estado (el cual ocupa solamente una suntuosa villa localizada en la región mediterránea de Italia), proceden entre ellos al nombramiento de los cargos que cada uno debe ocupar, y establecen las normas a respetarse dentro de su porción de tierra. «Todo es bueno cuando es excesivo», pronuncia en una escena el obispo, extasiado, refiriéndose a su código legal.
Los cuatro degenerados enclaustran dentro de la casa de campo, por varios meses, a dieciocho adolescentes (nueve hombres, nueve mujeres), hijos de partisanos y campesinos. En complicidad con “alcahuetas” y “jodedores” –términos empleados por Sade en su novela–, degradan brutalmente a los niños cautivos, empeñándose en complacer sus más perversas fantasías sexuales, violentas y, finalmente, homicidas.
La película se divide en cuatro partes: una antesala del infierno y tres círculos dantescos. El Antinferno introduce al espectador dentro de la villa, presenta a los cuatro personajes individuales, a sus crueles cómplices, y al personaje coral que conforman los jóvenes que serán torturados; todos ellos, tanto déspotas como oprimidos, se preparan para los ciento veinte días malditos de convivencia. Se inicia el calvario con el Girone delle manie (Círculo de las manías). Los cuatro libertinos, presas de un deseo incontrolable, imitan las desviadas anécdotas que las celestinas narran incesablemente al grupo. Humillan, ultrajan y sodomizan en público a las víctimas, quienes van acostumbrándose gradualmente a la deshonra. Para el Girone della merda (Círculo de la mierda), la perdición ha engordado. Los sátiros obligan a los jóvenes a ingerir sus excrementos, orinan encima de ellos y los asaltos sexuales son cada vez más frecuentes. Pero los reos ya han perdido completamente el pudor y la voluntad: andan desnudos, no se sorprenden con la narración de las alcahuetas y no reaccionan ante las barbaries cometidas. Finalmente, en el Girone del sangue (Círculo de la sangre), los protagonistas alcanzan la cúspide del salvajismo al mutilar y asesinar, acompañados por los jodedores, a sus prisioneros. Barroso, Miguel Ángel. Pasolini: La brutalidad de la coherencia. Jaguar: Madrid, 2000
[2] Una clave podría ser la predilección que los líderes fascistas tenían por las metáforas de gran contenido sexual. (Como Nietzche y Wagner, Hitler consideraba el liderazgo como un sometimiento de masas femeninas; como una especie de violación. La expresión de las muchedumbre en la película El Triunfo de la Voluntad [filmografía del régimen]  es de éxtasis. El Líder provoca en la muchedumbre un orgasmo colectivo. Sontag Susan. La Fascinación del Fascismo. El Fascismo en América. Nueva Política. Fondo de Cultura Económica. Mexico, 1976. P. 280
[3] Los colores de las películas se utilizan para reforzar en el espectador, ciertas sensaciones. El romance idílico se presentará favorablemente en entornos otoñales (pardos, naranjas, ocres), el verano será espacio predilecto para la comedia (rojos y amarillos), lo kitch caracterizará el cinismo, la deconstrucción (rosas, violetas y grises), las atmósferas azules y grises, coloidales, encubrirán historias frías, poco afectivas.
[4] Dos escenas de este corte en Real Time se muestran en la película Irreversible, el asesinato de “El Tenia” con un extintor, y la violación de Alex, la novia de uno de los protagonistas  que  se muestra en una sola toma de nueve minutos sin cortes. La película termina con la frase: LE TEMPS DETRUIT TOUT (El tiempo destruye todo).
[5] Lo ideal no es más que lo material traspuesto y traducido en la cabeza del hombre… “…La unidad del mundo no consiste en su ser… La unidad real del mundo consiste en su materialidad” (Marx en Lenin: 28)
[6] El presidente de EE.UU., George W. Bush, vetó un proyecto aprobado por el Congreso que impone limitaciones a los métodos de interrogatorio a presuntos terroristas por parte de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), anunció hoy un portavoz de la Casa Blanca. http://www.clarin.com/diario/2008/03/08/um/m-01624158.htm
[7] “Para la filosofía dialéctica no existe nada en definitivo, absoluto, consagrado; en todo pone de relieve lo que tiene de perecedero, y no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del devenir y del perecer…” (Marx en Lenin: 31)
[8] Una primera raíz de la pseudo-concreción es la falsa abundancia. Crear un mundo donde se supone que hay abundancia de opciones, abundancia de recursos, abundancia de productos, será el marco de la miseria, como lo afirma Santiago Alba: Una sociedad de consumo no es una sociedad de abundancia, como se pretende, sino una sociedad de miseria total. Su propia necesidad de producción ilimitada y su propia incapacidad para hacer diferencias la convierte en la primera sociedad de la historia sin cosas y, por lo tanto, en lo contrario de un “mundo”. El capitalismo es un nihilismo. ALBA en  http://www.rebelion.org/noticia.php?id=30285. La abundancia viene del establecimiento de una relación dialéctica con la naturaleza: La abundancia no es equiparable a tenerlo todo, puesto que la abundancia es precisamente consecuencia del no abarcar en el escenario de la apropiación, todo. La abundancia viene del proveerse y dejar de abarcar, disfrutando ver como queda allí aún mucho más para hacer posible seguir aprovisionándose y permitir su renovación en libertad . El guardar para sí todo es castigado con la conversión de los alimentos en basura, una venganza transubstanciada, la idea absoluta del todo. No lo castiga Dios, ni ninguna entidad metafísica, sino el mismo forzamiento metafísico de la entidad Todo. La relación entre lo que se toma debe ser siempre mucho menor a lo que se deja, es esta proporción la que garantiza la abundancia. (Vega, 2006: 34)

[9] Negrillas mías.
[10] Programa de televisión donde las personas se someten a todo tipo de cirugías y análisis “estéticos” en un lapsus muy corto de tiempo.
[11] El artesano, el artista, el agricultor, no puede sobrevivir de la creación en un mundo donde lo creado se representa monetariamente. No vende entonces sólo los objetos, sino que también su saber se abstrae en un valor monetario. Poseer obras de arte o poseer al artista se transforma en un símbolo de ascenso social. Entonces el concepto de trabajo cambia, la acumulación y el lucro dejan de ser censuradas y adquieren la categoría de virtud. El trabajo deja de ser un valor por imitation dei o valor en sí, para cederle lugar a la acumulación de riquezas que pasa a ser el nuevo gran valor de manera independiente al trabajo invertido para ello… Como las relaciones concretas, subjetivas del trabajo se homogenizan en el valor abstracto y los objetos pasan a ser mercancías, las concepciones de trabajo como la propuesta por Adam Smith son físicas y mecánicas. El trabajo nada tiene que ver con los objetos que produce, se relaciona con la capacidad de adquirir más objetos a voluntad del individuo y en competencia con otros individuos. El escenario que plantea Smith es como un laboratorio donde todos los individuos están provistos de iguales condiciones, mesurados intereses y buenas intensiones. El modo de producción capitalista se centra en este tipo de relación, donde en tanto el objeto no es sino la materialización de un valor abstracto previamente asignado a través de la demanda o la oferta, la producción masiva adquiere sentido en tanto el ser humano se define no en su relación con los objetos, o en su capacidad de innovación y creación, sino en su capacidad de comprar objetos, en esto se determina su lugar social. Y esto marca el paso a su vez los desarrollos tecnológicos que también son despojados de su creador e inyectados indiscriminadamente en objetos bajo el mismo criterio de oferta y demanda, es decir tecnología objetualizada. Aquí muere el proceso de creación que le permite al ser humano, mediante el trabajo determinar por encima de la naturaleza y por tanto, definirse como ser humano y no como tierra o herramienta: “la disolución de todos los productos y de  todas las actividades en valores de cambio, supone la descomposición de todas las relaciones de dependencia personales establecidas históricamente en el seno de la producción. En el valor de cambio, la relación social de las personas entre ellas se ha transformado en una relación entre cosas, el poder de las personas en un poder de las cosas” (Marx)… Esto es más trágico para el obrero libre según Marx: “libre en el doble sentido de que por una parte dispone, en cuanto hombre libre, de su fuerza de trabajo en cuanto mercancía suya, y de que, por otra parte, carece de otras mercancías para vender, esté exento y desprovisto, desembarazado de todas las cosas necesarias para la puesta en actividad de su fuerza de trabajo.” Es decir, su único camino es ser él mismo, objeto.
El creador no posee objetos, sino que es poseído como un objeto más, quien adicionalmente es obligado a poseer objetos con un sentido alienado, con significaciones creadas para reproducir esa necesidad de tener objetos, no únicamente por la funcionalidad o las características del objeto, sino por su valor signante en la reproducción del sistema, como valor social. (Vega, 2007: 3)
[12] Algunos autores de las teorías que reivindican la decisión como el ámbito donde se construye el poder, intentan elaborar un indicador del mismo a través de lo verificable: la decisión, la acción que tiene éxito sobre otro u otra. Lo que comúnmente se le critica a estas tesis, es el hecho de que no todas las personas pueden decidir tan libremente, o no pueden no decidir o pueden no tener todas las probabilidades a la hora de decidir. Las críticas a las teorías de la decisión, que se remontan a la ausencia de condiciones objetivas para llevar a cabo muchas decisiones, el cierre alevoso del espectro de probabilidades o la alienación que impide se tomen las decisiones deseadas y se opte por las inducidas, han sido ampliamente expresas por varios autores como Bourdieu, Bachrach y Baratz o Lukes. (Vega, 2006: 27)

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Los Pueblos Felices: Tercer Asunto: Diminuto delicatesen de una Ciudad Feliz






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