martes, 27 de octubre de 2009

Los Pueblos Felices: Tercer Asunto: Diminuto delicatesen de una Ciudad Feliz





Tercer Asunto:
Diminuto delicatesen[1] de una Ciudad Feliz


[1] La película Delicatesen de Marc Caro y Jean-Pierre Jeunet (Francia – 1990) es una comedia de humor negro. En esta película se recrea una sociedad hambrienta al parecer, evocada en alguna hambruna de Europa pos guerra. El mesonero del delicatesen coloca avisos en la prensa buscando ayudantes para su negocio a cambio de hospedaje y alimentación. La posada que es de su propiedad, está llena de inquilinas e inquilinos hambrientos quienes dependen de las provisiones del mesonero. Cuando llega algún ayudante es asesinado, descuartizado y posteriormente vendido a los habitantes de la posada quienes además de ser alimentados, se mantienen bajo la protección del mesonero, a salvo de una exterioridad que él denuncia como peligrosa, pero que en ningún momento de la película se da evidencia de ello. El pago se hace con cereales los cuales son acaparados por el hombre. Con la llegada del último ayudante, la lógica se rompe y se inicia una sublevación contra el mesonero. La película puede interpretarse como una analogía con un régimen totalitario y paternalista. El mesonero alimenta a los suyos mediante el sacrificio de los otros bajo la constante amenaza del afuera, sobre el que se tiene un panorama muy estrecho, noticias lejanas y ninguna evidencia. Este ámbito de manipulación del hambre, miedo y de la deuda eterna, hace que los y las habitantes legitimen de alguna manera, los crímenes del mesonero.
 

El ministerio del amor[1]
Hace unos años, cuando realizaba un trabajo para la materia de políticas públicas, mientras estudiábamos las funciones de la Dirección Nacional de Estupefacientes, encontré un texto de los años 50 donde se analizaban los recientes problemas del consumo de droga entre los y las jóvenes. El informe del Ministerio de Salud e Higiene concluía que la marihuana comenzaba a ocupar un lugar importante en las preferencias del público. Se sugiere al Ministerio de Educación, hacer mayor énfasis en los valores familiares, patrióticos, el cultivo de las artes y belleza.
            Estos requerimientos suenan anacrónicos y hasta graciosos, me imaginaba a unos jóvenes desalineados forzados a escuchar música de cámara para que pudiese retornar a sus cuerpos, el espíritu perdido del hombre.

-                      ¡Anti estético! el vicio resulta particularmente antiestético, produce criaturas feas, anti higiénicas, residuales- dijo el director de algún programa de inversión del tiempo libre.
-           
            Me di a la tarea de rastrear un poco más el problema en su secuencia histórica inmediata. El aumento del consumo obedecía entre otras causas, a la llegada de nuevas culturas, que por supuesto, no se circunscribían únicamente al consumo de drogas como el consumo de drogas tampoco responde a simplemente a la inserción de una cultura. Pese a esto, el conservadurismo con que se miraba estas culturas emergentes, no encontró respuesta en la tolerancia institucional al hipismo que se adoptó en muchos casos, sin reflexión acerca de cuál era la lucha de fondo contra los anhelos fascistas, por ejemplo, los transpirados en el dictamen del Ministerio de Higiene y Salud y que podrían sobrevivir pese a la creciente amplitud de la tolerancia. Lo que sí sucedió, fue la pronta captación del mercado ante la imposibilidad de combatir un movimiento irreverente e incontenible, con lo que finalmente la sociedad “toleró” el fenómeno, sin que éste provocara todas las rupturas esperadas.
            Algo en el sistema parece seguir intacto o incluso se ha robustecido, muchos de los actuales funcionarios y funcionarias de la Alcaldía, son fervorosos hijos de ese tiempo irreverente, sin que ello les haya llevado a crear políticas estructurales que ataquen la difusión de los fenómenos estéticos, culturales y políticos aun vigentes como secuelas de una visión conservadora sobre la sociedad, es decir, el uso de la imagen pulcra y civilista. Si bien es cierto que hablan con mayor abundancia de la tolerancia, también lo es el hecho de que la apañan con la cultura cívica de Almond y Verba y el deber ser ciudadano que protege, sin mucho cuestionamiento, ese estar ahí, inamovibles ante las inmensas brechas de la sociedad.
            El centro de la ciudad se llenó de extranjeros y extranjeras a quienes les sienta muy bien las ruanas, faldas usadas y sandalias, cuando llegan allí para buscar la marihuana más suave y deliciosa del mundo, en algún exótico plan de turismo de guerra[2].
            La sociedad dividió el tema del vicio en consumidores y consumidoras de primera clase, vanguardistas bastantes simpáticos y simpáticas quienes junto a las hijas e hijos de millonarios que viajan por el mundo persiguiendo fiestas electrónicas, construyeron una estética suficientemente elegante como para distanciarse de lo residual. Al otro extremo se sitúan los y las habitantes del mundo del bazuco[3] y el pegante, es decir, los adictos delincuentes y “desechables”. El problema no es el vicio, es el estilo con que se consuma.
            En la transición de hábitos y estéticas del sastre de alta montaña de la sabana de Bogotá, al pantalón de colores, no parecía haber una respuesta de fondo. Incluso continúan flotando esas partículas que se agolpan violentamente y cuando se juntan aparecen como una masa enorme, donde algunos viejos y viejas actoras en otro tiempo rebeldes, se sitúan para redactar textos y textos enteros acerca de la epistemología de lo mismo que les han dejado, siendo intelectuales del tercer mundo, a elegir: lo inocuo. No presentando lo inocuo como esa masa de decisiones residuales, sino y por puro esteticismo, inocuo.
            Se consideró posible una pacificación edénica del mundo a través del ministerio de la tolerancia propio del espíritu de época: la unificación del mundo en el capitalismo armonioso: había llegado a su fin la guerra fría y había que estar acorde con el espíritu de época. Entonces explotó una escena escondida en algún lugar subterráneo, en millones de sótanos que son nuestras naciones del sur, cuartos grises de sadismo global y nos damos cuenta que vivimos aún en cierto tiempo que creímos superado. La sociedad que busca fundarse en el martirio, aún tiene mucho por hacer. Como si se tratase de una moda retro, Saló parece marcar el estilo a los “artistas” de un calabozo-teatro tan gigante como un país: Irak. No obstante, lo observado en la foto, supera las vulgares prácticas de martirio en razón de la búsqueda de información o de la confesión a las que nos tenían acostumbrados y acostumbradas los cuerpos represores en nuestros países-sótanos, donde se ejerce la debida obediencia.
            Consiste en la generalización de una “nueva” moral, donde la imposición del orden higienizante de la sociedad naturaliza la aceptación del martirio del otro y la otra a causa de esa higiene y legitima su completa destrucción. El aporte a esta “nueva” moral por parte de los pueblos donde se instaura a fuerza de lo que sea, será la colateralidad necesaria: el sacrificio. Acto que por supuesto, pasa por la propia higiene, es decir, por la propia destrucción, la colateralidad-réplica. Cortazar afirmaba:

                        […] La lucha contra el fascismo en más imperiosa que nunca por que él representa lo peor del animal humano, pero esa lucha no es suficiente si no se empieza por dar un paso atrás para englobarnos a todos en la perspectiva de un sadismo latente y mucho más intenso de lo que quisieran hacernos creer los humanistas liberales y los pacifistas ingenuos. [4]

           La lógica del martirio higienizante y los anhelos fascistas, construye para sí una cuota de cotidianidad de odio, miedo y frustración. La siguiente cita está en el marco de análisis de las torturadoras y torturadores espontáneos, es decir, de aquellos y aquellas que sin tener la función “oficial” de la tortura, fueron al Estadio de Santiago durante el golpe chileno, a unirse a tales prácticas.

                        Toda tortura – que es básicamente una vejación – constituye una venganza del torturador por haber sido a su vez vejado… No es una venganza personal, porque el torturador no sabe casi nunca que también él ha sido vejado… y nuestras sociedades son las que hacen del hombre, de eso que se llama un ciudadano, un ovillo de frustraciones, complejos e insatisfacciones que llegado el día serán los alicientes del fascismo[5].

            Los convidados a la mesa

            Las motivaciones por las que en la actualidad impera una forma de vida asumida desde la frustración y el auto martirio, han sido estudiadas por psicólogas y psicólogos críticos del mercado a lo que han denominado mundo aspiracional[6]. Construido a través de imágenes y discursos ideales que se imponen como necesidades siempre insatisfechas, este “mundo” es el que termina provocando una especie de infelicidad global[7] y al parecer aunque no se puede derivar simplemente de forma causa-efecto, la infelicidad inscrita en el complejo entramado de frustraciones y anhelos a su vez se convierte en un espacio ideal para una eventual aparición del fascismo[8], un diagnóstico muy ligero al que habrá que darle mayor masticación. Por ahora, un buen argumento en contra de que una cosa lleve a la otra, sería que tanto la frustración como la infelicidad habrán sido sistémicas en todo el curso de la historia de la humanidad y no por ello puede decirse que el fascismo sea también sino inherente de la humanidad.
            Pero al hablar del mundo aspiracional, nos referimos a una variable psicológica que actúa en la sociedad de consumo y que por ende responde a una fase concreta de un modo de producción específico, de una formación social particular. Una etapa histórica en que se requiere no de cualquier tipo de frustración, sino de una particular relación de los sujetos y sujetas con los objetos, relación integral que trastoca todos los aspectos de la vida. No en vano, la lógica que lubrica el mundo aspiracional es aprehendida a través de la publicidad, donde algunos de sus principios abiertamente se atribuyen a Goebbels[9], asesor de propaganda de Hittler.
            La cotidianidad creada para un evento mayor: instalación de un proyecto cultural, económico y político, cuya dimensión no tiene precedentes acaso en presencia de un imperio global[10]. Pero por lo pronto continuaré asumiendo ciertos asuntos “inofensivos”, es decir, un tanto inocuos, lo que tal proyecto urge para sí. Habrán de acusarme por no definir fascismo, deben perdonarme si les hablo de una situación fascista no por su especificación técnica, sino por cierta atmósfera que vamos sintiendo en el aire, particularmente los colombianos y colombianas, pero sin duda que no somos los únicos. La primera persona que ojeo este texto, me pidió que no quitara esta mención puesto que teníamos todo el derecho a llamar a tales engaños, tales legitimaciones de violencias contra otros, tales autovejaciones en el marco de proyectos políticos de largo aliento: fascismo. Eso creo, es lo que subyace a este tercer asunto.
            Más allá de la felicidad o la infelicidad, sordidez o depresión que produce el consumir o no poder hacerlo, se contiene una sociedad rabiosa, insaciablemente vejada por una forma de vida absolutizada e idealizada en el pensamiento único de la higiene.
            Una sociedad preparada para el martirio está irremediablemente condenada a perecer en él:
            Lo horrible de los Dos Minutos de Odio no era el que cada uno tuviera que desempeñar allí un papel sino, al contrario, que era absolutamente imposible evitar la participación porque era uno arrastrado irremisiblemente. A los treinta segundos no hacía falta fingir. Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecían recorrer a todos los presentes como una corriente eléctrica convirtiéndole a uno, incluso contra su voluntad, en un loco gesticulador y vociferante. Y sin embargo, la rabia que se sentía era una emoción abstracta e indirecta que podía aplicarse a uno u otro objeto como la llama de una lámpara de soldadura autógena.[11]

           

Fecha de vencimiento


            Los cuerpos de la anorexia son creados en el escenario del martirio, en una sociedad repleta de exigencias inalcanzables, ideales que abarcan metas poderosas y lo suficientemente obsolescentes como para no poder ser alcanzadas. La anorexia supera el anhelo de verse delgado o delgada, tal y como lo denuncia Peggy, el problema no es bajar de talla sino llegar a talla cero, se está procurando siempre la propia extinción. El estereotipo mediático es un detonante de una sociedad continuamente vejada. Cuando aparece la modelo famélica, subyace el menor grado de asombro previo y prepara para menores grados de asombros posteriores. La modelo famélica es posible, porque hay suficiente vejación para que exista, resultado de la creación de la demanda de modelos famélicas. Pero a la vez la modelo prepara el ámbito para nuevas vejaciones, por eso, aunque las anoréxicas con tenacidad alcancemos la talla “establecida”, no podemos detenernos en la auto-vejación.
            A la luz de estos hechos tan “naturales”, los y las televidentes estamos listos para nuestra extinción. La anorexia no es un fenómeno que padecen ciertas o ciertos individuos débiles de carácter, por el contrario, acontece con mayor frecuencia en personas competitivas y disciplinadas. Prueba de ello lo da la voluntad para regular los alimentos y la exigencia de ejercicios que les permitan quemar calorías. El camino correcto de los y las jóvenes es ser buenos estudiantes, competir con promedios altos en universidades exigentes, tener sus vidas completamente armadas a los 22 años y lograr grandes éxitos laborales durante el resto del tiempo y por supuesto, mantenerse delgados  y delgadas en medio de la oferta de todo tipo de alimentos nocivos. Casarse con una linda o lindo jovencito igual de competitivo y anoréxico, tener un hogar donde se pueda continuar con la reproducción de un modelo de vida semejante y además, esto debe suceder en el marco de flexibilidad laboral, sin seguridad social y con la incertidumbre de un futuro sin pensiones ni cesantías, como es tendencia de un mundo neoliberal. En circunstancias desfavorables, con una competitividad sustentada en ir despojando, es imposible que la sociedad no se sume en una frustración generalizada tan fuerte, que llegue a creer posible e incluso anhelable, su propia extinción.
El otro caso común de la anorexia es el que se presenta en personas con Síndrome de Negatividad Confirmada, propensas a cargar el mundo a sus espaldas. Tremendamente afectadas por el dolor de los y las demás, renuncian a su propia existencia ante la frustración de no poder salvarlos y salvarlas. En un mundo cada vez menos salvable, la alternativa para estas personas será un aplastante grado de impotencia. La intolerancia a la derrota hace parte del mismo complejo pesimista de perfección y competitividad.
            Entonces repito que la anorexia es resultado de un mundo que ha adelgazado casi hasta la desaparición.
            Ahora sí, sabiendo lo que contiene en el fondo este asunto, podemos remitirnos intranquilamente a la estética de la anorexia.
           
Las paredes de aquel edificio eran blancas como una delgada hostia

            Una señora energúmena gritaba a tres jóvenes encapuchados que pintaban una consigna en contra del TLC en una pared de la Universidad Nacional de Colombia (denominada “la ciudad blanca”): ¡por qué destruyen las paredes, no ven que se tiran las paredes! Dejen de destruir, mejor vayan y construyan este país que bien destruido que está, como para que ustedes lo sigan jodiendo. Al mismo tiempo algunos y algunas que se reunieron en torno a los jóvenes, discutían de forma más científica acerca de la vigencia de tales prácticas en una sociedad cada vez más tolerante, con mejores mecanismos para la defensa del derecho, en este caso, el de expresión.
            ¿Es nuestro deber permanente “construir”? ¿Qué se supone que estamos construyendo? ¿De quién es esta empresa constructora? ¿Estamos realmente en un país destruido? ¿Cómo se imagina la gente un país en construcción y no en destrucción? ¿Con qué criterios, quién nos ha dejado ver sus planos?
            Un mensaje permanente circula a través de todos los medios, ¡nos encontramos en ruinas! por tanto se hace urgente una reconstrucción ¡Levantaos Vamos! Ronda probablemente de manera subliminal, seguramente de manera explícita entre nosotros y nosotras.
            Por ejemplo, fijémonos en una imagen de reconstrucción que se ha venido implantando en esto del ordenamiento de la ciudad, para el caso de Bogotá, y cómo esta se relaciona con los eventos que caracterizan la época presente.
            Hace unos meses llegó a mi correo una promoción para comprar un lote en un campo santo. Las fotos del lugar eran impecables, me recordaban las tumbas de las películas donde los héroes de guerra estadounidenses son enterrados. Aunque en el fondo, la muerte no ha cambiado, los cementerios de un país reconstruido serían similares a aquellos de sepulcros blancos[12] en perfectas hileras sobre perfectos campos de golf[13] y se pagan por cuotas con el recibo de la energía ¿Será esa la lucha que hay que dar frente a la muerte? ¿Nos llenamos de tanta muerte y resulta más económico reducir el tamaño y el exceso de ornato de nuestros campos santos, antes que el del número de víctimas? ¿Cuál es la ciudad que alberga estos cementerios blancos impersonales donde los muertos y las muertas se pierden en la uniformidad? ¿A qué ciudad nos referimos, cuál libro la describe, en cuál novela aparece? ¿La Ciudad de Dios de San Agustín? ¿El mundo feliz de Huxley? Idealismo, utopía del orden, aquí podrían entrar al escenario estas palabras, por ahora dejémoslo en el blanco cementerio de la ciudad blanca.




Pálido
Muertopálido como hostia, perdiste tu nombre
Se refundió en los bolsillos de algún vendedor de seguros funerarios
En la parte de atrás de su tarjeta de presentación
Se quedo mustio en el cartel de papel barato
Se nos olvidó cuál fue la causa de tu muerte
Se nos olvidó que a ti en particular, te arrancaron de la vida
Y te enterraron igual que a todos
Cuando veo tu tumba, me pregunto por qué tu cruz no me dice nada
Tu cruz, no me dice nada.

            Alicia

La alta pureza del azúcar refinada.


            Bogotá es una ciudad expuesta a un proceso de modernización acelerado gracias a que se incorporaron modelos de ciudad eficiente con gestiones altamente tecnocratizadas. Las últimas administraciones realizaron obras de gran envergadura que le han cambiado la cara a la ciudad. Muchos contradictores afirman que ha llegado la modernización (infraestructura) pero sin modernidad (ideología). Sin embargo el auge de obras civiles altera la ciudad, en tanto el tal necesita acompañarse de otros elementos menos “sustancia”.
            A pesar de los escándalos acerca del alto grado de corrupción de la “inversión” privada; la limpieza de imagen de las gestiones distritales que participan jugosamente de ella, vía la concreción en grandes obras de infraestructura, parece haber tenido efectos en los comportamientos de las personas. Vamos ahora a la inversa, los gigantescos volúmenes corpóreos entran a herir las ideas. Para salvaguardar la infraestructura de la carencia de conciencia ciudadana, se importaron programas de educación aplicados previamente en importantes metrópolis, encaminados a que las personas se apropien de aquellos artefactos de cemento y metal y los defendieran como propios. Efectos indudablemente positivos (conciencia del espacio público, mayor orden y respeto) pero inquietantemente higienizantes.
            Por ejemplo, el programa instruye en aspectos como el de defensa ciudadana, que consiste en campañas donde las personas son compelidas a identificar a los posibles agresores y agresoras debido a su apariencia o su actitud. Hoy resulta problemático sentarse en el parque de un barrio de clase media, si la indumentaria no se asemeja a la utilizada por los y las habitantes de la zona, si esto sucede, ellas se sienten automáticamente amenazadas y llaman a la policía. Ni qué hablar de los espacios cada vez menos públicos de las clases altas. Estas lógicas perjudican a seres concretos, a cuerpos concretos, pero nuevamente como en el caso de Irak, no se diseñaron exclusivamente para asustar a dos o tres ladronzuelos en el tranquilo parque de un conjunto residencial, la inseguridad y el espanto tienen un cuerpo de imágenes, estéticas nutritivas. En el video La Revolución no será transmitida[14] hay un aparte muy elocuente acerca de los imaginarios de peligro latente per sé la condición de los y las sospechosas. Sucede en pequeñas reuniones de clase alta donde un hombre, aparentemente experto en seguridad, pide a las y los asistentes tener cuidado con las empleadas domésticas, quienes por su condición de servidumbre, automáticamente se convierten en militantes de los muy temidos círculos bolivarianos y, por lo tanto, no se van a sublevar con piedras sino con granadas. Tales relatos encuentran también respuesta en los lados oficialistas que, no pocas veces, aparecen presos de la misma lógica. La estrategia para estas personas atemorizadas será la del encerramiento ofensivo que ya tendremos tiempo de explicar.
           
Bombones para ti, mi amor…

            La estética de la hostia, la vergüenza de sí y el miedo al otro y la otra nos han cambiado. Lo popular, la comunión de la plaza, del espacio público, análogamente a sus más caros exponentes, se desplazó hacia la “hostil” periferia donde tampoco llega la modernización de la infraestructura, al menos no con la misma generosidad con que se ordenan los espacios de la clase alta. Allá, exiliadas de toda atención se aloja lo “cursi”, “montañero”, “exagerado” y sólo volvemos a verlo cuando los medios de comunicación lo ridiculizan, muchas veces y como ya es tendencia en Colombia, reduciéndolo al cliché de novela universalmente “mejicana” o a lo pintoresco de la cultura mafiosa. Cuando aparece en los museos o en las escuelas de arte, despierta todo tipo de simpatías, apreciaciones de curiosidad como les sucede a los animales del zoológico. Sin embargo, como buenas bestias salvajes que son, no pueden habitar los edificios residenciales, son peligrosas.
            La ciudad de las múltiples estéticas, en los lugares donde la mezcla de clases sucedía en la plaza[15] terminó fragmentándose vía el ordenamiento territorial que fortalece la oferta del aislamiento. Se sintetiza la mezcla de clases a través de la asepsia de la pantalla de un televisor. Algo así como curar leprosos vía Internet en lugar de llevarlos a casa o tener que tomarse la molestia de visitar sus contagiosos habitáculos de cartón.
            Cuando desaparece el contradictor, se aspira que desaparezca la contradicción. Se estima que la violencia generada suceda al interior de la clase menos favorecida, pero esta no debe romper con la armonía del nuevo espacio de las clases altas.
            Sin embargo, la apacible audiencia residencial precisa del alimento que tanto hemos descrito, debido a la necesidad de afiliarse fanáticamente a la armonía a través del miedo y la inestabilidad, como resulta natural en toda armonía. En la película Días Extraños (Kathryn Bigelow - 1995) como ejemplo, se trafican sensaciones mediante un aparato que las captura. Un ladrón que muere cayéndose de un edificio en la huída, vende previamente un corto de la emoción del asalto con un plusvalor inesperado: la sensación de la muerte. La persona que desea sentirla paga un precio muy alto por adquirirlo, inclusive avalado por encima de cualquier tipo de pornografía.
            Algo parecido sucede con la lógica mercantil de ciertos deportes extremos. En sociedades altamente aseguradas, la práctica de tales deportes es apetecida. Ello se debe a que en dichas sociedades se intenta afanosamente desarraigar la muerte al punto que ella termina convirtiéndose en una opción irresistible. El fin del deporte extremo mercantilizado paradójicamente no es el suicidio, sino que se practica precisamente para caer en cuenta que se está vivo, lo que parece no acontecer si no existe el riesgo de morir. Pero el hecho de intentar morir sin morir realmente ¿no es acaso producto de otra transubstanciación donde el simulacro se convierte en la realidad? ¿no termina evidenciando de nuevo la concreción del teatro-mundo? Qué es lo que finalmente lleva al falseamiento de la experiencia.
           
Las buenas hostias

            Las nuevas y nuevos misioneros son algo así como Teresas de Calcuta virtuales, porque el fin de la plaza con sus mezclas sociales, es reemplazado por la tendencia retro de la caridad. La existencia de esta caridad lleva implícita una advertencia de nuevos desastres causados por la rudeza del despojo, cuando acarrea consecuencias inocultables, evidentes, entonces surge un mecanismo de contención: la caridad, pero esta a su vez es un anuncio de que las funestas consecuencias del sistema, lejos de cesar, encontrarán formas más agudas de existir. Cuando las situaciones se hacen más inhumanas, más limosna se arroja en los templos, aumentan las divisas de la caridad. Los y las agentes de buena voluntad están emitiendo un mensaje muy desalentador.
            En el vocabulario de Uribe Vélez, actual presidente de Colombia, expresiones como ayudar a los pobres no se corresponden a una política pública en marcha, sino a una caridad selectiva y proselitista, una política focalizada. En los Consejos Comunitarios, por ejemplo, Uribe aparece como un ser generoso que es capaz de poner a toda la maquinaria del Estado en función de construir la casa de un anciano, quien lleva esperando 30 años un subsidio para vivienda. Esta manipulación lacrimosa se diseña con el fin de evadir tareas fundamentales que den cuenta de los complejos problemas, quienes sí deberían encabezar la lista de las agendas del Estado. Otra vez, como las imágenes de Irak, esta es no es una estrategia accidental dado que resulta muy efectiva a la hora de producir una imagen de carisma y popularidad, su realización amerita mínimamente un esbozo de teoría conspirativa.
            Como sucedía en los años veintes y treintas con la pueril prensa bogotana, la tendencia en los medios de información nacional es patrocinar secciones noticiosas donde se presentan mujeres adineradas, quienes sin renunciar a su condición, dedican su abundante tiempo libre a trabajar y costear comedores comunitarios. También son frecuentes las fundaciones sociales de cantantes en pro de algún sector vulnerable, lo que dicho sea de paso, les acarrea un importante ahorro en impuestos.
            Pero todos estos esfuerzos revelan precisamente la necesidad de contener las causas que hacen falsaria la armonía.
           
A fuego lento…

            La marginalidad es un problema que desvela, a manera de tendencia modal, a las luminarias veleidades. Porque, aunque se esconda en los lugares más recónditos de las montañas feroces que rodean la ciudad o se deje vagar por los inseguros centros donde ya no habitan los ciudadanos y ciudadanas, es siempre un peligro, una amenaza a la utopía de la Ciudad Blanca. Cuando los y las habitantes de la Ciudad Blanca elevan sus ojos hacia las densas montañas de la periferia, donde se asientan los barrios de invasión, imaginan una avalancha de paredes de cartón y plástico cayendo sobre sus calles de oro y sus ríos de cristal. Todo esto terminará con la estilística armonía del mundo. Una compasión de gran belleza se apodera de sus corazones, incluso con la mayor de las sinceridades.
            La mezcla entre avalancha y compasión produce una tensión permanente. Los problemas se solucionan en la superficie de cuatro o cinco casos emblemáticos, se publicitan, se convierten en objetos de culto y se considera que no va a volver a surgir en la conciencia de la gente. El problema no es si Jesús es el milagroso, sino el problema son los crucificados de su tiempo. Pero ahí sigue la inmensa montaña de la marginalidad que no desaparece, crece y se acerca peligrosamente a la ciudad de tal forma que, aunque el problema en apariencia no altere la conciencia de la gente que en ella habita (asunto del todo improbable) resulta inocultable la expansión del cuerpo concreto. Entonces ciudades y campos se desbordan y surge la ruptura con la armonía. La avalancha sobreviene.
            Los agentes mediáticos claman orden por doquier. Paz y Orden a cualquier precio. Pese a estar agotada con tanta violencia, no le importa qué tipo de genocidios deban cometerse con tal de que exista algún orden. Mantener la armonía implica quietud permanente y esta es posible gracias a la inmovilidad social, la perpetuación de los reinos. De ahí que lo sucedido espacialmente en el ordenamiento territorial, como sucede con el cuerpo de la anorexia, sea en últimas la evidencia de un anhelo interno desesperado de enajenación que se expresa como delgadez social.
            En este surgimiento modal de la caridad, conocidos personajes de la farándula colombiana manifiestan de un lado su profundo dolor por las condiciones de la niñez en el país y por el otro un apoyo incondicional a los agentes del orden que reprimen el caos originado en el seno de los conflictos que tanto despojo produce. Las comunidades beneficiadas por esta especie de nuevo contrato social, deben responder con pacífica mansedumbre en imitación armónica del piadoso carácter de sus benefactores y benefactoras, siendo estos y estas incontestable ejemplo de bondad. Resulta ser una imitación barata de la tendencia del gremio a nivel internacional, a censurar el hambre en África, la guerra de Iraq o el pretérito régimen de Bush lo cual, sí parece ser interesante.
            Cómo funciona este espectáculo entonces.

  •             La “infantilización”
Los niños y niñas son objeto de culto. Un objeto de culto y lo rituales que le rodean imponen realidades no desde su existencia objetiva, su sustancia, tanto como desde la subjetividad con la que los demás rendimos el culto y establecemos un orden alrededor (su respuesta transubstanciada).
            El poder de la imagen niño, niña, para movilizar los temores, las paranoias y el pánico a la adulteración de todo orden, es la forma en que convertimos a los niños y niñas, los de carne y hueso en objeto de culto. Los niños y niñas junto con otros tantos objetos de culto social, son utilizados para movilizar a la gente hacia el enmascaramiento, en el caso por ejemplo, de las campañas mediáticas de los noticieros justo cuando se es necesaria una cortina de humo. Cuando el ambiente político se hace más que turbio, se sacan de debajo de la manga campañas para salvar a los niños y niñas del maltrato infantil, de maestros violadores, del hambre, de la epidemia de turno. Reeditan un espíritu salvífico que nos devolverá un mundo perdido, cuyas últimas semillas de verdor retozan en los niños y niñas, cierta nostalgia mezclada con fragilidad y vulnerabilidad, la inocencia y la belleza incorruptible, no adulterada. Lo que le sucede al adulto no es comparable con la magnitud del mismo hecho ejecutado en un niño o niña. La cuestión con el objeto del culto, especialmente en el ámbito del cristianismo, se halla en una transubstanciación donde unos objetos se “ocultan” detrás de otros y se convierten en estos otros. Niños y niñas, como la hostia es la transubstanciación del cuerpo vulnerado de Cristo, son la transubstanciación del cuerpo vulnerado social, en ellos se depositan todos los miedos, las adoraciones y se les conceden los poderes propios de un cuerpo decadente y martirizado, una sociedad incapaz de salvarse a sí misma acude a salvar a los niños y niñas en busca de su redención. Pero el objeto de culto no es partícipe de la escena al menos, no desde su ser propiamente sino de la imagen de su ser. El objeto de culto es peligro trasubstanciado urnificado ante la potencia de la profanación y es la urna lo que le hace digno de la indignación, no la que provoca la violencia que se ejecuta contra él, sino el hecho de ser un objeto urnificado.
            Esto no tiene que ver con lo condenable que resulta ser todo aquello que atente contra los niños y niñas, en tanto sí es pertinente a la instrumentalización de la identidad del objeto de culto, creada para enmascarar una cadena de frustraciones sociales. La sociedad se encuentra bajo una especie de mito de infantilización creciente.
            El objeto de culto no participa en su destino, es cargado, cuidado, vestido, alimentado por otros, es adorado por otros, es violentado por otros. Esta es una de las diferencias que pretende establecer Tonucci[16] entre una propuesta de ciudad construida desde los deseos, acciones y pensamientos de los niños y niñas y la “infantilización” de la sociedad que espera que buena parte de ella se comporte a su vez como objeto de culto, incitación a la profanación y a la violencia o a la adoración y la indiferencia.
            Para Francisco Tonucci, los niños y las niñas no son simplemente niños ni niñas, ni transubstanciación del cuerpo martirizado socialmente, no pueden ser reducidas a víctimas. Las personas no son reducibles a víctimas, sin que esto desconozca que se ejerce violencia o abuso. Lo que Tonucci afirma cuando dice que los niños y las niñas no quieren que se les cuide del peligro sino que se les permita participar en la construcción de una sociedad menos peligrosa para todos y todas, es que se les retire el tratamiento de víctimas y se les entienda en toda su complejidad, como personas que viven plenamente los problemas de su ciudad y que los padecen, si bien desde el marco de su subjetividad de niños y niñas, pero jamás únicamente desde la subjetividad que usamos los adultos y las adultas para objetivizarles.

  •             La objetivación de la infantilización

Un primer acto debido a la ceguera
Carta en el Facebook de un amigo publicista:

            En la vereda de Pueblo Rico, en el año 2000…  fueron asesinados 6 chiquillos por soldados del ejército nacional. Noticia sepulta, en Colombia, se sepultan tantas noticias como personas.
            Pero no quiero hablar del terrorismo de Estado como un contrapunteo incesante entre los hinchas de equipos, tan acostumbrados a conservador mata liberal, millonarios mata Santa Fe, indios matan vaqueros...
            Quiero hablar del comentario de una persona, de esas que suelen exhibirnos la más radiante de las argumentaciones propias de este tiempo de nuevos y emergentes politólogos de la “cosa política”.
            En los comentarios de El Tiempo a esta noticia, un representante de los bien llamados “colombianos de bien” decía que repudiaba la masacre de los niños, pero que en últimas eso era culpa de los campesinos, porque los niños campesinos crecían y se volvían guerrilleros.
            Entonces, con un silogismo simple, uno podría deducir estas conclusiones brillantes del colombianito de bien: como buena parte de los guerrilleros son campesinos ¡pues lógico! buena parte de los campesinos, deben ser guerrilleros… como estos campesinos tienen hijos y como son niños de campesinos, pues por antonomasia o transmisión hereditaria (PORQUE SER CAMPESINO DEBE SER CULPA DE ALGUN GEN), son campesinos.
            Hasta ahí el silogismo es de una vasta claridad. Pero la parte más innovadora del análisis comienza, cuando éste bien intencionado colombiano de bien afirma lógicamente que los niños campesinos no son eternamente niños, el único niño que mantiene su parvulatoriado eterno es el divino niño... así que estos niños crecen y se vuelven campesinos, campesinos a secas, peligrosos y fanáticos campesinos terroristas.
            Entonces concluye el compatriota, que la acción del ejercito se justifica, porque los campesinos que alguna vez fueron niños serán guerrilleros, y ya ¡punto! La demás gente puede denominarse dentro de su vastísima capacidad sociológica para clasificar a la gente: colombianos de bien...
            A mí, y con el respeto de todos ustedes, no me aterra que las personas que utilizan las armas, actúen coherentemente con los argumentos que hayan construido para ello. Porque sería medio ridículo que alguien que está convencido de eso, por locura, placer, paranoia, nobleza, épica arqueológica, ideología o religión, o "no hay otra salida" no lo hiciera y sólo chicaneara parloteanto. En caso extremo, sería muy desilucionante que Jack el Destripador hubiera sido apenas una amenaza parlante... Eso no quiere decir en ningún momento que apruebe brutalidades, quiere decir que el que lo hace creyendo en eso, estará loco, será una bestia o lo que quieran, pero lo que sí es cierto es que actúa como lo predica.
            A mí lo que me preocupa enormemente más que esto, es que muchas personas que dicen estar hartas de tanta violencia con justificadas razones ¡hagan comentarios de semejante talante! A mí lo que me preocupa, es esta lógica ramplona y mediática con la que los colombianos y colombianas nos afiliamos, variamos, votamos, condenamos y absolvemos… a mi me asustan tantos colombianos y colombianas de bien, armados en cada esquina.

            A mí lo que realmente me preocupa es que se postulen tesis acerca del poder basadas en el principio de conciencia, en la elección libre de preferencias por parte de los individuos, y que tales puedan resultar oponerse al sentido común, al propio sentido común construido desde el campo simbólico dominante, en la moralidad o en los hábitos cotidianos, gracias al ejercicio de las estructuras estructurantes como lo explica Bourdieu en su texto Poder, derecho y clases sociales. Por supuesto, en la libre elección, oponerse al sentido común es totalmente pausible. Me refiero no a la oposición desde la resistencia a la dominación simbólica, sino en el extremo distorsionado del propio campo, como en este caso, los descontroles de una obediencia inesperada que controvierte fanáticamente incluso, los propios consensos y órdenes legitimados sin mucha reflexión, masivamente.
            No se puede pretender confiar en la absoluta conciencia cuando la delgada línea entre el control del campo simbólico y la respuesta creativa de una obediencia inesperada, parece sujeta, no a la conciencia de los individuos, sino al automático de la propia lógica gobernando las acciones, incluso más allá de los resultados esperados por el dominante o acaso, los profundos y siniestros resultados esperados por el dominante van más allá de la búsqueda del consenso, el orden y la armonía. Esas conspiraciones son piezas de otro escrito.
            El comentario a la noticia por parte de este lector no es simplemente la opinión consciente, llanamente racional de un buen ciudadano. Entraña un cuerpo de ideas subyacentes, suficientemente sutiles y poderosas como para invertir una suerte de valores que comúnmente invitarían a “salvar a los niños” y coloca un nuevo registro de “preferencias” por encima de cualquier consideración del sentido común.
            Pese a los lamentos del comentarista acerca de la condición de “niños” de las víctimas, en estos tiempos de fanatismos ni siquiera nos podemos fiar de una construcción simbólica de “niño”, cuando se pueden suprimir los niños de carne y hueso de la escena, cuando una excepcionalidad en el racionamiento se acerca peligrosamente al hábito y se deja intacta la imagen de la infantilización sin importar la suerte de los sujetos y sujetas que deben sacrificarse por ella.
            Ya que las voluntades imprimirían, en una lógica pasmódica, un reproche encarnizado, una indignación más que justificada, el entreveramiento del sentido común como en el caso de la opinión del lector demuestra que aún en el más moralista de los sentidos comunes, existen trampas mortales, tan mortales que pueden llegar a producir latencias incontrolables. La aparición de esto que podría denominarse como emergencia extraordinaria para cualquier lector que no se encuentre en un contexto como el colombiano, pero en un país donde el asombro es ingenuidad, es y lo afirmo sin rubor, la emergencia de un extremadamente peligroso y asesino sentido común latente, cada vez menos invisible y sutil.
            ¿Cómo funciona en el campo simbólico, por ejemplo, un poder que sobrepasa las fronteras del sentido común, por manipulado que éste sea, para colocar un absurdo contrasentido como si fuese un consenso, un neo-sentido común?
            Entenderé entonces por infantilización social, la estrategia que, a través de la asignación de objeto de culto a ciertos grupos de la sociedad mediante la potencia de su vulneración, hace posible que se comporten ciertas conductas de todo el conjunto social.
            El asunto de los niños y las niñas nos permite develar estos asuntos, sólo para no salirnos del campo concreto que produce la imagen.
            En la construcción de la infantilización social, puede distinguirse el campo simbólico infantil, en donde los niños y niñas serían entonces, el extremo más significativo del mismo, pero no serían todos los sujetos que se enmarcarían en él. La infantilización produce un cierto sentido común de cara al cual, al menos en apariencia, existe un consenso: ¡los niños y las niñas no se tocan! (objetos de culto). Los niños y las niñas son los sujetos predilectos de cuanta redención sea necesaria para la legitimación, esto no en concreto refiere preferencialmente, a las decisiones políticas orientadas a mejorar las condiciones objetivas, afectos, sentidos y praxis de los niños y niñas concretas, sino precisamente debido a la construcción del objeto de culto que representan. Hay asombro e indignación cuando se hace público el caso del maltrato de un sujeto “niño” o “niña”, pese a ello podría decirse que las condiciones de la mayoría de los niños y niñas en el mundo son más que deplorables. En eso se aplica plenamente el planteamiento de Dahl, al menos parece que las decisiones se activan cuando lo mediático visibiliza el conflicto, pero lo mediático en este caso, no visibiliza a tientas.
            Es un buen objeto de culto aquel se crucifica, se martiriza, se presenta como paradigmático y finalmente se venera sin denuncia profética de por medio. Hasta este punto existe un consenso tácito acerca de no “profanar” a los niños y niñas, aunque no se deje de violentarlos. El consenso producido en el internalizado sentido común basado en la infantilización, oculta la violencia sistemática contra los niños y niñas (no tratada estructuralmente) o la exacerba (tratada mediáticamente para reforzar el sentido de objeto de culto). En tanto esta violencia permanece oculta, o no siempre es determinada como una discusión estructural, o es determinada como una discusión importante pero que acarrea decisiones friccionales (campañas mediáticas, políticas desarticuladas, cristalizaciones institucionales inadecuadas), podríamos afirmar en el argumento de Dahl, que no existe una relación simbiótica entre un patrón de medición y el fenómeno para medir su influencia, por tanto, puede decirse que no hay una relación de poder, al menos no los suficientemente importante como para alterar la armónica distribución del poder de una sociedad democrática. Dicho en otras palabras, si el poder se hace visible a través del conflicto, la condición de conflicto observable es indispensable para suponer una relación de poder y un conflicto es, en tanto sea visible, es decir, verificable empíricamente.
            Ahora bien ¿hay conflictos visibles alrededor de los niños y niñas? Por supuesto que los hay, los vemos todos los días, por los medios, en la escuela, en las casas, hay un volumen grande de formulación de políticas, de campañas, de ONGs, de asociaciones de asistencia, todas estas muy bien intencionadas. La cuestión no es, para fortuna de los decisionistas, si existen conflictos verificables en torno a los niños y niñas, existen prolíficamente, el problema es si los conflictos verificables y observables son los conflictos fundamentales de los niños y las niñas, o dicho de otra manera, si a fuerza de tener que hallar lo observable y lo verificable, se deben ocultar los demás conflictos bajo el terrible manto del no-conflicto: ¿Un conflicto oculto es un no-conflicto?  O lo que resulta más grave aún, puede decirse que un conflicto oculto ¿es un consenso? Entonces vendría a bien la pregunta ¿cuáles conflictos de los que tratamos nos llevan a un acto de poder, que realmente represente una relación de poder, en tanto perturbe y altere?
            En el caso de los niños y niñas, el contundente acto poder que hace saltar la emergencia, no se centraría en acudir a nuestras imágenes de infantilización para protegerlos y otorgarles aquello que no están en capacidad de adquirir por sí mismos. Hacer esto implica una inversión mínima de poder pues no es en tanto, el conflicto que implica las mayores movilidades sociales, son conflictos dirigidos a sustentar la infantilización, no es el poder para de desmontar la infantilización. En el conflicto central o estructural, si así se quiere llamar, estaría la mayor expresión de poder, aquella que realmente necesita transformar profundamente el espíteme, la imagen de pensamiento que nos lleva al lugar común de la infantilización, podría decirse, estaría allí el poder.
            Si partimos de que en el mismo hecho de la infantilización hay de por sí una alienación, lo cual debería producir como resultado, la indignación frente a la masacre de unos niños y niñas, digámoslo así descarnadamente, no tanto por los niños y niñas que perecieron, sino porque el orden del culto fue alterado para una sociedad que piensa que ¡los niños y niñas no se tocan! ¿Cuál vendría a ser el extremo insidioso de la alienación que permite al comentarista “legitimar” el asesinato de los niños y niñas de Pueblo Rico?
            Va más allá de que las personas no tengan agravios, se trata aquí de superponer unos agravios sobre otros: qué tipo de agravios mediante la modelación de percepciones debe abordar la gente, qué sentido común debe producir estos agravios. No se trata de la llana apariencia de una sociedad armónica, jamás el Mundo Feliz de Huxley, sería al contrario, la profesión de un mundo de sufrimiento legítimo, donde también éste, como acontece con las y los sufrientes, se lleva a los planos del culto (sufrimiento necesario) y no del sufrimiento concreto, tal y como sucede con los niños. Los niños y niñas campesinas deben morir, en tanto su necesario sufrimiento evita el florecimiento de un agravio “ilegítimo”.
            Jonathan Swift hizo una crítica a la economía de su tiempo en un tono irónico, propuso mecanismos “pragmáticos”, por decirlo de alguna manera, para superar las difíciles condiciones socioeconómicas de la época de la crisis de la papa, en Irlanda. Su propuesta desnuda con fina ironía, el cinismo con que Malthus construye su tesis de control de la pobreza:

            Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout.
            Ofrezco por lo tanto humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya calculados, veinte mil se reserven para la reproducción, de los cuales sólo una cuarta parte serán machos; lo que es más de lo que permitimos a las ovejas, las vacas y los puercos; y mi razón es que esos niños raramente son frutos del matrimonio, una circunstancia no muy estimada por nuestros salvajes, en consecuencia un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino; aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una comida para los amigos; y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable, y sazonado con un poco de pimienta o de sal después de hervirlo resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno.
            He calculado que como término medio un niño recién nacido pesará doce libras, y en un año solar, si es tolerablemente criado, alcanzará las veintiocho.
            Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será por lo tanto muy apropiado para terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores derechos sobre los hijos.

            Para la gran mayoría de las personas, una propuesta como la de Swift resulta repugnante, un banquete poco apetitoso. Sin embargo no existe diferencia sustancial entre la lógica que denuncia el escritor del cuento y el comentario del lector de El Tiempo, ya que ambos textos expresan la necesidad de devorar a otros y otras en pro de la propia supervivencia, debido a que los niños y niñas de la escuela rural y los y las del cuento son en perspectiva un problema fuera de control.
            Si a todo esto sumamos el hecho de que estamos preparados para consumir el holocausto nuestro de todos los días, tampoco se nos haga extraño que alguien, llevado a decidir sobre “inocuedades” acerca de su familia, termine llevando tal idea al plano de lo concreto, devorando así a sus propios hijos, a la mejor usanza del dios Cronos.


  •             El encerramiento

            El grito emergente que propone Tonucci, está expreso tácitamente en los párrafos anteriores de dos maneras. La primera, es que en la propuesta de la Ciudad de los Niños, es claro que Tonucci no propende por una infantilización de la sociedad, tampoco los niños y las niñas concretas quienes por el contrario, se encuentran bastante incómodas, por decir lo menos, con las bien intencionadas políticas de la democracia adulta:
           
“No podemos salir a jugar porque nuestros padres no quieren”. “Porque tienen miedo”. “Porque hay coches”. “Porque hay personas malas”… la solución que generalmente se prefiere es la de mantener al niño en casa, educarlo en la desconfianza frente a los extraños y llevarlo a todas partes, incluso para trayectos muy cortos, en coche (medio privado y por ello presuntamente seguro). Los niños, en cambio, protestan, se enfadan y piden que se modifiquen las condiciones ambientales. Para ellos salir es una necesidad irrenunciable y, por tanto, las calles deben ser más seguras, los conductores menos prepotentes y las personas deben ayudarlos y no crear problemas” (negrillas no son de la cita) (Tonucci: 95)

  •             No se inventen mis problemas
Cuando los niños y niñas se refieren a no crear problemas no se trata de una estrategia de evasión, se trata de no inventar problemas que oculten los verdaderos conflictos de los que estos “problemas” resultan ser apenas un borde: Si se coloca al niño gradual y progresivamente, desde sus primeros años, en condiciones de afrontarlos (peligros), sabrá valorar los peligros externos y tenerlos en cuenta. (Tonucci: 95). Si observamos el conflicto que presenta el adulto y la adulta, como el conflicto consensuadamente importante: la calle es peligrosa para los niños, toman la decisión de encerrar al niño. Tienen el poder de decidir sobre el niño y la niña acerca de su encerramiento en casa, por ejemplo. Y es tal el poder de la decisión del encerramiento, que esta estrategia frente al peligro se ha convertido en una práctica generalizada, es lo que diría Múnera, un mecanismo de dominación vía la asunción de ciertas prácticas dadas en la cotidianidad: el niño obedece, pero los padres y madres obedecen también al ejercer una práctica habitual, no-consciente frente al peligro. Lo lógico para los decisionistas sería entonces, que tan vasto y sistemático ejercicio de decisión, proveniente de las preferencias consensuadas, voluntarias y conscientes del adulto, seguidas seguramente por la validez de la eficacia de dicha práctica, traería como resultado una reducción del peligro de los niños y niñas frente a los posibles riesgos. Sin embargo y acogiéndonos al criterio de verificación de Dahl, observemos el resultado:

            Con respecto a los peligros sociales, a los malintencionados, a los pedófilos, sabemos por datos oficiales que estas formas de violencia contra los niños se dan casi exclusivamente “dentro” y no “fuera”, en lugares “seguros” como la casa, la escuela, la parroquia, y por parte de personas conocidas, a menudo parientes y no extraños… las casas no son el lugar seguro que los adultos piensan, sino el lugar de mayor peligro por la frecuencia de accidentes domésticos, por el inquietante poder de la televisión en cuanto adopta el papel impropio de niñera” (Tonucci: 95,96)
           
Llamemos a proteger en lugares seguros, la estrategia del encerramiento:
            He aquí un resultado verificable que nos hablaría del bajo poder de una decisión como la del encerramiento, si los decisionistas pudiesen argumentar. El problema es que siendo esta una decisión consciente y tratándose de una decisión generalizada, consensuada, consiguiendo siempre su primer objetivo: lograr que los niños y niñas obedezcan por su bien; no arroja, y no de ahora sino de mucho tiempo atrás, los resultados esperados. Si el enemigo o la enemiga están en casa ¿por qué seguimos encerrando a los niños y niñas? ¿Esta avalancha de decisiones a quién beneficia realmente? ¿Qué problema soluciona? ¿Acaso el problema para el que esta estrategia fue diseñada? Estas preguntas pueden ser extrapolables a todos los casos de infantilización social, a los que nos vemos abocados con mayor frecuencia: somos como niños ante un gigantesco terrorista. Pero no nos centraremos por ahora en ello.
            El asunto crucial es que siendo el dato de la violencia de “dentro” contra los niños y niñas, un dato científico (observado y verificado), y siendo los niños y niñas la preocupación más importante de todo padre y toda madre y en general de toda la sociedad ¿Cómo no se cuestiona el encerramiento, que va adquiriendo tal grado de legitimidad al punto que se hace deseable? Como si inherentemente se hiciese deseable la agresión contra los niños y las niñas. Seguramente ningún padre o madre en condiciones de conciencia desearía el mal para sus hijos y sus hijas, ninguno los encerraría en casa, a sabiendas de que es precisamente allí donde sucede el mayor número de agresiones, acontece el más alto número de accidentes. Por tanto, el problema no es un problema científico, sino que subyace en el sentido que tal práctica reviste para quienes se inscriben en ella, un sentido restringido, vedado y manipulado que hace entender como no perjudicial un acto que puede ser bastante perjudicial o potencialmente más perjudicial que el emanado de una praxis contraria.
            En el marco planteado por el Tonucci, analicemos la resistencia de los niños y niñas a la infantilizacion:

“Queremos de esta ciudad el permiso para salir de casa” Federico – Consejo de los niños en Roma
¡No ha pedido a sus padres permiso para salir, se la ha pedido a su ciudad! De esta actitud nacen las propuestas que ahora el alcalde, el jefe de policía, los concejales de Tráfico, de Medio Ambiente, deben ponderar y valorar, aceptar o rechazar. Si, como se espera, las aceptasen, se iniciará un proceso francamente difícil, pero que tiene como objetivo una ciudad en la cual sea más fácil para todos moverse autónomamente, a pie y en bicicleta, renunciando al transporte privado. Será una ciudad más segura, más sana, más hermosa. (Tonucci: 97)

  •             El principio del “gato” frente a la obediencia inesperada…
Inquieta por la reacción ante el asesinato de los niños y niñas en Pueblo Rico, me di a la tarea de indagar a Tonucci y a otros autores que me permitieran adentrarme en el mundo de la violencia contra los niños, pero más allá de ello, en la legitimación de episodios de agresión que hablan de las concepciones de una sociedad como lo es la colombiana en estos momentos. En un trabajo anterior de diálogo con Tonucci, ponía el ejemplo creador de obediencia del gato de Diana. El gato la halagaba con una paloma o una rata muerta a cambio de protección e incluso de afecto. Sus efectos residuales eran los halagos indeseados. Ahora imaginemos a millones de gatos obsequiando a una pequeña élite (Diana como dueña de millones de gatos), antes de darse cuenta tendrá una dotación de palomas y ratas muertas produciendo un grave problema. Todos los padres y madres que encierran a sus hijos y las múltiples variantes de sus decisiones sobre asuntos que no parecen preocupar a los grandes decisores (inocuos) aumentan el abuso contra los niños y niñas y la probabilidad de que padezcan accidentes. Son millones de gatos y gatas obsequiando al sistema, el regalo ampliado de su decisión.
            Por eso, a no ser que las tesis de la conspiración sea cierta y toda esta destrucción esté contemplada en el macabro plan de las élites, ellas no esperan ver a sus niños y niñas, ser abusadas dentro de sus casas ultraprotegidas o a sus hijas e hijos morir de anorexia, es un halago tétrico a su proyecto conspirativo, superior a los resultados esperados.
            La reacción del comentarista de la noticia, en forma de silogismo simple, puede ser de alguna manera un resultado esperado (en cuanto a la legitimación) pero no necesariamente todo lo que este ciudadano pueda desatar frente al panóptico de sus convicciones y las rupturas que puede tener con su propio objeto de culto, podrá ser contenido por el mismo mecanismo de predicción del gran decisor.
            El propio orden que imponen, la higiene que se busca a través de sus decisiones, provocan otras tantas decisiones que, proviniendo de panoramas restringidos a lo inocuo, se reinterpretan y se distorsionan produciendo desordenes peligrosos e incontrolables. El control más rígido es la expresión misma del más grande descontrol.
           
Los otros niños y niñas de la infantilización: los salvadores en lata

            Ahora unamos dos ideas propuestas en este escrito, retomando la caridad con la infantilización para producir los “niños” y “niñas” objetos de culto, que en estricto no son niños y niñas. De lo que veníamos exponiendo: La sociedad hostia impone su propia blancura y delgadez, arrebatando la sustancia accidentada y herida de la sociedad que transubstancia. La gente linda se autoproclama vocera de un país de paredes blancas, en donde los asuntos se tratan a través de los medios de comunicación legales, como corresponde y no pintando las paredes. Modelos, cantantes, presentadoras de noticias, gente que representa la estética de Paz y Orden, lanzan sus mensajes de indignación en sus militancias poco argumentadas a favor de cuanta causa se encuentre en boga, especialmente si se trata de un objeto de culto altamente proclive a ser víctima de todas las violencias: los niños y las niñas. Claro, siempre y cuando tales no habiten sus barrios, casas, no les quiten sus puestos en la televisión. Parafraseando a Marx, una horda de embajadores y embajadoras de buena voluntad recorre el mundo, con sus manillas amarillas  y en un jet privado. Está de moda ser una buena persona  y el público se siente profundamente conmovido por ello.
            No produce el mismo efecto ver a la obesa líder comunitaria, insistente matrona conocida por conflictiva y desdentada, que va organizando el barrio con un megáfono en las manos sin tener que rasurarse las piernas, a la sexy mujer glamorosa que muestra indignación a través de una pantalla armada de suaves y elegantes gestos. Análoga a este cambio de estética social, corresponde la lógica que se aplicó a los cuerpos militares en la Alemania nazi:

            El SS fue organizado como una comunidad elitista que debía ser, no sólo supremamente violenta, sino asimismo supremamente bella. ([…] Los miembros de la SA, a quienes reemplazaron los del SS, no eran menos brutales que sus sucesores; pero los primeros han pasado a la historia como clientes rechonchos y chaparros de cervecería).
            […] Los movimientos de extrema derecha, por muy puritana y represiva que sea su realidad, ofrecen a la vista una superficie erótica. Ciertamente, el nazismo es más sexy que el comunismo.

            Es el uso del recurso visual de Saló, el del erotismo del fascismo siempre en contraste extremo de violencia y belleza, virtud y lascivia. Los preciosos y preciosas muchachas de la película, encarnan la dorada inocencia virginal sobre la que actúa todo tipo de perversidades. Ellos y ellas deben ser la suma de todos los ejemplos, el ejemplo del victimario sobre la suerte de estos niños y niñas, pero aún así, el ejemplo de la estética que pese a ello, se debe mantener. El fascismo promueve un boyerismo tétrico donde el público enfila sus preferencias hacia los escenarios de lo extravagante o hermoso, lo poco cotidiano y extraordinario, el fascismo es teatro menciona Genet  ¿Quién puede dejar de lado la historia de una pop star, previamente vejada para aparecer después de vivir algún reality lleno de crueles pruebas e intrigas de toda índole, para convertirse en el estereotipo de ciudadana deseable?  ¿Quién puede creer en la inocencia de la matrona desdentada que no se deja engañar por el traficante de terrenos en un barrio de desplazados de Bogotá? La apacible apariencia de inocencia es un juego erótico altamente provocativo e infalible. La fabulación sucede cuando lo visible de este sistema es capaz de conmoverse, mientras las raíces de las malas hierbas se solidarizan día tras día como un acto fundamental de la existencia y no como espectáculo excepcional.
            La luminaria protectora de víctimas no termina luchando contra la victimización, sino que se afirma a sí misma como víctima: universalización de la victimización. Por eso sus dramas, desamores, persecuciones, paranoias y todo lo demás, son ampliamente conocidos por el público receptor quien llora a una voz con ellos y ellas. 
            La estética de Saló, predilecta en nuestros días, permite un proyecto en el que estrellas y “fulanos de tales” comunes y corrientes como nosotras nosotros, encontremos un proyecto de “igualdad” en la vulnerabilidad y la vejación: nos identificamos en el martirio. Salvo que las primeras, las estrellas, no pueden renunciar a su condición de “cosa bella”, entonces, su voluptuosidad infantil, la que provoca alucinaciones eróticas, convierte a la inocencia, higiene y bondad, en paradigmas rabiosos de belleza.
            El proyecto de “igualdad” por la victimización o la infantilización, es una versión tétrica de humanitarismo mediático, donde parece haber un mundo posible para todos y todas, no vía la reducción de las brechas enormes entre sociedades ricas y pobres, sino porque no hay una sola persona en el planeta que no sufra, que no esté propensa a ser víctima de algún drama, que no pueda caer en las garras de algún terrorista. Así, por ejemplo, se ha venido construyendo un proyecto de unidad nacional en Colombia, bajo la premisa de que todos y todas somos víctimas de similares padecimientos producidos por determinados actores insurgentes. El proyecto se consigue cuando de forma mediática, terminamos equiparando los sufrimientos de los protagonistas de los medios, con el sufrimiento de toda la humanidad y por ende, su caridad, con la necesidad de la solidaridad en contraposición a la negación de la abundancia. El proyecto de “igualdad” por universalización del sufrimiento, es un proyecto que nivela por lo mínimo a la humanidad bajo la premisa del sufrimiento necesario, una negación sistemática de la felicidad.
            No quiere decir, para terminar de contestarle a los empiristas, que otros conflictos como la miseria, el desempleo, la falta de educación y salud, no sean visibles, pues nos los topamos con espantosa frecuencia por todos lados, sino que es bien cierto que cada cual elige, entre todos los conflictos que proporciona la realidad, cuales deben transformarse en “verificables”.
            De ahí la insistencia de venir a ver.
            Entonces, pues, veamos en la mesa a los comensales de Saló, algo equiparablemente seductivo en ese contraste tan atractivo de terror y belleza, aprovechemos entonces que somos dignos y dignas del dolor, aumentando la predilección por la estética de la minoría de edad en rostros de adolescentes efímeros y efímeras, cantantes y modelos con una corta vida media, todos proclives a ser víctimas de un feo y despiadado mundo. Productos obsolescentes que no resisten su propia madurez, incrustados forzadamente en cuerpos de 15 años, logrados desde los 10 y mantenidos hasta los 18 a través de las más crueles dietas y disciplinadas rutinas propias de la vida militar, entrenados por mujeres y hombres que intentar preservar la juventud a como de lugar para no ser reemplazados por estos y estas nuevas estrellas. En el mundo que subyace al fenómeno mediático, aumenta la demanda de menores tanto en el oscuro negocio de la prostitución, como sucede en Costa Rica donde buena parte del turismo se concentra en esta transubstanciación de niños y niñas en objetos de deseo y por supuesto, la muy sonada comercialización de pedofilia en Internet, sin contar los para nada aislados escándalos de sacerdotes violadores de niños.
            El rabioso deseo de mantener la apariencia infantil (una imagen-niño, niña), se expresa en la proliferación de mitos de la vida eterna y la juventud. Para esto habrá, por supuesto, todo un mercado estético sobre el cual, no me extenderé, puesto que es ampliamente conocido por todos y todas nosotras.
            A manera de conclusión, la infantilización es la transubstanciación de lo complejo de la sociedad en una imagen de vulnerabilidad y dolor predilectamente encarnada, pero no únicamente,  por los niños y niñas
           
No somos eternos

No puedes pretender que mi cuerpo flote en el espacio
Como ondas de radio
Y que luego lo capture algún ser de otro planeta
Y lo convierta nuevamente en este cuerpo quieto
Como una instantánea de este momento
Porque este momento solo lo llena este cuerpo
Que va dejando de ser una imagen quieta, una impresión
Y se va haciendo cada día más carne…
            Alicia


[1] En la novela de Orwell, 1984, El ministerio del amor  era uno de los cuatro que administraban el régimen. La lógica en que se asignan las palabras en la novela, es de racionalidad invertida. De manera que en el ministerio del amor se encontraban los sitios más escalofriantes de tortura y tenían la función, según O´brien, servidor y verdugo del régimen totalitarista, de re convertir a los disidentes: Te explicaré por qué nos molestamos en curarte. Tú, Winston, eres una mancha en el tejido; una mancha que debemos borrar. ¿No te dije hace poco que somos diferentes de los martirizadores del pasado? No nos contentamos con una obediencia negativa, ni siquiera con la sumisión más abyecta. Cuando por fin te rindas a nosotros, tendrá que impulsarte a ello tu libre voluntad. No destruimos a los herejes porque se nos resisten; mientras nos resisten no los destruimos. Los convertimos, captamos su mente, los reformamos. Al hereje político le quitamos todo el mal y todas las ilusiones engañosas que lleva dentro; lo traemos a nuestro lado, no en apariencia, sino verdaderamente, en cuerpo y alma. Lo hacemos uno de nosotros antes de matarlo. P. 96.
[2] Un amigo canadiense me informaba acerca de una agencia de turismo que promueve una modalidad llamada Turismo de Guerra, donde extranjeros y extranjeras pagan cifras exorbitantes para viajar a países en conflicto y participar en simulacros de combates, secuestros, emboscadas… No puede encontrar dicha página pero no dudo en lo absoluto que exista, ¿quién en este momento podría dudar que por Internet se comercialice todo tipo de excentricidades para burguesas y burgueses fanáticos? Pero aún cuando no existiera, buena parte del turismo que algunas ONGs promueven, además de motivaciones compasivas y de solidaridad, halla un importante motor en la fascinación hacia lo extremo. Esa lógica nueva, en general, ha cambiado el sentido del turismo. Es mucho más apetecible participar en el Challenger de Australia con tiburones, paredes de piedra, caminatas extenuantes, que ir de vacaciones en un crucero apacible a las Bahamas: “En espacios públicos, tales como restaurantes, siéntese donde no pueda ser visto desde el exterior e intente situarse lo más lejos posible de columnas, paredes u otras estructuras, y lejos de la entrada. Trate de pasar desapercibido, fuera de la línea de fuego y protegido de estallidos de bombas. Las mismas precauciones deben ser tomadas en hoteles, clubes, e incluso cuando esté sentado en la cubierta de un barco anclado en el puerto” (Peter Savage: El Libro del Viaje Seguro, Lexington Books, 1993).
[3] Droga altamente tóxica que resulta de la mezcla de ladrillo, residuos químicos y droga, y que es consumida por indigentes en las calles.
[4] CORTAZAR, Julio. Los Lobos de los Hombres. El Fascismo en América. Fondo de Cultura Económica. México – 1976. p. 20
[5] La vejación la interpreta Cortazar como el sometimiento al sistema y la incidencia que esto tiene en la dignidad de las personas. Ibid
[6] El mundo aspiracional es construido a partir de modelos a alcanzar. Claro ejemplo de ello son las estéticas promovidas a través de los medios masivos.
[7] La Gran Superficie. Video del colectivo Consume hasta morir En este video se expresa como la constante creación de insatisfacción ha mitificado la felicidad en el consumo, al punto que para muchas personas, el mecanismo más efectivo para salir de la depresión es ir de compras. La publicidad se encarga de “lubricar” el engranaje del mercado a través de la insatisfacción permanente, siempre hay un producto mejor, que responde mejor a las necesidades microparticulares (segmentación de mercados)
[8] La Europa empobrecida por la primera guerra mundial, que fue caldo de cultivo del fascismo histórico, se encontró con un movimiento de masas alentado por el ideal de evitar la proletarización. El comunismo y su consigna de los obreros como sujetos históricos, hizo que muchos pequeños burgueses arruinados prefirieran la rudeza del régimen antes que la incomodidad del descenso. La ilusión de mantener su status derivó en una paranoia asesina que legitimó el genocidio, la aporofobia y el racismo hacia quienes, en su criterio, debían ser los obreros agradecidos, los y las trabajadoras en un proceso de industrialización, ya que de esta manera se impedía toda movilidad de clases y con ello se aseguraba el lugar social de los nostálgicos burgueses. Esta masa de obreros deberían ser en su mayoría, inmigrantes. La vejación que antecedió al fascismo fue el empobrecimiento y la manifestación de su frustración y por consiguiente su anhelo aspiracional era no caer en la proletarización. Obrero, proletario era menos que un ser humano, nunca sujeto histórico que les reemplazará en el poder. El obrero era alguien a quien debían temer y odiar.
[9]              La publicidad actual cuenta con una serie de conocimientos que se han ido desarrollando con el único objetivo de que la gente consuma productos y servicios… a lo largo de los siglos, esta diciplina ha evolucionado y muchos han sido los personajes que emplearon su inteligencia para perfeccionarla.
¿A quién se le iba a ocurrir que Joseph Goebbels, uno de los más allegados colaboradores de Hitler, iba a crear un sistema que aún hoy se utiliza en los ámbitos publicitarios?... 
De hecho existe la “Técnica Goebbels” tambien conocida como argumentum ad nauseam, consistente en repetir un dato indefinidamente hasta que la misma gente lo acaba tomando por verdad. También fue pionero en aplicar medios de comunicación (prensa, radio) a las masas, promocionando la distribución de radios de frecuencia única (La llamada Volksenpfänger o la radio del pueblo), asegurándose la audiencia de millones sin que recibieran otras noticias del extranjero. En Mekate - Mercadotécnia y Publicidad Visual: http://www.mekate.com/?p=350
[10] Clases con Franz
[11] 1984. George Orwell. Librodot. Com. 2004
[12] “¡Sepulcros blanqueados!” gritaba Jesús cuando se refería a los sacerdotes que intentaban agredirle. Con ello hacía referencia a que eran tumbas blancas en apariencia pero por dentro se encontraban en descomposición… «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! 28 Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. 29 «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, 30 y decís: `Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!' 31 Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. 32 ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres! Mateo 23
[13] Imaginemos por un momento, que se necesitaran cientos de miles de muertos para producir la grama más elegante de un precioso campo de golf… Alicia sin su país y sin maravillas. Poemas para lanzar la primera piedra. (Inéditos hasta que corran con suerte), Bogotá - 2005
[14] Video sobre el golpe militar propinado durante tres días a Hugo Chávez en Venezuela. Producido por  David Power - 2002
[15] A medida que las ciudades se fueron desplazando hacia la periferia, donde se instalaron grandes centros comerciales diferenciando clases sociales, el espacio de encuentro en la plaza pública fue perdiendo sentido. El nuevo espacio, la nueva plaza, es un lugar al que solo se tiene acceso si se pertenece a cierta clase. Consume hasta morir.
[16] Pedagogo y caricaturista italiano, promotor del consejo de niñas y niños

Continuar:

Los Pueblos Felices: Cuarto Asunto: Del desabrido gusto del amor


No hay comentarios:

 
Mi música favorita
Copyright 2009 °. Powered by Blogger
Blogger Templates created by Deluxe Templates
Wordpress by Wpthemescreator