martes, 27 de octubre de 2009

Los Pueblos Felices: Quinto Asunto: ¡Alegría! el desquiciado Cronos se indigestó





A Luís Antonio Arizmendi el conductor del camioncito de un pueblo feliz.  Que la rabia se apiade de nosotros y nosotras…
            - ¿Has visto esa pintura de Goya, donde Cronos devora a uno de sus hijos después de que la profetiza, su madre, le advierte que ursuparán su reino?
- Sí- contestó el amor de mi vida
- A mi me parece impresionante la expresión de su rostro. Tiene los ojos desorbitados y la piel texturizada como si fuera un anciano iracundo y desquiciado
- Sí- volvió a contestar el amor de mi vida, hombre de pocas palabras
- Tengo la impresión de que el viejo se come un trozo de carne que se ha arrancado a sí mismo y que por eso lo come con locura y repulsión.
-¿Si? – preguntó el amor de mi vida, ¡ay! Como conversábamos en aquellos tiempos…
            Cronos es el viejo dios patriarca de la mitología griega. Representa el poder que se aterroriza con sus propias creaciones y prefiere devorarlas antes de ser devorado por ellas. Esto podría representar toda una tesis de la contradicción capital-trabajo, pero esos son aún terrenos movedizos para mí. La ilustración de Goya sobre este episodio me ha causado un gran impacto, en el cuadro se observa a un anciano inmenso y desencajado quien devora con decisión a uno de sus hijos. Es un dios decadente agobiado por la sensación de desaparecer, pero cuidado, tiene la suficiente fuerza en sus fauces como para introducirse un considerable bocado de hijo. Un hambre enfermiza provocada por la inminente ausencia de sí, puede proporcionar la audacia necesaria para cometer este tipo de actos, se refleja en sus ojos.
            Sin embargo, pese a tratarse del más extremo acto preventivo de supervivencia, Cronos devora su propia naturaleza en el cuerpo de otro y otra que es él mismo, su propia carne, su propia sangre, son sus hijos e hijas. El patriarca instituido sufre delirios acerca de sí atropellándose con su propia exigencia de eternidad, tal como le corresponde a su naturaleza de dios ¿Qué respeto puede causar en los mortales un dios mortal?
            Cronos asciende gracias a que traiciona a su padre del que heredó sus delirios, otro obsesivo con el asunto de la usurpación. Es decir, él es resultado histórico de un régimen caníbal y paranoico.
            Los hijos de Cronos son aquellos quienes potencialmente podrían reinar en su lugar. Cronos no es el dios que sacrifica al hijo ajeno, sacrifica su propia estirpe. Cuando digiere a su descendencia se atreve a un acto de canibalismo. Cronos no da la orden de asesinar a sus hijos, él mismo los devora cumpliendo con esto el acto de consumir su propia carne. Se atreve a mutilarse y prefiere condenar a su reino antes que admitir su natural extinción, como esos efectos en las hijas anoréxicas de los grandes decisores[1] a quienes prefieren dejar morir antes que reconocer que, el teatro-mundo que han creado, está asesinando a su propia estirpe. La utopía de la eternidad que se obtiene vía la destrucción de hijos e hijas, condena su propia probabilidad de existencia por encima de su existencia particular, pero Cronos se encuentra en medio de tal delirio que no lo puede ver. Al mismo tiempo Cronos se enferma con el hecho de ser destructible, sin ello su excéntrico banquete no hubiese tenido razón alguna.
            Cronos, el dios del tiempo, no tiene control sobre su propia eternidad. Preso de la finitud ve peligrar su reino armónico, estático y dorado por la voz de la profeta. La profecía no es un efecto mágico de la vidente, quien resulta ser su propia madre, Gea, la representación mítica de la tierra, es una lectura de la paranoia del dios con las palabras que desde ya le definen, hacen una descripción del dios y su régimen condenado por su aberrado ejercicio del poder. La profecía no es futurología, no hecha suertes sobre el destino, es constante afirmación de la realidad evidente, analiza desenlaces obvios tomados de la latencia del presente.
            El anciano tiene razón al intentar eliminar por completo la amenaza. Su esposa solo espera a que su marido cometa un error lógico en su desquiciado comportamiento, lo cual le permitirá a cualquiera de los hijos e hijas ejecutar la acción.  En tanto no es alguno de ellos o ellas, su destructor ha sido él mismo. Eso le deja a merced de cualquier rebelión o del efecto de todas las rebeliones sumadas o por lo menos, de las rebeliones sobrevivientes de los personajes imprevistos: no cuenta con el hastío de su compañera, la ejecutora resulta ser el personaje más invisible a los ojos del dios.
            Para el anciano, la identidad del ejecutor o ejecutora es lo de menos, por eso intenta eliminarlos a todos y todas indiscriminadamente. Homogenizándolos como enemigos y enemigas, oculta a las personas-factores del peligro. Sin embargo los y las ocultas, no corresponden únicamente a las que el dios decide convertir en tales, son también aquellos y aquellas víctimas del olvido divino: la madre de Zeús transforma a su hijo de bocado a sobreviviente, rescata de la muerte a uno los condenados, lo oculta con otra clase de cubrimiento subversor y asegura con ello el cumplimiento profético del destino del régimen. La madre decide que no ha parido hijos e hijas para el sacrificio. Este es el instante preciso en que se rompe la perpetuación del dios, sucede previamente a su destrucción, el momento en que su propio canibalismo urge de su destrucción. De ahí en adelante cualquier sobreviviente con algo de sentido común se obliga a derrocar este poder capaz de cometer tales aberraciones.
            Asesinar a todos sus hijos e hijas, aun cuando solo uno o una probablemente sería el que o la que le destronaría, es su utopía del crimen perfecto. La misma visión frente al peligro acontece en la masacre de los niños de Belén a manos de Herodes, o pasa por la mente comentarista del diario El Tiempo. La lógica de masacre se presenta como única manera de disipar todo peligro y sin embargo nunca todos o todas son asesinados o asesinadas. Los dioses miden su capacidad de arrasamiento, posible indigestión: se enloquecen en su banquete, se descuidan, seleccionan sus bocados, son engañados y beben los brebajes del hijo-sirviente del dios, su copero[2]. En su inmenso vientre no caben todas las víctimas, no poseen todos los mecanismos, no tienen la tecnología suficiente, no manejan todas las variables. Prefieren subestimar a él o a la sobreviviente e ignorar su sobrevivencia, Cronos, por ejemplo, olvida a las mujeres de su historia, a la profeta tierra y a su esposa quien logra ocultar a uno de sus hijos. Es ella quien urde el plan en contra de Cronos, Rea conoce la profecía al dedillo que es la historia del régimen y se alimenta de ella para conspirar en contra del holocausto de su marido y en contra de su marido también. Cronos se desespera en su imposibilidad porque no existe el crimen perfecto, siempre quedan testigos, huellas, memorias, otros hijos e hijas no reconocidas, huérfanos, viudas. El crimen perfecto será entonces la más absurda de sus utopías.
            Cronos, el que se ufana de controlar el tiempo y la historia, paradójicamente ha firmado su sentencia de muerte desde el principio de los tiempos y el acto de devorar a sus hijos, consigue acelerar el proceso de su lógica y urgente destrucción, su destructor no es Zeus, es su indigestión que resulta ser a la vez autoingestión.
            La profetiza denuncia:

            Te destruirá tu propia y desagradable bulimia, tu comida será el odio, no la caricia de tus hijos e hijas, no la perpetuación de tu reino. La historia escapará de tus manos, el tiempo te resultará inaprensible igual que la vida, te envenenarás de ti mismo. Así funciona el mundo.
            ¿Tiene que terminar en muerte, me preguntaba Mariano?[3] La decisión de la autoingestión solo puede ser autogestionada, es decir, provocada por Cronos mismo y costeada con su propio presupuesto, que es él, que es el fruto de él mismo: hijos e hijas. No es culpa de Rea, sus hijos o hijas. Cronos se suicidó aunque en la historia no muere, queda eternamente preso. Los y las hijas resucitan de su vómito porque no estaban muertos, ellos y ellas no eligieron suicidarse. La única condición sustancial de la muerte es hallarse vivos y vivas, por tanto la muerte que se incorpora en la vida sólo es posible cuando se opta por la vida, por tanto garantiza la existencia perdurable. La muerte del dios no se haya inserta en la vida, es una muerte sucedida en una “vida” que ya era muerte, un suicidio, quedar preso eternamente, entonces culmina con la extinción perdurable. Supongo que la intensión de Zeus no era matar a su padre sino rescatar a sus hermanos y hermanas, por eso lo apresa, no lo asesina, pero no se si el relato me de para tanto. Lo cierto es que su padre deja de ser importante y de ahí en adelante la historia pasa a manos de Zeus. Desvanecerse es una forma de morir. ¿Zeus es mejor que Cronos? No todos los asuntos son competencia de la virtud, pero este nutritivo debate merece espacio un tanto más serio de reflexión.
            Hay muchos pueblos vivos aún que no caben en la glotona panza del capitalismo. En memoria de los muertos y las muertas sacrificadas por el delirio divino, animando a los vivos y a las vivas a pensar en estas cosas.

            La máquina de DEVORARGENTES

            Una película mexicana de 1992 titulada Cronos, cuenta como el anticuario Jesús Gris, descubre un artefacto dorado diseñado en 1532 por algún alquimista. Dicho artefacto asegura la vida eterna de su poseedor. La trama se llena de suspenso cuando Gris descubre que otros desean ardientemente poseer el mecanismo encapsulado en el artefacto. El viejo Diter de la Guardia y su sobrino Ángel se obsesionan con la vida eterna. La propia enfermedad del viejo hace que enfile todo su ingenio con tal de apropiarse del aparato.
            Vida eterna es la utopía que precede a la del crimen perfecto. El deseo del dios supera la conquista y expansión de su reino, debe manejar la historia, abarcar y perpetuarse controlando todas las distorsiones, naturalizar su proyecto en la mente de todos y todas a la usanza de mito fundacional. Las personas, en tanto históricas, también deben ser devoradas por tales convencimientos, ya que sus historias sirven de verificación de lo antihistórico del proyecto de naturalización.
            La divinidad ha inventado la máquina de Cronos, tan seductora que termina atrayendo a sus hijos e hijas para ser devorados por ella con la promesa de que en tal holocausto, se encuentra la plenitud de la vida.

            Un cuento poco original pero con nuevos ribetes…

            LA MAQUINA DE DEVORARGENTES
            Al principio recorría el mundo, un aparato gigante, descomunal que se debatía entre poleas, vapor y partes orgánicas, como esas naves espaciales que combinan piezas metálicas y estructuras de insectos. Las personas podían vivir felices siempre y cuando aquel multicéfalo aparato de cientos de brazos y piernas no expandiera su mortal sombra sobre los campos de los labriegos y de las labriegas. Incluso estaban tranquilos y tranquilas, si las noticias de su aparición se oían en lugares lejanos y producía euforia si arrasaba pueblos enemigos. Al principio, la máquina, como todo armatoste en constante evolución, era una cosa espantosa donde más de la mitad de las víctimas morían infartadas con la sola visión.
            Arriba de la máquina había un embudo donde cabían holgadamente unos cincuenta hombres robustos. La máquina tenía la función social de devorar hombres y mujeres, por tanto, como todo aquel que cumple una función, ella era una funcionaria. Por el embudo entraban los menos afortunados y afortunadas que no podían huir a su lento y torpe paso de paquidermo mecánico. Las personas eran recogidas por una especie de rastrillo y llevadas entre despavoridos gritos al embudo. Allí eran trituradas y la masa de carne, sangre y huesos alimentaban a la máquina. Algunos creyeron ver el rostro de un osamita en ella, a lo mejor uno de los tantos devorados, pero resultó ser un retoque fotográfico de poca monta.
            En términos generales, era relativamente fácil huir de esta arqueológica invención. Bastaba con dejar a mano unas cien personas entre lo más despreciable del pueblo y con ello, además, como si se tratase de un valor agregado, la comunidad se deshacía de unos cuantos problemas de incipiente protección social que requerían discapacitados, mujeres obesas, suegras cantaleteras y ancianos y ancianas y niños y niñas problemáticas. Había cierta complicidad con la máquina, incluso provocaba chistes y chascarrillos fraternos, la manera pegajosa como descansaba después de su macabro banquete.
            Pero la máquina tenía un apetito tan voraz, y estaba tan harta de estos platos de segunda y tercera mano, que decidió ponerse a la altura de los nuevos retos tecnológicos. Primero, deshacerse de unos cuantos mecanismos aparatosos y reemplazarlos por funcionamientos electrónicos. Cambiar su precario motor de vapor por uno fuera de borda, reducir su aparato en general para darle mayor aerodinámica.
            Un hombre muy servil, con el fin de no ser devorado por la máquina de DEVORARGENTES, le ofreció sus servicios como ingeniero aeronáutico y le construyó unas alas gigantes de metal resistente y un decolaje y así hacer más efectiva su labor. Una vez la máquina se las instaló, procedió a devorar al ingeniero pues le pareció que su cerebro era un bocado demasiado exquisito para dejarlo perder, y su voluntad era tan precaria… no dejó de sentir vergüenza la pobrecita.
            Entonces empezó sus ataques sorpresa volando bajo, con un promedio de egullición de 200 personas por bocado. ¡Cuadriplicó su capacidad! Estaba muy orgullosa de sí, se ufanaba de sus cuentas personales al respecto, se hacía fieros tatuajes con enormes bocas de tiburón y coleccionaba los pocos digestivos dientes de sus víctimas con los que se confeccionaba exquisitas piezas de joyería.
            Sin embargo, a pesar de que su eficiencia había sido elogiada en las revistas más prestigiosas e incluso, llegó a ser mencionada como una de las ejecutivas solteras más codiciadas debido a su capacidad de emprendimiento, presentaba una debilidad de su Guerrilla Marketing[4] Su motor fuera de borda era muy ruidoso y era fácilmente detectable por los lugareños y lugareñas, así que rápidamente lo reemplazó por un reactor de energía nuclear. También pensó en paneles solares, por algunas preocupaciones ecológicas. Pero optó por el reactor debido a su muy prudente cálculo de costos y rendimiento.
            Pero pasaba que las personas habían aprendido a detectar las sombras cuando se acercaba en el día y el cambio en los vientos cuando se acercaba en la noche. Así que la máquina, decidió que debía cambiar su estrategia de abordaje. Si no podía llegar a la gente haría que la gente llegara a ella y así surgió, análoga a la montaña de Mahoma (pues la máquina le gustaba las confusiones analógicas): LA MONTAÑA DE LA MÁQUINA, una especie de resort campestre, al que las personas se esforzarían por llegar. Además pensó, que el ahorro en combustible sería mucho mayor y que podría quedarse con la ganancia de las entradas. Se transformó en un lugar hermoso y delicado, donde la gente era devorada después de caer dormida bajo los somníferos efectos de perfumes y bálsamos, empleados en masajes exóticos. El mundo entero acudió a ella hasta que ella se convirtió en el mundo. El mundo era un lugar hermoso y delicadamente asesino. Adentro de sus habitaciones se trituraban a las gentes rodeadas por una estética deliciosa y feliz.
            Pero cuando la máquina fue el mundo, cayó en cuenta de que no tenía nada más que devorar. Su apetito se había vuelto una obsesión demencial, una angustia insaciable. Entonces recordó que ella misma estaba hecha de carnes, huesos y sangre y se devoró así misma hasta desaparecer.
            La frustración que produce la utopía de Cronos va más allá de su incapacidad de ingerirlo todo. Cronos padece de una gran dificultad al asumir la muerte dentro de sus cálculos. Los programas de vida eterna se alcanzan en un mundo eterno, donde la contingencia es totalmente controlada. Desafortunadamente para el dios, también hace parte como cualquier mortal de un mundo delicadamente finito y sorprendente.
           


El que come solo, muere solo.
            Un breve cuento poco científico, a manera de ilustración y sin grandes pretensiones literarias[5].

            El día feliz de William Shoereder o el Perpetuum Mobile[6].

            Un día, el doctor William Schoereder, notable científico de un grupo de experimentación; descubrió como una molécula que había sido lograda en el laboratorio, denominada perpetuum mobile, tenía propiedades de autoreproducción como si se tratara de un ser viviente. Le invadió una satisfacción apenas comparable con la euforia. Desde que empezó el proyecto, aquello se había convertido en la razón de vivir de sus últimos años. Todos sus juegos científicos a los que tenía acostumbrado al público debían terminar en lo mismo… en el éxito lógico que resulta de la  obstinación del trabajador consumado… y otra odiosa entrevista en The Cientific Journal Chanel, un panfleto para adolescentes fanáticos, algo un tanto menos ridículo que el Cazador de Cocodrilos.
            El afán de William se volcó entonces en cómo se le daría forma de “vida” a su descubrimiento. Debía empezar a comportar algún código genético o todos los códigos genéticos posibles para reproducir todas las formas vitales. Pero el acuerdo de limitación tecnológica le impedía ir más allá de la primera fase del descubrimiento. William era un científico demasiado conocido por el público como para llevar a cuestas sin ser detectado, el peso de tales proyectos.
            Shoereder entró al pequeño recinto de paredes grises y cayó en cuenta que aquello era idéntico a los cuartos de interrogatorio de los trillers[7]. Pensó en lo ridículo que era aquello.

              De nuevo lo ridículo, por qué le tengo tanto desprecio a lo ridículo – pensó como un subpensamiento de su pensamiento
            Había estado en aquel cuarto una vez a la semana durante los últimos diez años de su vida y nunca se percató del estereotipo de aquella imagen. Se preguntó quién se ingeniaría (si es que cabe el ingenio) ambiente tan predecible, ¿Las películas acerca de centrales de inteligencia inspiraron a los patéticos decoradores de los recintos secretos, o los productores de televisión habían pagado por fotografías de aquel lugar? Lo cierto es que ese cuarto lograba subsumir cualquier emoción, incluso la que podría producir el descubrimiento del doctor Shoereder.

-                      Máquina traga alegrías- se ingenió este nombre como para no pensar de nuevo.

            Pensó adicionalmente, pensar y pensar, como uno de sus pensamientos adicionales estéticos que suele alimentar mientras espera:

-                      Es posible que estas habitaciones sean hechas así a propósito, para catalizar las emociones provocadas por grandes y graves secretos. ¡México! – se conmovió -no sé porque se me viene México a la cabeza con sus artesanías subversivas de color y sus espacios al aire libre y aquellas rocas mojadas en tequila. Quizás deba volver a México ya no en plan de trabajo, sino para desintoxicarme de estos diez años de cuartos grises. En este espacio sucede todo tipo de destinos, más inmensos y perversos de la humanidad.
¡Qué oscuro puede ser el futuro si es en esta siniestra caja gris donde se da el primer paso!-  pensó como era habitual en él. 

            Se sentó delante de un espejo blindado, que le separaba de la anónima junta de alguna megacorporación  reunida  junto con representantes de unas cuantas naciones ricas del mundo. Debía informarles que el  perpetuum mobile representa la pieza dinámica del sistema de reproducción de la vida en condiciones artificiales.
            William sabía que el trabajo había llegado a su fin y que aquellos hombres y mujeres podrían confiar en la demostrada discreción del doctor Shoereder, pues a su edad, controlaba las “fiebres” científicas del joven genio que alguna vez fue. En adelante las decisiones serían políticas y militares, no científicas, entonces no eran de su incumbencia. Shoereder tenía una fe ciega en que la responsabilidad del científico se limitaba a su excelente ejercicio de la profesión, lo que le permitía mantener moderados niveles de conciencia.
            Como una receta de vitaminas se repetía todos los días:

-                      Hay que hacer plausible el seguir viviendo y para ello se debe cargar apenas el peso necesario para continuar, al fin y al cabo la humanidad no imaginaba los alcances de la ciencia en el desarrollo humano aún cuando implicara grandes sacrificios y bla bla bla… más pensamientos éticos – estéticos
            Había llegado la hora de saludar al espejo.

            Procedería entonces a entregar la bitácora a otra sociedad de científicos que era controlada de forma directa por ese acuerdo entre estados y corporaciones. Se despediría de ella con el mismo profesionalismo con que un bacteriólogo se desprende del resultado de un examen coprológico en un laboratorio, de hecho, la corporación y aquellas otras personas detrás del espejo le despertaban igual emoción que el laboratorista podía sentir hacia un cliente.

        Al menos el médico entra en una relación esquiva. Pero el laboratorista apenas examina la mierda que se refiere a un nombre, cuya única existencia son aquellos pocos gramos de excremento fabulosamente habitado por bacterias, así es este espejo que me separa de aquellas personas, el mostrador de algún laboratorio-  otro pensamiento estético “made in” Shoereder.
           
Pensó – para variar volvió a pensar- en la pálida razón filosófica de la ciencia, que de ninguna manera será ese espacio ilimitado de búsqueda de la verdad y de los más caros anhelos de la humanidad.

        No me engaño, no soy un loco fascista redentor o algo parecido.


Llegó un momento en su mente en que todo se convirtió en un pensamiento ridículo, acompañado de otro pensamiento ridículamente estético y poco pertinente. Tenía que ver con un buffet de abogados que profesaban un eslogan parecido a “entre el bien y el mal”, por tanto omitiremos aquí estos detalles de su pensamiento.
            Sabía que una vez se lograra crear un producto capaz de reemplazar la reproducción natural de la vida, la tarea de los políticos y ejecutivos de la megacorporación, era crear la demanda. Ese es el punto inflexible donde la ciencia se desvanece para dar paso a la farándula. Shoereder creaba la vida y sus jefes creaban la demanda.
        ¡Idiotas! - les insultó mentalmente (es decir brillantemente) con su frío gesto de salutación
           
Pero el pensamiento no dejaba de producirle cierto fastidio, cierta incomodidad

         “demanda de la vida…”
           
El asunto le daba vueltas una y otra vez, de cuando en vez, y si aquel pensamiento intruso tenía cierto derecho, se debía a que, al fin y al cabo, el perpetuum mobile era el más importante y complejo de sus descubrimientos.
            La frase “demanda de la vida” le evocaba la vaciada consigna de organizaciones humanitarias, representantes legales de cuantos guetos y étnias existían instaladas en los países bastante bien conocidos por Shoereder, debido a que los había visitado en varias oportunidades para dirigir la recolección de muestras de diversidad genética.

        Sería un buen eslogan para la presentación de campaña: Si ellos demandan la vida, le tenemos la vida en envases de 200 gramos – pensó en sepia - (no dejó de producirle algo de cínica ironía su falta de habilidad en el campo publicitario y se censuró por ello, algún día haría su tratado sobre la extensa y provechosa estética científica)

            De ahí en adelante el destino del proyecto cobraría vida propia análogamente al perpetuum mobile.

        ¿Cuántas atrocidades ocurrirán para que la gente se vea obligada a adquirir versiones de la molécula, lo suficientemente deficientes que aseguren la perpetuación del mercado? Había que hacer escasear la vida para que aumentara su demanda ¿cuánto estarían dispuestos a pagar hombres y mujeres por conservar la vida?- reapareció la escena del buffet de abogados.
            Él mismo pagaba altísimos precios por eso que el denominaba “vida”,  que no era sino un teatro de lujosos escenarios y previsibles relaciones. Cuánto más pagaría si su vida estaba en juego. O quizás no, quizás él jamás tuviese que llegar a ese extremo, acaso ahora mismo se encuentre tan aburrido que prefiera suicidarse. Su descubrimiento es el gran negocio que perseguían todas las corporaciones y los gobiernos. Justo en aquel instante descubría que este era el gran negocio perseguido por todo el mundo, al menos, para abrir mercados en todos aquellos pueblos que se aferran a sus paupérrimas existencias como si tuviesen alguna valía.

William había decidido no tener familia, pues no desconocía los efectos de muchos de sus experimentos y sus implicaciones en el futuro de la humanidad.


        No soy un desalmado - se decía con alivio- al fin y al cabo, pasarán muchísimos años antes de que la molécula pueda copiar las cadenas genéticas y para entonces, no estaré vivo como tampoco ninguno de mis descendientes. No soy un padre irresponsable, asunto que debería emular el resto de la humanidad.

            Luego pensó, cuanto podía pensar en este pequeño tiempo de salutación. Esta velocidad de pensamiento se debe al ejercicio mismo de pensar y pensar:

        A lo mejor alguien descubre lo que está sucediendo, algún periodista que se tope accidentalmente con la información y consiga con ello que la gente se pronuncie y se termine usando la molécula para bien.

            Incluso llegó a imaginarse en la situación de robar la bitácora y enviarla anónimamente a algún noticiero. Pero instantáneamente autorectificó:

        Igual ese no es mi trabajo. El exterminio empezará justo cuando la molécula este casi lista para salir al mercado, y para ese entonces pueden suceder tantas cosas…

            Le alegraba que su labor terminara. El escenario futuro se le antojaba espantoso pero inevitable, al fin y al cabo es signo histórico de la humanidad, así ha sido por milenios. La humanidad no es esa cosa inmutable que debe permanecer eternamente en estado natural, mientras recolecta calamares y frutas silvestres, para dedicarse en su tiempo libre a  pintar bisontes en la pared de una cueva. Odiaba las autorecriminaciones en tanto resultaban ruidosas para este particular y exitoso momento de su  carrera. Había decidido escribir un par de libros acerca de algunos de sus más míticas y resonadas teorías. Por más que se esforzara en su trabajo, no podían otorgarle otro premio nobel y que mejor que vivir de la fama que este le profirió: enclaustrarse en su casa gigantesca a encontrar el talón de Aquiles de sus colegas, que es su primera afición. Pensar en lo ridículas que resultaban ciertas cosas que es su segunda afición. Escuchar música de los rincones más alejados del planeta que es su tercera afición. Cultivar su jardín en su invernadero de especies exóticas, que es su cuarta afición. Se sentaría a disfrutar de la calma de sus jardines que con su ayuda, había condenado a partir de ese día. Y esta será su última afición.
           


Empacado al vacío

            Hace unos pocos años hubo un experimento científico en una zona árida de los Estados Unidos. Era un invernadero gigante llamado Biosphere 2 en cuyo interior se diseñó un bioespacio con plantas, agua, climas, una imitación de mar, cultivos y diversos experimentos, para ver qué tan viable sería colonizar otros planetas o diseñar posibilidades de habitación en el propio planeta tierra.
            El experimento fracasó. Tanto personas como demás seres vivientes no consiguieron adaptarse. La naturaleza comenzó a “deprimirse” a pesar de tener las condiciones materiales para la supervivencia, no había suficiente oxígeno y la alimentación carecía de calorías. Intenté seguir este experimento porque me llamaba la atención, como esta simulación de “terricolización” (que ya proponía Asimov) con los componentes necesarios, sin traumas habituales de la imponente naturaleza, con estricta vigilancia del ojo científico debía garantizar al menos, cierto nivel de éxito. No sólo fue un fracaso como tituló un diario, sino que además, la recreación de naturaleza era extraordinariamente costosa: mar artificial, valle artificial, aire artificial. Emularlos costaba millones y millones de dólares, los Estados aportantes comenzaron a retirar sus cuantiosas donaciones y esto, aunque el experimento hubiese arrojado los resultados esperados, es de por sí, un fracaso.
            Cuánta angustia había en implícita en el experimento. De ello se deduce que la preocupación de las grandes potencias y corporaciones por la inminente destrucción del planeta, si existía. Están tratando de descifrar las claves que permitan a cierta parte de la humanidad subsistir, prolongar la vida[8] Suena polémico, se denuncia constante la indiferencia del capital frente a la vida, cuando no, su ataque frontal. El problema no reside en si aprecian o no la vida de la humanidad. Si le preguntamos al gerente de alguna de estas mega corporaciones afirmará que es cierto, e incluso lo dirá con convencimiento. La vida de la humanidad en cuanto a que es la máxima valía, valor último de imprescindibilidad, lo que tendría el mayor de los precios a pagar, por ende el recurso más anhelado para la explotación.
            La preocupación no solo es cierta por una cuestión de imagen corporativa[9] que en todo caso resultaría medianamente interesante en la ética. El problema es del significado de la vida para el capital. La mayoría de empresas depredan los recursos naturales para crear una “vida”[10] artificial y dependiente de la tecnología y con ello generan el capital necesario para procurarse salida a la probable extinción de la vida. Les urge encontrar y aprehender los mecanismos que vinculan al valle, al río, al mar. Sin embargo, tales cosas no existirían sin la vasta prolongación de conexiones intrínsecas entre espacios inimaginablemente lejanos.
            Recuerdo que en el Tolima, un departamento de Colombia, en la entrada de una cueva existen unas flores únicas en todo el país. Al indagar por el origen de las flores, se descubrió que eran originarias del Brasil pero lo más impresionante, es que también se dan en la entrada de una cueva. Una posible explicación atribuye tal fenómeno a  murciélagos que viajan a través de un túnel lo suficientemente largo como para comunicar las dos cuevas y llevan el polen en sus patas. De esto podría dar cuenta una verdad ancestralmente conocida: el mar es mar en tanto que es una vastísima extensión de agua, flora, fauna, corrientes, naufragios y tsunamis, y la tierra es tierra, en tanto es una vastísima extensión de tierra, entre vastísimas extensiones de mares y que de otra manera dejarían de ser, por tanto su reducción a lo envasable, incomunica las piezas, desconecta su posibilidad de existencia. No se trata solo de metafísica o de religión, de espiritualidad aunque , el asunto de la imposibilidad de perpetuación del mercado es tan evidente, que un simple ejercicio de lógica podría explicar esto, y en efecto así se ha venido haciendo por parte de organizaciones sociales de las comunidades y muy puntualmente por los movimientos ecologistas.
            Paradójico resulta, a pesar de ser tan lógico, que estos “actos desesperados” de prolongación de la vida, se hacen en clave de despojo y venta: lucha permanente por abarcar y mercadear las dinámicas de la vida, pues se considera la única forma de aprovisionarse los recursos necesarios que den continuidad a la “vida” y la vida, por supuesto.
            En sentido inverso al espectáculo mediático de la satisfacción y el éxito, de la felicidad consumada; corporaciones, transnacionales y los estados más poderosos de la tierra, corren angustiosamente persiguiendo los secretos de la vida que se encuentran en la dinámica de la naturaleza y en la que muchos pueblos han aprendido a existir, tan es así que, someten el problema a tranquilas planeaciones de años y décadas, es decir, vale la pena tomarse el tiempo para hacer prospectiva, en tanto angustia pensar en ello.
            No se trata de un cuento de ciencia ficción. La carrera por energía alternativa, como respuesta al agotamiento de los hidrocarburos, es uno de muchos ejemplos: necesitan más combustible para producir más, pues están convencidos de que, en los productos y su mercadeo, se encuentra el perpetuum mobile que hace posible la vida. La sobre-existencia de corporaciones y estados poderosos está garantizada en la producción y venta. De las urgencias de su propia sobre-existencia deducen que igual sucede con el resto de la humanidad convenciéndose así mismos que las personas (y las plantas y los animales, incluyendo el gato que no tiene ya que comer comida para perros) no pueden vivir sin productos porque ellos mismos no lo consiguen y dependen de la producción más que cualquiera (de los productos en sus vidas privadas y públicas y del producir para adquirir) La lógica dirá entonces: cómo se puede vivir sin la “vida”.
            La razón contraria sería que, aún esa odiosa “vida”, no es posible sin la vida, resulta más que obvio. La ridiculez del postulado del mercado es tristemente explícito por ejemplo, en las prácticas médicas de la cirugía estética donde se pone en riesgo la vida que hace en último término posible la continuación de la “vida”. Procedimientos cuyo fin es alcanzar aspiraciones sin las que resulta imposible la “vida”. La “vida” asesina la vida y por tanto está destinada a su extinción, pero si no asesina la vida tampoco podría ser. Sin auto-negación no se puede ser, pero la auto-negación es dejar de ser. 
            Cuando el y la capitalista dirigen su mirada hacia los recursos naturales de las regiones verdaderamente ricas de la tierra, no lo hacen solo para depredarlas, les motiva el hecho de que desean para sí un bucólico primitivismo saludable en el cual muchos pueblos habitan de forma natural. Es lo que expresa el auge del ecoturismo, una especie de migración norte-sur hacia países como Costa Rica, donde extranjeros y extranjeras millonarias compran lotes de terreno al pie del mar para construir inmensas mansiones de descanso. Tanto en la oferta del aislamiento del ordenamiento territorial, que ofrece amplias zonas verdes de la ciudad para construir los barrios de clase alta, como en el ambiente natural del resort, se hace imprescindible dinamizar el despojo y venta del espacio en el que en otro tiempo, hombres y mujeres pudimos establecer relaciones naturales.
            Por supuesto, no todo el despojo y la devastación se realiza para construir habitaciones de ricos y ricas, pero los recursos naturales de toda la tierra son indispensables para la producción y a la vez, la producción otorga el capital requerido en la construcción de sus estilos de vida, islas propias, naturalezas colonizadas. Simultáneamente sucede la apropiación y venta de una nueva tierra abundante, desplazando pueblos de la tierra de la abundancia para que luego estos se vean obligados a adquirir una especie de tierra despojada preparada así como parte de la inserción en la supuestamente indispensable “vida”. Parece que el mercado se cierra en sí mismo y aparentemente augura una victoria impecable: despojan, se venden entre ellos y ellas lo mejor, se apropian de lo baldío, lo sobrante y lo venden a los despojados y despojadas. Lo que da sentido a lo que hacen es su muy particular necesidad de vida.
            Pero este círculo infinito se da en un escenario tan finito como por ejemplo, el agotamiento del recurso o la agudización de las contradicciones. Para mantener el mercado necesitan despojo y venta, pero además, están creando un modelo de “vida” que conlleva el asesinato de la vida, es decir la depredación de seres humanos, relaciones, historia, sentido y por supuesto los recursos naturales. El modelo que intenta imitar la “vida” se está extinguiendo por ende sucede que la vida se hace inimitable.

            Despojo y venta, esta es la clave histórica aplastante y anuladora a la que muchos y muchas nos hemos sometido.

            No se trata sólo de un relato, de hecho ésta ha sido una realidad aplastante y anuladora. Entonces, cuando hablo de clave no me limito a cierta forma de contar la historia, negativa o deterministamente. El problema del tono de la historia es su pretensión de naturalizar la lógica con que se construye la “vida”, es decir, intentar lubricar el falible círculo de ser despojados y despojadas y creer que siempre debemos comprar la miseria a nuestros despojadores y despojadoras. Cuanta crueldad hay en todo ello. El problema no consiste en que no sea cierto que estemos comiendo heces, el problema es alimentarnos de la lógica de comer heces y asumirla como perpetua.
            Y, precisamente, esta disonancia en la história debe llevarnos a romper las preguntas con la que clásicamente esta se construye: ¿Quiénes debemos ser para el sistema? ¿Qué debemos hacer para no desencajar en su entorno? ¿Operarnos, decolorarnos, extinguirnos, prostituirnos?
            Para cambiar la historia, también se hará necesario construir nuevas preguntas. Quiénes somos supera por el momento la angustia del deber ser que impone el sistema. Como también se hace urgente deshacer esa identidad impuesta del capitalismo, de divinidad y eternidad, leer su falibilidad a través de su carrera loca por sobrevivir. Nuestros pueblos se han hecho expertos en el arte de vivir a pesar de la terrible circunstancia del despojo. El pueblo latinoamericano lleva por lo menos quinientos años de práctica y aún así, a pesar de esta historia contada con signo trágico, se encuentran por doquier cientos de pueblos que continúan su existencia abundante para el disgusto de Cronos. Nunca serán pueblos de la anorexia porque jamás optarán por no comer. No comer a lo sumo, será una imposición, jamás una opción. Pero ya nos tomaremos tiempo de hablar de los Pueblos Felices.
            Entonces, devolvámonos para pena preguntar quiénes son los y las despojadoras.
            Como el dios Cronos, son los que y las se ingieren a ellos y ellas mismas cuando cometen el acto de ingerir al otro y a la otra en su afán de garantizar no ser… ¿ingeridos? Pero si ya se ingirieron y hasta se indigestaron:
            Están dispuestos a pagar descomunales sumas, con tal de vivir y esto se hace posible para ellos y ellas, irónicamente, concibiendo para sí una versión más acabada de “vida” que la que sale al mercado ordinario y cuyas versiones desechables y vendidas masivamente al público, les provee el capital necesario para su subsistencia. Tal desquiciamiento desencajado de dios caníbal se evidencia cuando se asesinan entre ellos discriminándose con sus propios raseros, estafándose con sus insaludables dietas, haciéndose cirugías entre ellos y ellas, quebrándose en las bolsas de valores, entre otras tantas antropofagias por las que pagan cualquier cantidad de dinero.
            El mercado exclusivo de la extravagancia, como el de la medicina estética y las máquinas mágicas de rejuvenecimiento y aparatos imposibles, son burdas quimeras, teatros de la vida, asuntos lejanos cada vez más del secreto de la vida que intentan alejarse de la muerte. Quieren borrar de sus cuerpos los signos históricos de su propia vejación y hacernos creer que han sido felices y serán felices y comerán perdices de Nestlé.
            No consiguen descifrar la clave de la vida, se apropian de los objetos, los llevan a la asepsia de sus laboratorios y no encuentran el anhelado perpetuum mobile, la dinámica continua, el movimiento de las distintas fuerzas que conectan, que entrelazan al mundo y sus habitantes. Aún así, es esto lo que intentan vendernos, la una “vida” recreada en algún lugar mítico de la naturalización de sus relatos. Pero ¿qué clase de “vida” es esta? ¿Acaso no se trata de una ficción prescindible?
            La “vida” que se ofrecen entre ellos y ellas, y sobre la que crean la visión de imprescindibilidad, es una cápsula bioesférica, ultra segura, donde nada escapa del control intestinal. Son los y las fanáticas de la fe fundamentalista en la tecnología, en la que esperan inútilmente que la vida se presente en forma de producto adquirible. Esperan que todas las variables sean catalizadas, se minimice el riesgo, se asegure la felicidad, se aumente el placer, se destierre lo anti higiénico y lo anti estético. Fuera de ese ostentoso empaque se mercadea con la enfermedad, la pandemia, el sida, el hambre, la inseguridad, el terrorismo creado también en sus laboratorios como herramienta de legitimación. Pero, por supuesto, jamás será la vida la que se puede ofrecer, aunque la apuesta de la producción sea cada vez imitarla mejor. Los y las magnates deciden congelar sus cuerpos porque prefieren no incorporar la muerte en sus agendas y sin embargo no pueden ser sin la muerte que su sistema de odio les proporciona.
            Tienen datos inconexos, intuiciones equivocadas acerca de la vida, recogen los ingredientes pero desconocen la receta. Ignoran como las piezas se interrelacionan entre sí. Se llevan los remedios indígenas, los patentan pero desdeñan su relación con los pueblos que los engendran y, entonces fracasan. Logran efectos narcóticos pero no curativos en la integralidad de la sanidad. Conocen los puntos donde se hallan las y los “terroristas” a través de satélites y complicados ejercicios de inteligencia, pero no consiguen ganar las guerras. La lógica de la “vida” que han creado no les permite entender la vida. Finalmente han venido a caer presos de su propia y monística manera de ver el mundo. Inventaron un modo de producción sumamente doloroso e inviable que gobierna las relaciones sociales: el capitalismo, y creen controlar a la humanidad enseñándole a despreciarse a sí misma, pero se desprecian al igual al dejarse convencer por su lógica asesina de la autoingestión: prefieren atraparse en sus estómagos al encerrarse en sus lugares seguros, al aislar sus aeropuertos, al reducir sus relaciones debido al peligro que representa el otro y la otra. Se vigilan entre sí, disparan y después preguntan y cuando enloquecen disparan sin que medie pregunta alguna. Se vigilan a sí mismos calculando las calorías que consumen, las amistades que tienen, los colegios donde estudian sus hijos e hijas. Pagan cantidades asombrosas por alimentos desabridos y cada vez más diminutos… cuando comen, por su puesto. Compran desaforados seguros de vida, instalan alarmas en sus bunkers, evitan el pelo de gato o compran esos nuevos gatos alterados genéticamente que no sueltan pelo. Se reproducen exclusivamente entre ellos y ellas y pronto serán presas y presos de las más atroces degeneraciones genéticas en razas que no se mezclan, que se clonan insensatamente para crear un ejército de cientos de miles de yo mismo como lo hubiera deseado el más nítido anhelo fascista.
            Se encierran en sus estómagos donde inevitablemente dejarán de germinar plantas, habitar animales y seres humanos. Al despojar y vender acaban con la posibilidad de la vida que angustiosamente anhelan.
            Les desconcierta enormemente los Kamikazees palestinos e iraquíes, porque no comprenden como alguien puede renunciar a la “vida” que está despojada de vida. No les pueden chantajear con los derechos de autor sobre la vida en Iraq y Palestina, porque sencillamente no tienen la capacidad de proveerles la vida e independientemente de toda valoración ética que hagamos sobre el asunto de los Kamikazees y de mi ignorancia sobre todos los motores culturales de sus pueblos, intuyo que esto lo tienen muy claro antes de morir. Entonces, no ganaron ni las guerras literales, ni las del despojo y venta de su guerrilla marketing. Se quedaron con los objetos inertes de la vida asesinando la vida que había en ellos, los desterraron de su posibilidad de tener sentido dentro de la vida contingente, impredecible. Y al asesinar la vida hicieron imposible, utópica su búsqueda por la vida, en pocas palabras, terminaron traicionándose así mismos y mismas y en todo ello hay angustia, traición, desesperación, son pueblos irremediablemente infelices. Su régimen fascista opera primordialmente sobre sí mismos.
            Su fe ciega en la tecnología, en el marco de esta lógica, tampoco parece tener respuestas para el futuro. No hay ciencia. Ayer mejoraban las posibilidades económicas de miles de compradores y compradoras en el mundo para garantizar la venta de sus productos, hoy los asesinan y experimentan con ello. Los convenios de limitación de tecnología son clara expresión de que no hay ciencia. El desarrollo se limita a la producción de lo demandable debido a que son las corporaciones y no el bien común, el que pone la pauta en las investigaciones y en esos términos, no deben existir necesidades que sean totalmente cubiertas. Debe intentar prologarse la necesidad, volverla compleja, fragmentarla para que exista un sinnúmero de productos de manera que las personas armen con todos ellos una especie de rompecabezas inerte de cosas o “vida”. La novedad de hoy se presenta mañana en mil fragmentos, desmejorados, con algunas ventajas pero con muchos problemas alevosamente provocados a los que cínicamente se les calificará de novedad. Producen averías, no tecnología; repuestos, no máquinas; basura, no bienes. Es el juego de las versiones: Windows 3.1, Windows 95, Windows 2000, Windows XP, Windows Reload. Su slogan es: “crea problemas, no soluciones”.

            Buen provecho

            Cuando se lee la historia desde este otro sentido, entonces se encuentra gran esperanza a nuestras a veces, diminutas resistencias. Porque la historia, ese inquietante memorial de fracasos y muerte, puede ser ahora construida, no desde la agenda del opresor y la opresora, sino a partir  del autoreconocimiento, acerca de cómo nuestros pueblos habitan buena parte de la vida  y sus dinámicas.  Vista la historia desde esta otra clave, no parece tan acabada como alguna vez atrevidamente, se le ocurrió a Fucuyama. La única manera de ponerle fin a la historia es capturar lo incapturable: la vida.
            El dios que intenta hacerse infinito, se abalanza indefectiblemente hacia su finitud.


[1] ¡Cuidado! no intento con este comentario agravar la ya difícil situación de muchos padres y madres con hijos e hijas que padecen desórdenes alimenticios. Me refiero a los grandes decisores que producen el sistemas donde la anorexia se genera.
[2] Para poder vulnerar a su padre, Zeus pasa como el siervo encargado del vino del dios y así, ganando su confianza, logra envenenarlo.
[3] Compañero Guatemalteco del SIF 2006. Departamento Ecuménico de Investigación. Costa Rica
[4] Conocido libro para mercadeístas exitosos que intenta poner en práctica las estrategias de la guerra de guerrillas en el mercado.
[5] Este cuento lo escribí cuando era adolescente y vivía fascinada con la obra de Asimov. Claro, no lo entrego en su versión original y aún así se encuentra bastante lejos de ser un acertado ejercicio, de uno de los géneros literarios más difíciles: la ciencia ficción. Intento ilustrar un laboratorio social imaginario, sin que tampoco lo mencione en todos sus matices. Supongamos que el o la lectora, deberán agregar todo el panóptico necesario a tal posibilidad.
[6] El Perpetum Mobile fue durante muchos años, la meta de científicos por lograr el movimiento perpetuo, lo que implicaba producir un mecanismo que sin necesidad de combustible, no se detuviera.
[7] Películas de acción.
[8] Aquella que no solo refiere a lo biológico, aunque primordialmente sí, se me ocurre definir la vida como aquellas dinámicas intrínsecas en la naturaleza, en las relaciones, en la historia que interrelacionan objetos, fuerzas, pensamientos, y posibilidad constante de renovación.
[9] Muchas empresas participan en programas de ayuda humanitaria como una especie de compensación  a la devastación o a su implicación en violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Uno de los casos más sonados sería el de Coca Cola que se encuentra implicada en el asesinato de sindicalistas en Colombia y de apoyo al paramilitarismo, mientras de otro lado, como lo denuncian en el video La Gran Superficie, participan en programas con la Cruz Roja, Intermont y otras organizaciones humanitarias.
[10] La ficción de la vida: consiste en crear un mundo de necesidades y naturalizar que son imprescindibles para la existencia humana.

Continuar:

Los Pueblos Felices: Sexto y determinante asunto: Con el sazón de la abuela.




1 comentario:

Anónimo dijo...

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