martes, 27 de octubre de 2009

TIERRA NO PROMETIDA DE ISAAC: La otra historia de la esclava Agar


Del relato bíblico de Agar en el Antiguo Testamento

I.                   De cierto
Agar, la antigua doméstica de mi madre, está calcinada por la pobreza,  con el cuero agruesado y el vestido desprolijo. Donde vive no hay agua y tiene que buscarla varios barrios más abajo. Se obtienen un par de grifones, después de probar la circulación en unas filas inmensas para acceder a una manguera antihigiénica. También es parte del procedimiento, depositarla en los hombros de algún niño y arrearlo hasta el fin de aquel desierto vertical. Hace tiempo que Ismael, su hijo, no la ayuda, pues ya no es niño, no se puede arriar y lo más importante, Agar se ha quedado sin hijo.
Agar se suma a la multitud de mujeres que no sólo producen el milagro de concebir y dar a luz un hijo, como  si se trataran de “virgencitas” marginales impresas al por mayor y olvidadas por la fe. Además logran el mucho más significativo imposible, de hacer crecer a sus hijos e hijas alimentándolas con un maná protozoario que alguien creyó ver siglos atrás en el mismo desierto donde hoy, ellas habitan y que es, a todas luces, lo único que produce esa infértil tierra.
Yo la conozco desde que mi padre, a escondidas de mi madre, me obligaba a acompañarlo a visitar a Ismael, mi medio hermano, para saber de su suerte y llevarle algún dinero: la cuota mensual de las culpas de mi padre y el crédito de mi madre para pagar su redención a través de la virtud de la caridad. Mi padre, “respondía” por sus hijos e hijas que no eran de Sara mi madre, porque Dios así se lo había exigido.
De esa culpa conocí a Agar, la mujer que tiene la mirada complejísima, toda abigarrada de tempestades y se encargaba por sí misma de encuadrar su rostro, en el centro mismo de “las cosas poco familiares”. Pero yo me cuidé, nunca guardé la distancia prudente que aconsejaba mi madre, se debía guardar en los casos en que los pobres, a fuerza de su ignorancia, no aprendieran el apreciado don de la obediencia.
Mi madre decía que Agar era una mujer rencorosa, una peligrosa robamaridos, pero mi conocimiento de  Agar me fue llevando a conclusiones más poderosas, como que ella es una de esas fuerzas de la naturaleza que han aprendido a resistir a los hombres que intentan, tan torpemente, enseñorearse de ellas. Esas mujeres peligrosas que esperan con sigilo, la oportunidad para lanzar, con la sentencia de alguna catástrofe para los imbéciles señores del sistema solar, su grito fulminante de la vitalidad. 
Pasando los años, pensé que Agar se rendiría y su mirada sería, como la de muchos ancianos, de frustración, de melancolía desarreglada plantada en una silla roída, como aquellas personas que después de ser vilipendiadas, van a donde su victimario a firmar lo que a él se le dé la gana, por el, según el victimario: “miserable precio de sus hijos e hijas”. Con la vocecilla lastimera, recogen algún cheque que cuantifica la tasa media (monetaria por supuesto) del valor de la vida humana.
Pero eso no sucedió con Agar, por el contrario, con el tiempo su mirada se vio condimentada de más memorias. Cuando murió mi padre yo continuaba insistiendo en llevarle a Agar el dinero de mi padre para Ismael. Pero, mi motivación era la gran curiosidad de saber acerca de mi hermano y también, de saber quién era yo, un asunto no muy bien resuelto aún.
Agar me sirve una cosa caliente sin quitarme la mirada, pregunta por mi padre, pregunta por mi madre y luego se calla, mirando al terribilísimo sol que nunca deja de atentar contra ella. Se ventila el cuerpo con el aire de los desaires, al menos así me lo parece.
        ¿No me vas a decir dónde está Ismael? Agar, mi padre murió y me parece justo que comparta conmigo la heredad.
Agar jamás se deshará de su mirada. A ella pertenece al conjunto de sus gestos que son la atmósfera de su planeta, el necesario libro de la historia que algunos no tuvimos que padecer, su manera de escribir sin las privaciones del analfabetismo, tal vez es lo único que le dejaron cuando fue lanzada al desierto de las “brujas robamaridos”. Sin agotamiento, enfila sus pupilas hacia el sol evadiéndome, pues tiene todo el derecho a fingir cualquier locura. Yo también miro al sol y comento:
        esta vez no me va a calcinar los ojos, no me va a dejar manchas de luces al cerrarlos, ya no volverán esas iluminaciones vagas que cuelga el Alcalde en los árboles, no me iré sin saber dónde está mi hermano.
Ella continúa su letanía poco creíble de apariencia enajenada.
        Agar, dígame por favor, hace ya muchos días que no habla de Ismael.
Agar se apeó por un minuto. Los minutos en que Agar se apea y se le compadece la mirada, son los minutos precisos, únicos, esperados como los fenómenos de la astronomía, la aparición de la estrella de oriente en que uno puede interceder por las razones que a buena fe, se requieren para seguir con vida. Uno tiene que dar gracias de poder presenciar estas insondables apariciones. Cuando una mujer como Agar se compadece de la miseria mía y de mi familia, se puede afirmar que Dios aún se acuerda de la simiente de Abraham, a pesar de él, Dios y sus mandatos y a pesar de Abraham y su obediencia. Se podría decir que no nos abandonó a nuestra aparentemente maldita “buena suerte”, de tener que vivir, de otra manera, enajenados.
        Agar ¿sí me escucha?
Encoje los hombres, tuerce la boca, otros tantos litros de hidrógeno van a parar a su atmósfera de volutas.
        Yo no sé.
Traté de indagar lo más que pude sobre las últimas veces en que lo vio, a donde iba, por dónde solía encontrar los alimentos que traía a la mesa de los dos, qué ropas llevaba, cualquier cosa que me diera alguna revelación. Agar no tenía interés en ahondar sobre el tema.
        Lo cierto es que a Ismael ya no le sirve para nada esa heredad y a mí sí que menos, le agradezco sus buenas intensiones, pero mejor guárdela para usted, sus mujeres y su familia. Nosotros no podemos sentirnos parte de la familia de Abraham.
Insistirle a Agar es tan inútil como despiadado. Agar tiene que bajar por agua y yo le pienso prestar mis hombros, al menos esta tarde, para que la ausencia de Ismael deje de ser tan inmisericorde.
II.                No hay cordero
Recogí la leña como mi padre me había dicho. Era su costumbre pasear por entre las hectáreas de tierra baldía, mientras afirmaba ufano y borracho.
¡todo esto es mío!
Mi padre ya no exhibía la tierra como en otros tiempos, extendiendo su virilidad. Después, la exhibía para extender su miseria. Solía beber los jueves y viernes, hasta el alba de los sábados y me sacaba de la cama para que me fuera con él a recorrer su hacienda. Al fondo se veían las vacas regordetas con los terneros aún tibios y el mortal rocío sabanero, helando las cosechas. Más allá estaban las ovejas, ya sobre la montaña, estupefactas. Las ovejas nunca comprendieron como llegaron allí. Se levantaban todas las mañanas en el mismo lugar sin remedio, creyendo que ayer venían de otro sitio y que este, era una posadera más en un largo camino hacia no se sabe dónde. Pero nunca las vi desconcertadas, parecía natural aquello de no darse cuenta que seguían en el mismo lugar. Ni siquiera las arrebataba esa excéntrica manía de los hombres y de las mujeres, de gritarle a su propiedad privada – considerada por los científicos como entidad sin inteligencia –, un sábado a la madrugada.
Cuando llegué con la leña, estaba el caballo de mi padre amarrado a un palo de la cerca. Mi padre salió de entre los matorrales, subiéndose la cremallera después de orinar. De repente, alzó la mirada desencajada y comenzó a oír las voces que siempre le llamaban desde que Agar se fue de la casa: – ¡Esa maldita bruja, esa maldita bruja! – empezó a susurrar mi padre y a bracear matorrales con desesperación – ¡Maldita bruja! – Abraham comenzó a delirar con una bruja imaginaria que tenía a veces los mismos rasgos de Agar, otras, los de Sara, mi madre y entonces se ponía violento. Alcoholizado y embrutecido, cogía su pistola y empezaba a lanzar tiros al aire. Yo estaba irritado por años y años de la misma rutina, de papá borracho, de mamá llorando, del maltrato y de las cosas que en nombre de Dios mi padre hacía y que eran injustas con las gentes que mal vivían esclavas de la primitivísima aparcería de mi padre. Abraham se la pasaba diciéndome que él había salido adelante colonizando tierras y expropiándolas a tantos perezosos que al parecer, nacían de las matas, no de otras personas. Que él lo merecía porque era fruto de su esfuerzo, de su tesón, de su superioridad como pueblo. Abraham se enorgullecía de haber usado la belleza de mi madre para seducir a un hombre muy poderoso que antes habitaba en la región, y así irse tomando el poder de la zona, dicharacheaba como si fuese anécdota de la fiesta de primera comunión. Y mientras mi padre más hablaba, yo sentía más repulsión.
Mi padre insistía en su discurso de siempre
        No mires atrás o te volverás de sal como tu tía, siempre mira para adelante y sin remordimientos.
Era su versión poco refinada de exitología barata de Kiyosaki. Cuando no era el coco, el diablo, el subversivo de Ismael, la prostituta de Agar, mi cobardía me convertiría en sal como a la esposa del tío Lot.
        ¡Qué!  ¿se cree mejor que yo? Usted es apenas un milagro de mi fe – me decía mi padre
Nuevamente era yo. A veces me gusta imaginar que no soy yo, sino que soy una mata, como esas que producen perezosos. Pero cuando más conseguía desposeerme, caía como una mole en la tierra prometida a mis ancestros y a mis hijos, caía de pie y con las rodillas reventadas, nuevamente era yo, el hijo prometido de la vejez y por tanto, compelido a cumplir el desagradable destino de hacer pervivir tales formas de vida, como la de mi padre, aún después de su muerte.
Me dijo mi padre al ver mi disgusto.
        Tú no eres nadie sin mi fe, tú no tienes fe
Y remató con sus acostumbrados delirios de monarca:
        ¡Yo soy el elegido de Dios, el llamado a poseer toda la tierra! O si no, cómo explicas que haya podido tener todo lo que tengo.
        Hace unos minutos dijiste que era fruto de tu trabajo, deberías acordar cuál versión usar.
Me puse en pie, tomé mi chaqueta, le di la espalda y comencé a caminar. Entonces él desenfundó su pistola y me apuntó. Gritó tantas cosas, como la era en que vivíamos lo permitía. Pero para qué describir estos dramas del poder, de una minúscula criatura que, creyendo poseer algo, se sienta en el banquete celestial, al lado derecho de Dios Padre. Seguí caminando esperando a que mi padre me disparara mientras continuaba gritando palabras más mortales que sus propias balas, más colérico y embrutecido.
De repente dejé de oírle, continué mi marcha. Cuando llegué a la casa le comenté a mi madre lo sucedido y ella mandó a un jornalero a recoger a mi padre. Le trajeron, le acostaron en la cama y cuando despertó insistió en verme. Yo me negué tanto como pude, pero era un niño de 12 años, yo no era Ismael, sino un niño que había vivido siempre en su casa. Así que me rendí y entré al cuarto, mi padre me miró adolorido y con la voz más anciana que de costumbre, afirmó:
        Me dijo que no te matara.
Se echó a llorar con todo el desamparo del mundo que él mismo había patrocinado.
III.             El ángel en el desierto
Esto fue lo que me contaron los otros trabajadores de mi padre, los más antiguos, los de la otra historia.
Las habladurías acerca de Agar no se hicieron esperar. Mi madre sabía que mi padre entraba en las noches, en algunos cuartos campesinos, así como era el hábito de los señores, de los soldados y de los propios padres de muchas jóvenes. Cuando Agar llegó desorientada a contarle a mi madre del inocultable embarazo, fruto de los abusos del patrón, Sara la insultó y la echó de la casa. Agar llegó con su panza y su maleta a la ciudad. Lo demás, lo pueden deducir de millones de entrevistas que a buen recaudo, no son difíciles de conseguir si nos diésemos a la tarea de verificar, cierta espantosa circularidad con que acontecen tales asuntos: si consiguen silenciar todos los ruidos y destruir todos los fantasmas que a veces tienen la apariencia de personas, y si les derrumban todos esos edificios y todas esas tiendas llenas de artículos innecesarios, si se quitan el Ipod de los oídos y no contestan más el teléfono celular, se darán cuenta de que toda la voluptuosidad de semejante alucinación, no es más que la ostentosa, mortal y facciosa apariencia  de un desierto.
IV.               El guerrero hijo
En efecto, nadie sabe del paradero de Ismael, ni siquiera Agar. La gente dice que Ismael era un muchacho buscapleitos, que no se dejaba de nadie, que andaba armado hasta los dientes y cuantos mitos más se le suelen atribuir a aquellos para cuya desaparición, no existen explicaciones.  Si, Ismael no le hizo pasar sólo días buenos a Agar, eso incluso llegó hasta mis oídos, pero del mito nunca se debe estar seguro. En visitas posteriores a la muerte de Abraham, no faltó quién se me acercara y me diera informes de las andanzas de Ismael, de los otros jóvenes, de los enredos en los que se metía. Me decían, – usted que es su hermano, haga algo, lléveselo de aquí que no le espera nada bueno. Ismael anda con un grupo de esos muchachos, con sus pantalones grandes y sus cachuchas llamativas y un día de éstos le va a pasar algo malo –.
Agar no dice nada y no hizo falta porque, al fin y al cabo, para qué: esto no es “historia” según los académicos grandilocuentes que no encuentran, pese a los afanes del alquimista, el famoso mito fundante de nuestra nación y no les queda otra alternativa que crearlo y venderlo en libros de gran erudición. Revuelven buscando excusas para crear un país llamado Colombia, sin mucho atino, tal y como le sucedía a mi padre que batallaba entre los matorrales buscando la voz de Dios para que le impidiera cometer unas cuantas atrocidades – aunque vale decir, para infortunio de muchas de sus víctimas, que pocas veces Dios le habló –
La madre de Ismael únicamente se espanta los desaires, las diásporas causadas por la altanera disposición de su mirada. A dónde va, sigue habiendo desiertos, ahora tan familiares pero como esas familias hostiles que nunca están dispuestas a darle la bienvenida y aún así se ahorra dignamente la verdad, la cual, según su sabio criterio, no debe ser oída por oídos que se ponen en la cabeza como adornos. La imagen de Agar en la silla, no es como esos retratos con silla incluida que sirven para ejemplificar la locura de la otrora realeza europea. No es la silla – simple utilería del nuevo cuadro de los hombres y las mujeres -  la que le va a otorgar el descanso de la senilidad, como tampoco lo hará el bienestar de un servicio que en otro tiempo fuera su derecho.
Ella no es colombiana, de la Colombia irreflexivamente apasionada, no necesita de un prócer que la nomine ciudadana de una nación imaginaria. Agar no es, no se siente, no se deja adoptar por la familia de Abraham, por sus desposamientos pomposos donde exhibe a sus mujeres, a sus vacas, a sus tierras yertas colgadas como medallas de guerras infames, a los sombreros vueltiados sin costeños pobres, a los límpidos y por supuesto, mediáticos recolectores de café de un país muy muy lejano y maravilloso, un país que nos sabe extraño, poco familiar y que nada tiene que ver con las bajezas de la explotación de las campesinas y campesinos – lo que curiosamente, sí nos sabe a patria –.
        Hay negras águilas llevándose a los cachorros.
Fue todo lo que quiso apuntalarme Agar.
VII.     Nota aclaratoria de epílogo
“Madres de los jóvenes de Soacha que terminaron muertos en falsos positivos a manos del Ejército, pidieron hoy apoyo del gobierno incluso para terminar de pagar los funerales de las víctimas.

Varias de ellas acudieron este martes a un debate sobre los falsos positivos en la comisión Segunda del Senado, donde escasamente se escuchó a una por un término no mayor de tres minutos.

Tras el debate se declararon insatisfechas con las respuestas del ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, y dijeron que el gobierno no ha hecho ni lo mínimo: devolverle la honra a sus muertes, que fueron presentados como guerrilleros”

Caracol Radio, Noviembre 4 de 2008

No hay comentarios:

 
Mi música favorita
Copyright 2009 °. Powered by Blogger
Blogger Templates created by Deluxe Templates
Wordpress by Wpthemescreator